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De la derrota de la paz a la victoria de la compasión
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Joaquín Araujo

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De la derrota de la paz a la victoria de la compasión

Estamos en una real guerra mundial en lo relacionado con los recursos básicos: con la energía, la alimentación y, muy especialmente, con el bienestar sicológico

Foto: Refugiados de guerra llegan a Polonia (REUTERS A.Szmigiel)
Refugiados de guerra llegan a Polonia (REUTERS A.Szmigiel)

Sostengo desde la adolescencia que el mejor logro de la mente humana, sin duda fertilizada por la emoción que también mana de ese mismo cerebro, es la compasión.

Por completa falta de la misma, un dictador, por enésima vez en la historia humana, ha decidido torturarnos a todos con una guerra. Los pacíficos, como mantuve en la anterior columna, figuramos entre las víctimas. Leves y hasta afortunadas si nos comparamos con los reventados por bombas y misiles. No menos si tenemos en cuenta a los que han abandonado todo e intentan ser acogidos por el resto de los europeos.

Como esta formidable estupidez está afectando absolutamente a todo y de forma destacada a las economías, queda por enésima vez demostrada la vieja sabiduría de que todo tiene que ver con todo. Son tantos los daños colaterales que, con la excepción de lo asesinado, demolido o expulsado, en realidad nada ha quedado fuera de los efectos negativos de este asqueroso presente.

Foto: La relación entre la naturaleza, los muertos y los vivos es un círculo. (Unsplash/@abdurahmanus) Opinión

Realmente estamos en una real guerra mundial en lo relacionado con los recursos básicos, la energía, la alimentación y, especialmente, con el bienestar psicológico. Si sumamos que arrecian las malas noticias de ese otro belicismo, el contra la Natura, con cada día nuevas evidencias de trastornos en el clima, la multiplicidad vital, la sucesión de los ciclos. Múltiples catástrofes, pues, de baja intensidad, rodeando a la guerra total que destroza Ucrania.

Pero también estamos asistiendo a una masiva efervescencia de la compasión. Ahí precisamente comienza la victoria en medio de la catástrofe física y moral que supone dejar que sea la crueldad quien resuelva conflictos.

Son tantos los hospitalarios, solidarios, donantes, voluntarios. Las grandes organizaciones no gubernamentales están dando la talla. Incluso los estados democráticos están siendo muy solidarios con los asolados por esta tragedia.

placeholder Refugiada de Ucrania en Medyka, Polonia (REUTERS Z.Bensemra)
Refugiada de Ucrania en Medyka, Polonia (REUTERS Z.Bensemra)

Cuando no solo llueven proyectiles capaces de matar, sino también alimentos, medicinas, transporte, alojamientos, dinero, consuelos, abrazos y fraternidad, podemos confiar todavía en esta condición humana. Acaso por todo esto convenga ampliar lo que ganamos cuando conseguimos que venza la compasión.

Recuerdo que de la compasión mana el decrecimiento más crucial, el de sufrimientos, tanto en los iguales como en los diferentes. Que la reciprocidad usa ese mismo puente sin el que resulta imposible una convivencia digna. Que no hay compatibilidad alguna, y mucho menos compañía, sin compasión. La gratitud también forma parte de la compasión. No menos sucede con el respeto, que es donde comienza el mejor viaje: ese que va desde la diferencia dominadora a la igualdad enriquecedora. La compasión, en consecuencia, puede y hasta debe ser una pasión.

Pasión por convivir poniéndote en el lugar del que sufre. Alguien que puede, por cierto, ser de otra especie o un paisaje o un elemento básico. Cabe incluso la compasión hacia la libertad, la cultura, la belleza…

Hace muchos años escribí que todo hay que hacerlo con pasión pero, más que nada, la compasión. Sin olvidar que los pacíficos podríamos ser definidos como los que sentimos compasión por la compasión.

Sostengo desde la adolescencia que el mejor logro de la mente humana, sin duda fertilizada por la emoción que también mana de ese mismo cerebro, es la compasión.

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