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Santiago Satrústegui

Desnudo de certezas

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¿Estarán a la altura?

Según Hobbes, de las derivas radicales no serían solo responsables los líderes que las promueven, sino todos aquellos que apoyan y encumbran a esos líderes

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Después de unas semanas intensas, cargadas de emoción política, ya podemos disfrutar de lo votado. Las primeras impresiones de la segunda vuelta que han supuesto europeas, autonómicas y municipales son inquietantemente esperanzadoras. Y lo son porque nos obligan a enfrentarnos a nuestra propia realidad, a la esencia del problema. ¿Y si por una vez los líderes de los partidos políticos no radicales trataran de ponerse de acuerdo en lo esencial?

La mejor noticia de todas ha sido la pérdida de fuerza de los extremos. Los partidos radicales, tanto de derechas como de izquierdas, han perdido fuerza en España y en Europa no han sido capaces de alcanzar un porcentaje que les permita poner en peligro el proyecto europeo.

Si empezamos mirando a Europa vemos que, aunque los partidos tradicionalmente europeístas han perdido representación, mantienen todavía fuerza suficiente como para tener por delante unos años tranquilos en los que seguir profundizando en la integración. Al ser menor su mayoría, serán más necesarios los acuerdos y esta es la gran incógnita que nos han dejado todos los resultados. De momento, las primeras escaramuzas no son muy positivas, pero puede ser parte, todavía, del proceso de negociación. ¿Estarán a la altura?

En España ha sido clara la caída en votos tanto de la extrema izquierda como de la extrema derecha. Podemos y Vox se convierten en irrelevantes. Sus votos son necesarios, pero como no tienen otra alternativa que apoyar a su respectivo bloque, su capacidad de influencia debería ser pequeña.

La mayoría del voto de los españoles apunta al centro y no quiere aventuras extrañas. Los apoyos han quedado suficientemente divididos entre PSOE, Ciudadanos y PP como para que tengan que negociar y ponerse de acuerdo en muchas cosas. Por capricho o por inteligencia de los electores, los acuerdos para la formación de gobiernos, incluido el central, les van a obligar a todos a retratarse y ya no hay justificación ninguna para tener que recurrir a determinados socios.

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Muy poco antes de morir a manos de unos atracadores, Ben, el tío de Spiderman, le dijo a su sobrino que “un gran poder supone una gran responsabilidad”. Y Pedro Sánchez, en este momento, lo tiene y, sobre todo, la tiene. La otra gran incógnita está en Albert Rivera. Sus resultados pueden haber sido mejores para los españoles que para él mismo. La diferencia que le ha sacado el PP es muy importante, pero tiene la llave de la gobernabilidad, tanto en el gobierno central como en las autonomías y los ayuntamientos más importantes. ¿Estarán a la altura?

Además de la oportunidad de hacerlo bien aquí, España tiene una gran oportunidad en Europa, donde Francia y Alemania, condenadas a entenderse, necesitan un tercer país fuerte que apoye una mayor integración política y con Reino Unido de salida e Italia sumida en el populismo somos el mejor candidato. En términos de partidos europeos el peso de los españoles es también muy relevante y otra herramienta que podría manejarse de una forma coordinada.

En el mundo, seguimos con la negociación entre Estados Unidos y China de una tregua en su guerra comercial, como tema más importante. El crecimiento económico y los beneficios de las empresas se mantienen de momento y los bancos centrales, tanto estadounidense como europeo, ya han manifestado su intención de ser suficientemente flexibles en sus políticas para no ser los causantes de ningún problema.

Ya lo dijo el tío Ben: “un gran poder supone una gran responsabilidad”

Tanto a China como a Estados Unidos les interesa perseverar en la globalización y una economía global fuerte, pero tienen, por un lado, la necesidad de demostrar su fuerza y, por el otro, conseguir alguna ventaja que justifique el cierre de un acuerdo. Un parón económico no le interesa a ninguno de los dos, ¿forzarán al máximo sus posiciones y, al final, estarán a la altura?

Thomas Hobbes fue un moralista que partía de la idea del profundo egoísmo del ser humano y lo reflejaba con un ejemplo muy gráfico referido al dolor de muelas. Cuando lo estas padeciendo, parece lógico que prefieras quitarte el dolor incluso sacrificando el futuro de la humanidad. ¿Por qué debería importarle al perjudicado ninguna otra cosa?

Pero, a pesar de todo, el ser humano ha prosperado gracias a la ética y a poner muchas veces los intereses generales por encima de los particulares. No es un moralismo barato, es, una vez más, una ventaja evolutiva y un triunfo de la inteligencia. Si colaboro, a la larga me irá mejor, porque, si no colaboro y no consigo ponerme de acuerdo, al final la sociedad, el votante, me va a castigar. Y si no lo hace, lo que estará fomentando son los mismos comportamientos que a la larga le resultaran perjudiciales.

Según Hobbes, de las derivas radicales no serían solo responsables los líderes que las promueven, sino todos aquellos que apoyan y encumbran a esos líderes. Para él, el ciudadano es responsable de todo lo que haga el soberano y si se queja de lo que hace este mal tiene que pensar que es el mismo el que se está haciendo ese daño.

¿Estaremos también nosotros a la altura?

Después de unas semanas intensas, cargadas de emoción política, ya podemos disfrutar de lo votado. Las primeras impresiones de la segunda vuelta que han supuesto europeas, autonómicas y municipales son inquietantemente esperanzadoras. Y lo son porque nos obligan a enfrentarnos a nuestra propia realidad, a la esencia del problema. ¿Y si por una vez los líderes de los partidos políticos no radicales trataran de ponerse de acuerdo en lo esencial?

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