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¿Por qué no se están tomando ya drásticas medidas para adaptarnos a la sequía?
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Joaquín Araujo

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¿Por qué no se están tomando ya drásticas medidas para adaptarnos a la sequía?

La escasez, la contaminación y la privatización del líquido elemento avanzan con resultados cada día más patentes, pero no incluidos todavía en la agenda de lo más que urgente

Foto: La sequía se agrava en buena parte de España. (EFE/D. Castelló)
La sequía se agrava en buena parte de España. (EFE/D. Castelló)

Muy pronto, las ya graves tensiones del presente serán insignificantes cuando las comparemos, si es que alguien se atreve, con lo que las sequías van a borrar del mapa. La tacañería de las nubes en realidad es causa menor. La principal se debe en gran medida a la codicia de los listos que se caracterizan por ignorar que somos, más que nada, agua.

Mucho más erial siembra la sequía de responsabilidad, ideas que no sean rentables para apuntalar los poderes u no digamos este desierto sentimental hacia el resto de lo viviente. Que, por cierto, también bebe. Por si eso fuera poco, las demandas no hacen más que arreciar. Uno de los datos que la FAO ha puesto a disposición de los gobiernos resulta tan realista como aterrador.

Con todo, la peor sequía no es la que ahora tiene bajo mínimos a los suelos, embalses, marismas, praderas y bosques

Dentro de 25 años necesitaremos producir un 50% más de alimentos y nuestras necesidades de agua resultarán un 30% mayores. Para entonces, con casi total seguridad, lloverá también un tercio menos que hace 40 años. Sobre todo en países como el nuestro. Todo ello, por supuesto y como casi siempre, sin tener en cuenta los requerimientos de los paisajes. Me refiero a los sistemas naturales de los que en buena parte depende nuestro propio abastecimiento y su calidad.

Como en tantos otros aspectos relacionados con los regalos del entorno, se nos escapa el reconocimiento a los enormes servicios que nos presta la Natura funcionando como sabe. Y nada ni nadie sabe hacer tanto como el agua. Recordemos algunos.

Foto: Foto: Unsplash/@storybylindsay.

Todavía, a pesar del espectacular incremento de los regadíos, algo más del 60 % de lo que comemos los humanos procede de lo que la lluvia moja gratuitamente. Aunque ahora mismo nos ha comenzado a devorar una potente sequía nada resulta posible si cada día no se echaran a volar nada menos que 1.200 kilómetros cúbicos de agua marina. Unos 90.000 millones de litros por segundo. O sin que las temperaturas conviertan a los mares voladores en futura lluvia que invariablemente nos habrá traído el viento.

Pero no menos sin que las plantas escuden a los suelos donde hurgan sus raíces y eviten así su fin y el nuestro. Con todo, no reconoceremos la trascendencia del agua hasta que no recordemos que no solo ha escrito la historia de la vida, sino que también ha dibujado la totalidad de lo que vemos. Para empezar a adaptarnos a la escasez de agua hay que empezar por valorarla debidamente como lo más vivaz, necesario y bello de este planeta.

placeholder Lecho seco de la Laguna del Rincón, en Córdoba. (EFE/Salas)
Lecho seco de la Laguna del Rincón, en Córdoba. (EFE/Salas)

Ni uno solo de los procesos biológicos es ajeno al agua, ya lo sabemos. Ninguno de los procesos productivos humanos tampoco. Es, por tanto, mucho más que un recurso o una demanda de los que nos consideramos dueños de todo. Es más, considerarla tan solo como utilidad es ponerse en el bando de lo seco.

La humanidad y la Natura tienen y van a tener mucha más sed. Poca si la comparamos con la que pasa y van a pasar el mar, los ríos y lagunas, los bosques, los suelos y todos los otros seres vivos del planeta. Porque el agua tiene sed: sed de transparencia, de respeto y de libertad.

Pronto tendrá también sed de que la consideremos un bien absoluta y totalmente público. En este sentido necesitamos garantizar como principio que la primera propiedad del agua es que no debe ser propiedad de nadie.

Foto: Embalse del Quiebrajano, en Jaén. (EFE)

Pero todos esos sorbos de sensatez que demanda el agua solo podemos proporcionárselos si entendemos que nosotros podemos llegar a comportarnos como el líquido de la vida se comporta con nosotros, es decir con generoso respeto, con austeridad creativa. Al respecto está constatado que prácticamente todo lo que hace esta sociedad se puede alcanzar con hasta un 50% menos de agua que actualmente.

placeholder La crisis climática amenaza el suministro de agua a las ciudades. (EFE/M. Gutiérrez)
La crisis climática amenaza el suministro de agua a las ciudades. (EFE/M. Gutiérrez)

Si queremos beber y que beban nuestra agricultura y ganadería, nuestra higiene y salud tenemos que dar de beber al agua. Porque tiene sed de libertad, transparencia, moderación, respeto y sensatez. Algo que ahora mismo consiste en tomar muy en serio la escasez por excelencia, es decir la sequía. Hace ya mucho tiempo que todos los gobiernos de todas las entidades, al menos en la mitad sur del país, tenían que haber puesto en marcha toda suerte de advertencias, recomendaciones destinadas al ahorro y hasta limitaciones para algunas de las concesiones menos necesarias.

Se echa de menos que no estén en marcha al menos campañas publicitarias para frenar, al menos en parte, el todavía cotidiano despilfarro del líquido vivaz. A lo que pronto habrá que añadir un buen número de medidas para adaptarnos al nuevo clima.

Muy pronto, las ya graves tensiones del presente serán insignificantes cuando las comparemos, si es que alguien se atreve, con lo que las sequías van a borrar del mapa. La tacañería de las nubes en realidad es causa menor. La principal se debe en gran medida a la codicia de los listos que se caracterizan por ignorar que somos, más que nada, agua.

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