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Los peligros que debe vigilar ahora en bolsa
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Javier Molina

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Los peligros que debe vigilar ahora en bolsa

Los riesgos existentes invitarían a que el inversor realizase, por lo menos, ciertas operaciones preventivas y, como mínimo, fuera consciente del riesgo que asume en cada posición

Foto: Foto: Reuters.
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El principal enemigo que tiene el inversor es uno mismo. Se infravalora el riesgo, se compran activos o productos cuya probabilidad de resultados no se conocen ni se es capaz de calcular, se deja llevar por las emociones y, además, no tiene estrategia definida alguna en cuanto a plazos, modo de operar y objetivos de su inversión. En este contexto y para ver que lo enumerado es así, basta con echar un vistazo a la rentabilidad media de un inversor con respecto al mercado y en un horizonte temporal determinado. Dalbar viene publicando un informe desde 1994 donde se analiza ese desempeño comparativo, para así poder extraer conclusiones sobre ese comportamiento y forma de acudir a los mercados. Teniendo en cuenta que el S&P 500 está inmerso en el ciclo bursátil alcista más largo de la historia, con un alza anual media del 15,79% a cinco años, o del 8,5% a 10 años, resulta que la rentabilidad realmente alcanzada por los inversores norteamericanos es del 10,93% y del 4,88% respectivamente. Es decir, aquel gana de media casi un 5% anual menos a cinco años, y un 3,6% por debajo de lo generado por el mercado a 10 años. Y todo ello en un entorno de casi una década de alzas continuadas y sostenidas (el S&P 500 no ha caído ni un solo ejercicio desde 2009). Si aplicáramos esos mismos cálculos al mercado español, donde la rentabilidad a 10 años es negativa (usando el EWP), podemos intuir los malos resultados que se observarían.

A estas alturas del ciclo bursátil en Estados Unidos, muchos se preguntan si el actual momento dulce allí visto continuará en los próximos meses o, por el contrario, lo vivido estas últimas semanas puede ser el anuncio de nuevos peligros aparecidos en el horizonte. En lo que llevamos de ejercicio, las turbulencias vistas en Emergentes, Europa o Japón no han impedido que, mientras que estos mercados presentan rentabilidades negativas, el S&P se coloque en máximos históricos. Tan alta descorrelación no se había visto en toda la serie de precios, y es ahora mismo un motivo de preocupación por lo que puede suceder en aquellas bolsas si finalmente a Estados Unidos le da por corregir de forma importante.

La primera de las alertas ha saltado del lado de los mercados emergentes. El exceso de liquidez y la búsqueda de rentabilidad han llevado a tomar mayores riesgos no comprendidos por muchos inversores, que están generando tensiones en muchas carteras. Curiosamente, mientras que las condiciones crediticias agregadas de esos mercados (medidos por los 'ratings' soberanos) han ido empeorando, la entrada de dinero no ha dejado de crecer en esos activos de riesgo. Así como la Fed inició la política monetaria restrictiva, el alza de los tipos de interés de corto plazo ha empezado a impactar en aquellos países con mayor deuda externa y se ha generado un miedo claro al respecto. No en vano, muchas de las últimas crisis en los mercados emergentes han coincidido con alzas de tipos en Estados Unidos.

El drenaje de dólares del sistema y el fortalecimiento del mismo suelen provocar momentos de mayor volatilidad en emergentes. El diferencial de tipos lleva a alzas del billete verde, poniendo en peligro a muchas divisas, y llega un momento en que esos países tienen que decidir si subir tipos, como lo visto en Turquía y Rusia esta semana con el fin de proteger su moneda, o, por el contrario, dejar que se entre en una crisis monetaria de complicada resolución. La situación se agrava cuando, llevados por el miedo de un riesgo no controlado, se deshacen posiciones impulsando los precios de todos los activos a la baja. La gestión pasiva puede tener, como he comentado en alguna ocasión, un efecto negativo muy importante y nada valorado en lo que es, a mi juicio, otro de los grandes peligros que dominan el actual mercado global.

