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El absurdo de jugar a la lotería de Navidad
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Javier Molina

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El absurdo de jugar a la lotería de Navidad

Los españoles nos empeñamos, además, en seguir pagando lo que algunos llaman acertadamente “el impuesto voluntario sobre los sueños”

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Según datos de un estudio del IEM del año pasado, el 43% del salario medio anual de un trabajador se dedicaba a pagar impuestos. Es decir, de una jornada laboral de ocho horas, se destinan casi tres y media a tal efecto. Y pese a que son muchas y diversas las fuentes tributarias con las que financiamos los bienes y servicios públicos (tanto de forma directa como indirecta), los españoles nos empeñamos, además, en seguir pagando lo que algunos llaman acertadamente “el impuesto voluntario sobre los sueños”.

La lotería de Navidad, como el resto de juegos de azar, crea falsas expectativas a millones de personas cada año y un único beneficiario: el Estado. Por si fuera poco lo que ya pagamos de forma ineludible, cada 22 de diciembre, el 65% de los españoles se anima a contribuir de forma voluntaria a las arcas estatales. La quimera por cambiar radicalmente la situación económica (ganando uno de esos grandes premios) justifica que año tras año sean unos 60 euros de media lo que cada español se gaste en el sorteo de Navidad. Además, esta fascinación por la lotería viene siendo creciente de ejercicio en ejercicio, tanto en el monto asignado como en el interés suscitado, como muestran las búsquedas de Google.

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Sin embargo, y atendiendo a la probabilidad real de resultar ser agraciado con el Gordo, esta es del 0,00001% o, de forma más visual, de una entre 100.000. De esta forma, el 86% de los soñadores verá sus expectativas truncadas, más o menos, a mitad de día del sorteo, pues lamentablemente saldrán sin nada. El 9% de estos ilusos se conformará con el reintegro a modo de consolación, y un 5% podrá acceder a alguno de los premios restantes. Todo ello sin olvidar que toda compensación superior a 20.000 euros contará con su retención correspondiente del 20% 'in situ', es decir, en el momento en que se cobre el décimo.

Ni que decir tiene que, a la vista de aquella mínima probabilidad de ser el afortunado al que le toque el Gordo, todas las acciones de 'marketing' que se vienen desarrollando de forma reiterada y sistemática solo pretenden incitar a que paguemos por el derecho a soñar. Tocan una de las debilidades humanas, las emociones, y se apalancan en ellas para lograr que tributen de forma voluntaria y, en muchas ocasiones, inducidos por el resto (no sea que toque en mi trabajo y yo me quede fuera). Números atractivos, terminaciones de la suerte, colas infinitas para comprar en Doña Manolita y supersticiones varias no sirven de nada. El que se hayan repartido más premios en una administración de lotería o en otra en el pasado responde únicamente a la cantidad de décimos que allí se vendieron, a nada más. Y el único resultado final garantizado es que son esos mismos establecimientos dispensadores de esperanzas (Hacienda incluida) los verdaderos ganadores de nuestras tentaciones.

Llegados a este punto, resulta obligado ofrecer al soñador alguna alternativa para no perder sus opciones de mejorar su situación económica. Para ello y utilizando los datos anteriores, vamos a analizar qué hubiera sucedido si, en vez de desperdiciar esos 60 euros anuales en la lotería de Navidad, un candidato a millonario hubiera invertido en bolsa. Y no, para invertir no hay que ser un profesional, simplemente hay que querer hacerlo, y destinar un mínimo tiempo de aprendizaje.

Si tomamos como referencia los últimos 10 años y consideramos la media de inversión española de 60 euros cada Navidad, los resultados de invertir cada año ese importe en la bolsa americana o en la española serían los mostrados en el gráfico siguiente. Es decir, si desde 2009 hubiera colocado en un ETF del S&P 500 (portfolio 1) o del mercado nacional (portfolio 2), y considerando la reinversión de dividendos, esos 60 euros anuales gastados en lotería le habrían generado un valor de 1.642 dólares en el caso de Estados Unidos. En el caso de nuestra bolsa, y pese al mal desempeño de la misma en ese periodo, el importe a día de hoy sería de 777 dólares (considero tipo de cambio fijo para simplificar). Si los plazos los llevamos a 20 años, los importes serían de 4.487 dólares en el S&P y de 2.206 en el caso del mercado local. Nada mal considerando que, con casi un 95% de probabilidad, no tendría hoy nada (como mucho, hubiera vuelto a jugar en la lotería del Niño el reintegro recibido, llegando a perderlo todo).

Así las cosas y pese a que cada uno tiene derecho a soñar, resulta obvio que jugar a la lotería es un absurdo total. Tener una probabilidad de una entre 100.000 de resultar agraciado carece de sentido financiero alguno, lo mire como lo mire. Tal vez si ese Estado con afán recaudador hasta sobre nuestras emociones invirtiese el dinero destinado a promocionar la lotería en dar mayor cultura financiera a la población, hoy los ciudadanos tendrían mayores ahorros y menores desilusiones cada Navidad.

Según datos de un estudio del IEM del año pasado, el 43% del salario medio anual de un trabajador se dedicaba a pagar impuestos. Es decir, de una jornada laboral de ocho horas, se destinan casi tres y media a tal efecto. Y pese a que son muchas y diversas las fuentes tributarias con las que financiamos los bienes y servicios públicos (tanto de forma directa como indirecta), los españoles nos empeñamos, además, en seguir pagando lo que algunos llaman acertadamente “el impuesto voluntario sobre los sueños”.

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