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Santiago Satrústegui

Desnudo de certezas

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Si te pasas es peor

Una forma de entender el nivel de dependencia de nuestro modelo económico actual del petróleo y del gas es observar la incapacidad de algunos países europeos de desvincularse

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Consumido ya el primer tercio del año 2022, nos encontramos en un momento de alta incertidumbre respecto al próximo devenir de la economía y de la valoración de los activos. Pero, antes de tratar de adivinar lo que va a pasar, conviene definir bien el problema o, mejor, los problemas, que tenemos que afrontar.

Parece claro que la invasión de Ucrania perpetrada por el ejército ruso y la guerra a la que ha dado lugar, que sigue prolongándose, son además de un drama humanitario, el principal elemento de distorsión que debemos considerar.

Pero, para entender bien la crisis que estamos viviendo, conviene tomar un poco de perspectiva. Incluso sin la guerra, en este año nos enfrentábamos ya al reto de tener que convivir con lecturas altas en las tasas de inflación que venían ya provocadas por la comparación con los meses más duros de la pandemia y por los cuellos de botella que se estaban generando en las cadenas de producción.

Foto: EC.
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En concreto, los precios de la energía venían ya siendo presionados desde hace meses por el coste del petróleo y del gas. La transición a un modelo de energías limpias tendrá que ser muy lenta y la falta de incentivo a la prospección y extracción de petróleo están haciendo que la oferta resulte escasa, con la consecuencia de la presión al alza de los precios.

Una forma de entender el nivel de dependencia de nuestro modelo económico actual del petróleo y del gas es observar la incapacidad de algunos países europeos, sobre todo Alemania, de desvincularse de los canales de abastecimiento rusos a pesar de las circunstancias que la guerra está provocando.

Ni los alemanes están dispuestos a dejar de comprar gas y petróleo a Rusia, porque paralizarían su economía, ni los rusos se atreven a dejar de suministrárselo, aunque amenacen con ello, porque eso significaría renunciar a un flujo de ingresos del que dependen para financiar sus delirios imperiales.

Descontando la energía, la inflación también está subiendo y este es el principal riesgo al que nos enfrentamos. La actividad se estaba recuperando a medida que se iban superando los peores momentos de la pandemia y los salarios han empezado a incrementarse de forma contundente por primera vez en muchos años. Ante esta circunstancia los bancos centrales están obligados a reaccionar para respetar su mandato y su medicina para enfriar el mercado, que es la subida de las tasas de interés, podría tener un efecto demoledor en la economía si nos llevara al estancamiento de la actividad.

Foto: perspectivas-2022-forinvest-mediolanum-bra

En esta ocasión, los principales banqueros centrales han tenido mucho tiempo para prepararse ya que la reversión en los tipos de interés se preveía desde hace bastante. De hecho, se han planteado revisiones relevantes en la interpretación de los respectivos mandatos tanto por parte de la Reserva Federal como por el Banco Central Europeo. Pero la gestión de las expectativas, en estas circunstancias, resulta muy complicada y la semana pasada asistimos en Estados Unidos a un fenómeno muy peculiar con las volátiles interpretaciones que hicieron los mercados de la subida de medio punto decretada por la Reserva Federal. Primeras, segundas e infinitas lecturas de lo dicho por Powell el miércoles por la tarde llevaron a los inversores a la euforia primero y a la decepción después y nos dejaron dos curiosas y excesivas jornadas de signo contrario que permiten visualizar muy bien el nivel de incertidumbre de las semanas que estamos viviendo.

Los bancos centrales y sus políticas de tipos de interés vuelven a mandar y cualquier referencia o cualquier interpretación respecto a su actitud futura es mucho más relevante que las decisiones concretas que se vayan tomando. Los mensajes demasiado transparentes, como hemos visto, no funcionan demasiado bien y es muy difícil enfriar a los inversores sin asustarlos. Como decía Alan Greenspan, expresidente de la Fed, en sus mejores momentos: “Si me ha entendido, es que no me he explicado suficientemente bien”.

La estanflación es el nuevo monstruo con el que tendremos que combatir. Una pinza paradójica de estancamiento y de inflación galopante. Lo único bueno es que por aquí ya hemos deambulado otras veces. La solución no la tienen solo los bancos centrales. La guerra y el quilombo energético son elementos que van a tener mucha repercusión y solo los datos que se vayan conociendo podrán determinar las políticas de tipos por mucho que se pretenda guiar a los inversores.

Foto: Un soldado ucraniano en un supermercado en Kramatorsk, Donetsk. (Reuters, Jorge Silva)

Nos queda todavía mucho año por delante. La guerra, que es lo primero que tenemos que mirar, o termina o se cronifica o se escala. De la tercera posibilidad, afortunadamente muy pequeña por el riesgo nuclear, no merece mucho la pena preocuparse. El fin del mundo, por definición, solamente ocurre una vez.

En los otros dos casos, las circunstancias económicas mejorarán y el abastecimiento de energía a precios soportables se reorganizará. El mundo necesita tener un plan respecto al petróleo y las distintas velocidades de desarrollo de los distintos países hace muy difícil establecer políticas comunes sin empobrecer a nadie. Dependiendo de lo que se decida, el último barril de petróleo del planeta podría valer entre cero e infinito, pero yo sigo pensando que nunca llegará a extraerse.

Y nos quedará, como siempre, como problema fundamental, la decisión de los banqueros centrales que, como decía Don Mendo, “o se pasan o no llegan”.

“Y el no llegar da dolor,

pues indica que mal tasas

y eres del otro deudor.

Mas ¡ay de ti si te pasas!

¡Si te pasas es peor!”

Consumido ya el primer tercio del año 2022, nos encontramos en un momento de alta incertidumbre respecto al próximo devenir de la economía y de la valoración de los activos. Pero, antes de tratar de adivinar lo que va a pasar, conviene definir bien el problema o, mejor, los problemas, que tenemos que afrontar.

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