Si miramos los movimientos sufridos por emergentes en los últimos 15 años, en 11 de esos ejercicios se han observado caídas superiores al 15% (dentro del mismo ejercicio) y en cinco de ellos se ha terminado en positivo. Si esta vez será o no diferente es la gran pregunta que hay que hacerse, pero dada la situación comentada y la incertidumbre causada por Trump y su política proteccionista, el grado de riesgo que se asume ahora es aún mayor que hace unos años. Y eso no debería obviarse. Mientras que el peligro de contagio no se contemplaba hace unos meses, basta mirar la evolución de las divisas emergentes para notar que esa posibilidad puede tomar mayor fuerza hoy.

Otro de los peligros que afronta el inversor es el de no tomar en serio el aplanamiento de la curva y las implicaciones futuras sobre la economía. Actualmente, el diferencial entre los tipos de largo y corto plazo está en los 21 puntos básicos, nivel no visto desde los meses previos a la última recesión económica. Puede aplicar la teoría que mejor le cuadre sobre las implicaciones y la validez o no como indicador de entrada en recesión, pero la realidad es que ha funcionado y una vez cerrado el 'spread', 10 meses después, se ha entrado (de media) en problemas mayores. Al paso actual, en diciembre podemos tener ese diferencial en cero puntos básicos.

En Estados Unidos, la deuda global asciende al 105% del PIB y, pese a que en los últimos decenios lleva creciendo a un ritmo superior al 8,5% anual y el S&P a un 10%, son muchos ya los que alertan sobre este fenómeno y su impacto en el mercado. Tener una expansión en el final del ciclo mientras los tipos están subiendo no hace más que acrecentar el riesgo desde ese lado y provocar un sobrecalentamiento de la economía, forzando a la Fed a subir tipos más agresivamente.

Así las cosas y bajo esa perspectiva, los riesgos existentes invitarían a que el inversor realizase, por lo menos, ciertas operaciones preventivas. Desde rebalancear las carteras para volver al riesgo inicial perseguido hasta prevenir movimientos pasando a sectores más defensivos. Eso implicaría también disminuir progresivamente la posición en aquellos sectores más sobrevalorados (crecimiento) y buscar otros con mayor potencial que han quedado relegados. El 'mix' entre sobrecalentamiento de la economía norteamericana, el drenaje de liquidez por parte de la Fed y el alza de tipos con sus implicaciones en la curva, la fortaleza del dólar y el impacto en emergentes, la guerra comercial que Trump no parece abandonar, las implicaciones de la gestión pasiva y esa divergencia entre todos los mercados y el de Estados Unidos invitan, como mínimo, a ser conscientes del riesgo que asume en cada posición.

El principal enemigo que tiene el inversor es uno mismo. Se infravalora el riesgo, se compran activos o productos cuya probabilidad de resultados no se conocen ni se es capaz de calcular, se deja llevar por las emociones y, además, no tiene estrategia definida alguna en cuanto a plazos, modo de operar y objetivos de su inversión. En este contexto y para ver que lo enumerado es así, basta con echar un vistazo a la rentabilidad media de un inversor con respecto al mercado y en un horizonte temporal determinado. Dalbar viene publicando un informe desde 1994 donde se analiza ese desempeño comparativo, para así poder extraer conclusiones sobre ese comportamiento y forma de acudir a los mercados. Teniendo en cuenta que el S&P 500 está inmerso en el ciclo bursátil alcista más largo de la historia, con un alza anual media del 15,79% a cinco años, o del 8,5% a 10 años, resulta que la rentabilidad realmente alcanzada por los inversores norteamericanos es del 10,93% y del 4,88% respectivamente. Es decir, aquel gana de media casi un 5% anual menos a cinco años, y un 3,6% por debajo de lo generado por el mercado a 10 años. Y todo ello en un entorno de casi una década de alzas continuadas y sostenidas (el S&P 500 no ha caído ni un solo ejercicio desde 2009). Si aplicáramos esos mismos cálculos al mercado español, donde la rentabilidad a 10 años es negativa (usando el EWP), podemos intuir los malos resultados que se observarían.

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