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Volar con Ryanair, un ejemplo de por qué se pierde en bolsa
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Javier Molina

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Volar con Ryanair, un ejemplo de por qué se pierde en bolsa

La confianza no es una buena aliada en esto de invertir en bolsa y, hacerlo en ese tipo de acciones, provoca siempre grandes pérdidas cuando no se entienden ni gestionan los riesgos

Foto: Un avión de Ryanair aterriza en el aeropuerto de El Prat. (Reuters)
Un avión de Ryanair aterriza en el aeropuerto de El Prat. (Reuters)

Viernes pasado, aeropuerto de Madrid. Hora de salida del vuelo programada a las 17:00. Los pasajeros, en esa ansia incomprensible por entrar los primeros en el avión (como si eso les ayudara a llegar antes), forman cola en los mostradores correspondientes. De repente, estampida general y más de 100 personas inician una carrera desesperada ante el anuncio de cambio de puerta de embarque. El que estaba estratégicamente ubicado el primero de la fila, termina ahora casi al final. No ha sido lo suficientemente rápido y la tensión es evidente. Cuando todo parece haber regresado a la normalidad y uno se ve por fin, camino a su destino, se anuncia un retraso. No es la demora clásica a la que estamos acostumbrados, pues la nueva hora estimada de salida se establece en las 22:20. Nada más y nada menos. Curiosamente y salvo unos conatos de rebelión menores, nadie protesta de forma seria y asume con resignación el suceso. La cola desaparece y los pasajeros buscan distracción en los alrededores.

La compañía en cuestión, ofrece para esa ruta (y para casi todas las que opera) el más bajo precio del mercado. El año pasado transportó en nuestro país a más de 34 millones de pasajeros y pese a los episodios de cancelaciones múltiples de vuelos, contar con la mayor tasa de demora nacional (más de 42.000 vuelos afectados en 2017) y problemas de distinta índole, sigue siendo la primera compañía aérea por número de pasajeros. El “low cost” parece compensar con creces los riesgos asumidos. Los precios baratos siguen siendo un foco de atracción y motivo de elección por parte del viajero.

placeholder Colas en el aeropuerto. (EFE)
Colas en el aeropuerto. (EFE)

Mes pasado, bolsa de Madrid. Estampida general en los valores de pequeña capitalización, también llamados chicharros. Cientos de millones de euros evaporados en pocas sesiones. Ante el mínimo movimiento, al alza o a la baja, se produce una carrera por entrar (en momentos de euforia) o por no quedarse atrapado en los mismos (en momentos de pánico). Alta volatilidad y alta probabilidad de perder mucho, pese a que la ilusión con la que se inicia la aventura es máxima.

Son muchos los estudios que, con independencia de su fecha de publicación, muestran como el inversor medio obedece a patrones de comportamiento claramente definidos y repetidos. En el caso que nos ocupa de la inversión, son los participantes noveles los más afectados por el mal del “precio barato”. Las llamadas “penny stocks” o chicharros, son ese tipo de acciones de empresas de baja capitalización, que suelen cotizar por debajo del euro, tienden a pasar por problemas financieros y sufren grandes variaciones diarias de precios. Estas compañías ejercen una atracción fatal común y el volumen negociado acumulado no ha dejado de crecer en los últimos años. En momentos alcistas de las bolsas, se suelen producir alzas significativas de cotizaciones y como hemos visto este mes de octubre, cuando las bolsas caen éstos valores sufren mucho más, dejando atrapados por sistema a miles de inversores incautos.

Mes pasado, bolsa de Madrid. Estampida general en los valores de pequeña capitalización. Cientos de millones de euros evaporados en pocas sesiones

Fuera de nuestro país, sucede lo mismo. Un informe de la SEC que analiza los resultados de los inversores en ese tipo de acciones, muestra datos dramáticos. La mediana de rentabilidad es del -37% anual. Pese a que unos pocos nombres de esas “small caps” se sitúan en los primeros puestos por rentabilidad anual, son muchos más los casos con rentabilidades muy negativas. En un 50% de las jornadas bursátiles, la liquidez es escasa o muy escasa, concentrándose aquella en determinadas sesiones punta. El agregado de Estados Unidos (que incluye OTC en esas acciones) arroja unas pérdidas de 18.000 millones de dólares al año de media para esos inversores. La media invertida por operación es de 2300 dólares, se mantiene una media de 16 días y se termina perdiendo un 13,5%. Por último, la hipótesis que se baraja con respecto a esta atracción fatal del inversor, pasa por el mínimo cálculo de la distribución (probabilidad) que de los resultados a obtener se realiza.

