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Desnudo de certezas

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¡Libertad! ¡Libertad! Sin ira, libertad

La historia demuestra que, algunas veces, la idea de libertad y la idea de igualdad pueden convivir gracias al ahora denostado consenso y a una gran voluntad de concordia

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En los libros de Ernesto Laclau, que es el verdadero inspirador de todos los populismos modernos, se explica con mucha claridad que la única forma posible de acabar con el sistema de democracia con libertades, que ellos creen perverso, es radicalizar al máximo el enfrentamiento entre la igualdad y la libertad. Desde su punto de vista, una vez desestimada, como fuerza motora de la manipulación política, la lucha de clases, solamente la ruptura de los consensos alcanzados por las sociedades abiertas posibilitaría la implantación de un nuevo régimen.

La historia demuestra que, algunas veces, en sociedades maduras y adecuadamente educadas, la idea de libertad y la idea de igualdad pueden convivir gracias al ahora denostado consenso y a una gran voluntad de concordia. La consecuencia será la creación de entornos virtuosos que actuarán como polos de atracción para todos aquellos que pretendan prosperar, pero que, a la vez, serán forzosamente combatidos por los pocos beneficiarios de los sistemas igualitarios para quienes el éxito de la libertad será siempre la mayor amenaza a sus privilegios.

Es probable que en el último año una de las sensaciones fundamentales que podamos haber sentido haya sido la desazón a la que nos han llevado los importantes recortes de libertad que hemos experimentado, sin una explicación suficiente de las razones que había para ello. El comodín de los criterios científicos se ha visto incapaz de justificar las tremendas contradicciones que ha habido en la aplicación de las restricciones a una ciudadanía a la que se le ha negado la posibilidad de ser responsable de sus decisiones.

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Con estos mimbres, al plantearse el martes pasado en Madrid la pregunta extrema sobre la libertad, la decisión mayoritaria ha sido clara. Y es que el grito de “libertad”, al estilo de Mel Gibson haciendo de William Wallace, no puede ser más provocador. ¿Quién le dice que no a la revolución cuando esta le llama?

“Todos queremos cambiar el mundo”, decía John Lennon en “Revolution”. Pero, lo que es más curioso es que el espíritu liberador de la revolución sea capaz de cambiar de bando. Ya lo anticipaba Richard Brooks en su película “Los profesionales”, del año 1966, donde ponía en boca del veterano buscavidas Bill Dolworth (Burt Lancaster) la idea de que “tal vez solo haya una única revolución. Desde siempre. La de los buenos contra los malos. Y la pregunta es: ¿Quiénes son los buenos?”.

Elegir la libertad exige aceptar también la responsabilidad que es inseparable de ella y, por eso, la libertad siempre la pide la parte de la población que se considera más infantilizada. En 1976, como uno de los himnos de la transición, el grupo Jarcha personalizaba en los “viejos de este país” la resistencia al cambio, mientras que argumentaba a favor de la libertad, que “yo solo he visto gente (…) que tan solo pide vivir su vida, sin más mentiras y en paz”.

La radicalidad ha fracasado, por lo menos esta semana. “Guárdate tu miedo y tu ira porque hay libertad”, se dijo en la transición y se vuelve a gritar ahora, de forma contundente, contra los que han pretendido hurgar en viejas cicatrices. Pero la batalla sigue, porque no es solo larga, sino probablemente infinita. La libertad hay que cuidarla y defenderla. Y su mayor aliado, como predicaba Richard Rorty, está en la educación de los ciudadanos en la responsabilidad individual. En este sentido, afortunadamente, parece que en Francia algo empieza ya a cambiar.

En los libros de Ernesto Laclau, que es el verdadero inspirador de todos los populismos modernos, se explica con mucha claridad que la única forma posible de acabar con el sistema de democracia con libertades, que ellos creen perverso, es radicalizar al máximo el enfrentamiento entre la igualdad y la libertad. Desde su punto de vista, una vez desestimada, como fuerza motora de la manipulación política, la lucha de clases, solamente la ruptura de los consensos alcanzados por las sociedades abiertas posibilitaría la implantación de un nuevo régimen.

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