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Decidir es afrontar el riesgo de equivocarse
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Santiago Satrústegui

Desnudo de certezas

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Decidir es afrontar el riesgo de equivocarse

Estamos desgraciadamente padeciendo, todos los días y en varios ordenes distintos, las consecuencias de la falta de carácter de muchos dirigentes

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Desde principios del año pasado estamos inmersos en una época crítica en cuanto a toma de decisiones. La incertidumbre en la que nos ha sumido la pandemia por covid-19 ha puesto de manifiesto las debilidades de muchos procesos de toma de decisión, ya sea en política o en el ámbito empresarial.

Decidir es elegir una actuación respecto a otras posibles, cuando la información de la que la disponemos no nos permite llegar a conclusiones relevantes. Cuando la información es buena y las consecuencias que de ella se deducen son claras, no estamos frente a una decisión en sentido estricto, sino ante un seguimiento de pautas o de instrucciones. Si no hay información suficiente en cuanto al curso de actuación, o si, de haberla, esta se muestra confusa o contradictoria, entonces sí estaremos ante una verdadera necesidad de tomar una decisión. La existencia de un dilema exige que alguien deba asumir una responsabilidad.

Decisión, en este sentido radical del término, y asunción de responsabilidades son conceptos absolutamente vinculados. Las situaciones críticas exigen responsables dispuestos a cumplir con la obligación que les impone la autoridad que en su momento estuvieron dispuestos a asumir. Cabe la posibilidad de equivocarse, pero no actuar, o tratar de pasar la responsabilidad a otros, puede ser el peor de lo errores.

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Siempre se ha dicho que Napoleón buscaba para sus ejércitos generales con suerte. Aquellos que, enfrentados a dilemas y sin información suficiente, habían tomado a lo largo de su carrera las decisiones adecuadas. Pero, quizá más importante que la conveniencia de la decisión en cada caso, la capacidad fundamental que les había hecho exitosos había sido contar con el carácter adecuado para ser capaces de tomarla.

De hecho, fue la falta de carácter de uno de sus generales la que propició su derrota definitiva en la batalla de Waterloo. Lo cuenta muy didácticamente Stefan Zweig en uno de los capítulos de su libro “Momentos estelares de la humanidad”. La situación que describe se inicia un día antes de la derrota definitiva del ejército imperial. Napoleón acababa de sumar su última victoria en Ligny, donde había obligado a retirarse al ejercito prusiano. Sabiendo que tenía que afrontar el combate con las tropas de Wellington, aunque sin saber cuándo, decidió poner a uno de sus mariscales, Grouchy, al frente de un encargo aparentemente sencillo. Con un tercio de las tropas debía perseguir a los prusianos de Blücher para que no se reagruparan y no se juntaran con Wellington, pero tenía que hacerlo sin perder el contacto con el grueso de su ejército.

Grouchy era, según Zweig, un general mediocre. Tenía una gran capacidad técnica, pero la faltaba el carácter que marca la diferencia en los momentos transcendentales. Había llegado a donde estaba la base de tratar de no equivocarse y por la desaparición o el desistimiento de sus compañeros de armas más brillantes. Los hechos son simples de valorar ahora que tenemos toda la información. En la mañana del 17 de junio, debido a unas fuertes tormentas que habían borrado las huellas, la tercera parte de todo el ejercito imperial que comandaba Grouchy había perdido el rastro de los prusianos y deambulaba intentando encontrar alguna pista. En ese momento, les llegó perfectamente nítido el estruendo de los cañones que indicaba que a dos o tres horas de distancia se había anticipado la batalla definitiva entre Wellington y Napoleón. Tenía que haber decidido correr para sumarse al combate y hubiera acertado, porque allí hubiera encontrado a los prusianos, pero optó por no hacer nada y seguir cumpliendo el protocolo que le habían establecido.

Los prusianos sí acudieron al reclamo del combate y su contribución marcó el signo de la batalla y de la historia. Napoleón perdió por culpa de Grouchy, sin que una parte fundamental de su ejercito entrara en acción. De hecho, cuando por fin se enteraron de que se había perdido todo, fueron capaces de volver intactos a Paris.

Decidir es afrontar el riesgo de equivocarse. Estamos desgraciadamente padeciendo, todos los días y en varios ordenes distintos, las consecuencias de la falta de carácter de muchos dirigentes, que prefieren diluir y mutualizar la responsabilidad antes que asumirla.

Con las vacunas, lo que han mejorado ya los tratamientos, la inmunidad de grupo que deberíamos estar alcanzando y el efecto del buen tiempo, tendríamos que estar ya visualizando la salida de la pandemia y de la crisis que ha provocado. Es el momento de los dirigentes con suerte. Estos serán los que tengan el carácter adecuado para tomar las decisiones que correspondan, con la rapidez y con la firmeza necesaria. Y ese carácter será también necesario para reconocer los errores cuando se produzcan y reajustar los planteamientos a medida que la realidad nos vaya dando más información.

Desde principios del año pasado estamos inmersos en una época crítica en cuanto a toma de decisiones. La incertidumbre en la que nos ha sumido la pandemia por covid-19 ha puesto de manifiesto las debilidades de muchos procesos de toma de decisión, ya sea en política o en el ámbito empresarial.

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