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Tribulaciones de un cazador de campañas en la banca española
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Salvador Mas

Asesor Financiero 3.0

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Tribulaciones de un cazador de campañas en la banca española

El otro día tomé café con un tipo bastante curioso que he conocido vía twitter y que se autodefine orgullosamente como el mejor “cazacampañas” entre los

El otro día tomé café con un tipo bastante curioso que he conocido vía twitter y que se autodefine orgullosamente como el mejor “cazacampañas” entre los clientes de la banca española. Llovía a cántaros y el tipo, seguramente con ánimo de impresionarme, acudió a la cita con un paraguas con forma de hucha de Miró y un chubasquero rojo.

–Como el de Fernando Alonso –me dijo fanfarrón.

Nada más secarse, porque obviamente llegó chorreando, pidió un café solo para entrar en calor. Le pregunté por esa exótica vocación de cazacampañas y, sin pestañear, procedió a listarme el ajuar obtenido en distintas oficinas bancarias: dos cafeteras blancas moteadas con osos verdes de perfil, una olla a presión que pita con el himno de un banco, un edredón con fotos de jugadores de la selección de fútbol que se abrazan al ingresar dinero como si hubieran metido un gol, vajillas y mantelerías conmemorativas  del FROB, deuvedés de Pocoyó algo rayados, álbumes de la Liga con el cromo de Benzemá ya despegado, etcétera.

No tengo un depósito por debajo del 4,5% y tengo incluso un barrilete cósmico – concluyó lleno de satisfacción.

Cuando se calló, yo estaba tan apabullado que se me pasó preguntarle qué cosa era un barrilete cósmico. Pero estaba de verdad asombrado de que pudiera ser cliente de tantos bancos a la vez.

–Bueno, cliente lo que se dice cliente, últimamente no me siento de casi ninguno –me dijo y su voz empezó a sonar algo temblorosa.

Después de dar un sorbo a su café, que debía de haberse quedado frío, continuó.

–Al final, opero por Internet con un banco que nunca me ha regalado nada, en el que no conozco a nadie y nadie me conoce. Cuando voy a abrir una cuenta a una oficina, para los empleados a veces es como si fuera invisible. Asumen que vengo por la campaña y ya está. Y no es que se lo ponga yo difícil, que trato de hacerme el simpático y eso, pero nada. Parecen muy liados, como si ya tuvieran suficiente con sus papeles y sus clientes “de verdad”, los de siempre. Ni siquiera me invitan a sentarme.  No parece interesarles saber si necesito algo ni siquiera si tengo más dinero. Y si pido que me den las claves de Internet, ya ni te cuento.

En ese momento me pareció que aquel hombre estaba al borde del llanto, pero se repuso y continuó.

–Mira, Salvador, yo lo que busco es una relación estable y duradera con una oficina, que me ofrezca buen servicio, cordialidad, cosas así…pero quizás he tenido mala suerte. Me tratan como a un ligue de una noche. No consigo pasar de ahí, no consigo sentirme realmente apreciado. No hablo ni siquiera de asesoramiento, sino de algo más básico. De amabilidad. No saben el dinero que se ahorrarían en campañas y extratipos con eso. Imagino que están muy desmotivados con la reestructuración de sus empresas, su crisis y todo eso, pero no sé, algo se está perdiendo, antes las cosas no eran tan así…Voy a decirte una cosa que te parecerá una cursilada: yo… - dijo balbuciente-…cambiaría un poco de cariño por todos esos regalos tan horteras que abarrotan las estanterías de mi casa.

Parecía realmente abatido. Me miró a los ojos y, como en la canción, no supe qué decir.

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El otro día tomé café con un tipo bastante curioso que he conocido vía twitter y que se autodefine orgullosamente como el mejor “cazacampañas” entre los clientes de la banca española. Llovía a cántaros y el tipo, seguramente con ánimo de impresionarme, acudió a la cita con un paraguas con forma de hucha de Miró y un chubasquero rojo.

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