No existen esas estadísticas para el mercado nacional, pero basta con mirar el ranking de rentabilidad de este 2018 para ver una situación similar. Duro Felguera pierde un 96,20% desde enero, OHL un 85%, DIA un 84%, Adveo hasta antes de su suspensión de cotización, un 80%. Lo mismo sucede con nombres como Urbas, Tubos reunidos, Codere o Sniace. Del mismo modo, es también fácil encontrar a unos pocos chicharros entre los ganadores. Natra, Amper o Reno de Medici estarían entre los ganadores anuales.

Es en este momento cuando se observan esos patrones de comportamiento similares, en facetas tan distintas como la de invertir o comprar un billete de avión. El precio es el primero de los atributos que llama nuestra atención. Al comprar un chicharro queremos experimentar una alta recompensa por precio pagado. Ganar mucho. Cuando compramos un billete de Ryanair, esperamos llegar a nuestro destino por el mínimo precio posible. Experiencia máxima. Y en ese camino olvidamos los riesgos. Riesgo de perder fácilmente al invertir en ese tipo de acciones, o riesgo de sufrir una incidencia con la compañía aérea. No en vano y según el portal reclamador.es, la compañía mencionada ocupa el primer lugar en el ranking de reclamaciones aéreas en 2017, subiendo un 43% respecto al año anterior. En estos 2 casos, la relación entre el impacto del precio y la selección del activo o servicio están íntimamente relacionadas y, la posibilidad de perder (o sufrir una incidencia) es vagamente contemplada.

Riesgo de perder fácilmente al invertir en ese tipo de acciones, o riesgo de sufrir una incidencia con la compañía aérea que elegimos para volar

Otro de los comportamientos interesantes observados, pasa por la rápida capacidad de adaptación a la desgracia. El otro día y como les comentaba, no hubo queja o motín alguno ante el retraso de 5 horas al que se sometió a los pasajeros. De facto, ni había personal de tierra ni puesto de información en toda la terminal dónde poder dirigirse. Total, pasajeros sentados pacientemente esperando noticias en los monitores. En cuanto se anunció la salida del vuelo, todos resignados fueron hacía el avión como si nada hubiera sucedido. “Gajes del oficio”, decía un pasajero. Del mismo modo, el especulador arruinado en su apuesta, apenas se queja y mantiene en secreto sus doloras pérdidas. En 2017 la CNMV recibió casi 1.000 reclamaciones, lo que teniendo en cuenta el caso del Popular, pocas parecen a priori viendo los desastres acaecidos con ciertas cotizadas. Son tan parecidos los patrones de comportamiento que, una vez anunciada la puerta final de embarque a las 22:00h, se presentó por allí una persona ofreciendo servicios de reclamación gratuitos. Reclaman por ti y, en caso de ganar cobran su comisión. Lo mismo con los bufetes de abogados que han revivido al abrigo del Popular, Abengoa y otros productos financieros.

Así las cosas y pese a que a muchos les atraen los precios bajos, mientras que en el ejemplo de la compañía aérea las consecuencias son, de una forma u otra soportables, el utilizar ese patrón para invertir en bolsa, no es tan buena idea. La alta volatilidad, el alto nivel de especulación implícito y el riesgo asumido coloca a esos activos en una situación que debiera evitarse a toda costa. La confianza y menos la euforia, no es una buena aliada en esto de invertir en bolsa y, hacerlo en ese tipo de acciones, provoca siempre grandes pérdidas cuando no se entienden ni gestionan los riesgos.

Viernes pasado, aeropuerto de Madrid. Hora de salida del vuelo programada a las 17:00. Los pasajeros, en esa ansia incomprensible por entrar los primeros en el avión (como si eso les ayudara a llegar antes), forman cola en los mostradores correspondientes. De repente, estampida general y más de 100 personas inician una carrera desesperada ante el anuncio de cambio de puerta de embarque. El que estaba estratégicamente ubicado el primero de la fila, termina ahora casi al final. No ha sido lo suficientemente rápido y la tensión es evidente. Cuando todo parece haber regresado a la normalidad y uno se ve por fin, camino a su destino, se anuncia un retraso. No es la demora clásica a la que estamos acostumbrados, pues la nueva hora estimada de salida se establece en las 22:20. Nada más y nada menos. Curiosamente y salvo unos conatos de rebelión menores, nadie protesta de forma seria y asume con resignación el suceso. La cola desaparece y los pasajeros buscan distracción en los alrededores.

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