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Psicópatas de alta funcionalidad: la capacidad de destruir sin mancharse
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Sonia Pardo

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Psicópatas de alta funcionalidad: la capacidad de destruir sin mancharse

Expertos advierten sobre psicópatas de alta funcionalidad que manipulan con carisma y estrategia, dejando cicatrices emocionales mientras son admirados por su aparente éxito y liderazgo

Foto: Foto: Istock.
Foto: Istock.

No tienen la mirada desquiciada de una película de terror. No gritan. No huyen. No se manchan. Los psicópatas de alta funcionalidad no matan con cuchillos: destruyen con precisión quirúrgica. Con silencios estratégicos. Con decisiones frías. Con manipulaciones tan sutiles que acaban pareciendo lógicas. Y lo más inquietante: su entorno suele aplaudirlos.

Desde la psicología clínica y el análisis del comportamiento organizacional, se identifican como perfiles con rasgos psicopáticos clásicos —ausencia de empatía, egocentrismo extremo, mentira patológica, manipulación, frialdad emocional— pero que operan dentro de los límites de lo socialmente aceptado. No suelen ser delincuentes (aunque algunos acaban siéndolo). Son funcionales. Exitosos. Premiables.

Son directivos eficaces, políticos admirables, socios carismáticos, parejas socialmente modélicas, líderes mediáticos. Y eso los convierte en altamente peligrosos: porque son invisibles para el radar común. Porque donde deberían levantar sospechas, levantan admiración.

Estos perfiles son expertos en leer deseos ajenos y adaptarse a ellos. Deslumbran en entrevistas, brillan en reuniones, conectan con equipos, seducen en relaciones.

Foto: Fuente: YouTube

Y todo responde a una estrategia: conseguir lo que quieren —estatus, validación, poder, control o comodidad— a través de una narrativa personal meticulosamente diseñada.

Cuando lo consiguen, desconectan. Sin ruido. Sin trauma visible. Siguen a tu lado mientras ya están mentalmente en otro lugar. Ejecutan una retirada emocional progresiva, pero perfecta. Sin manchas. Sin pruebas.

Foto: Vicente Garrido (Fuente: YouTube/ArpaTalks)

Por eso son tan difíciles de detectar. No porque engañen con trucos baratos, sino porque construyen una máscara sólida y sofisticada de bondad, liderazgo y falsa inteligencia emocional.

Y esta es una de las claves que debemos verbalizar sin miedo: no son emocionalmente inteligentes. Fingir sensibilidad no es lo mismo que tenerla. Imitan emociones. Repiten discursos. Calculan gestos. Pero no sienten. Lo que parece empatía es estrategia. Lo que parece presencia emocional es guion aprendido. Su capacidad para fingir humanidad no es inteligencia emocional: es manipulación emocional.

Lo verdaderamente destructivo es que no dejan huella física, pero sí cicatrices psíquicas profundas. En la víctima (personal o profesional) se genera confusión, autoanulación, ansiedad, dificultad para confiar. Y muchas veces, aislamiento. Porque cuando el entorno valida al agresor emocional, la víctima se queda sin relato.

Foto: La psicóloga Deborah Murcia habla sobre el silencio castigador (Instagram: @deborahmur.psico)

Estas personas no rompen cosas. Rompen tu centro. Hacen dudar de ti. Y como actúan con una corrección quirúrgica, su crueldad parece profesionalismo, y su frialdad, autocontrol.

En la empresa, erosionan climas de confianza, bloquean la cooperación genuina y consumen el talento ajeno como combustible para su ascenso. En la pareja, generan vínculos de dependencia donde la persona termina perdiéndose en un bucle emocional del que cuesta salir. En entornos sociales, dominan la escena, protegen su imagen y aíslan a quien intente cuestionarlos.

¿Por qué siguen impunes?

Porque el sistema los premia. Porque su estilo de liderazgo casa con la estética del éxito moderno: firmeza sin emoción, eficiencia sin sensibilidad. Y porque la mayoría de las personas no saben cómo identificarlos… hasta que ya es demasiado tarde.

La psicopatía de alta funcionalidad no se detecta en lo que hacen abiertamente, sino en lo que calculan a escondidas: qué decir para no levantar alarmas, a quién seducir para tapar la huida, cómo abandonar sin consecuencias. Y lo consiguen. Porque lo ensayan. Porque lo dominan. El maestro de la manipulación: cuando la maldad se disfraza de carisma Uno de los elementos más inquietantes de los psicópatas de alta funcionalidad es su capacidad para camuflarse entre nosotros. No solo pasan desapercibidos: brillan.

Deslumbran. Atraen. Generan una especie de efecto hipnótico colectivo que los blinda ante cualquier sospecha. Nadie descubre su realidad porque su imagen es peligrosamente impecable.

Foto: Hay ciertos factores que delatan a las malas personas. (iStock)

Su comportamiento es meticulosamente estratégico. No gritan, no son agresivos en público, no pierden los papeles. Al contrario: se presentan con su disfraz de personas educadas incluso inspiradoras. Son ese tipo de individuos que todo el mundo admira en una reunión, que todos quieren como socio, como amigo, como pareja. Elocuentes, agudos, aparentemente empáticos, dotados de una sensibilidad medida que los convierte en "gente de confianza".

Pero es teatro. Ensayado. Milimetrado. Calculado. Su objetivo no es solo conseguir lo que desean, sino crear un aura que los proteja. Una reputación de integridad, de sensibilidad, de eficiencia, que les permita operar con total impunidad.

Son maestros de la manipulación. Hacen que te relajes, que bajes la guardia, que les abras la puerta. Y mientras te sientes una persona afortunada por tenerlos cerca, ya están midiendo cuánto pueden sacar de ti antes de pasar al siguiente.

Foto: El filósofo Carl Jung (Archivo)

Es una forma avanzada de manipulación social: instalan en los demás una narrativa positiva tan potente que cualquiera que intente denunciar su lado oscuro parece exagerado, resentido o desequilibrado.

Las personas que les rodean no pueden —ni quieren— integrar la posibilidad de que alguien tan "perfecto" sea, en realidad, un manipulador sin escrúpulos. Así que lo niegan. Lo justifican. O lo peor: culpan a la víctima por "ver cosas donde no las hay".

El psicópata funcional es un gran narrador. Cuenta su propia historia antes de que otros la puedan contar. Controla el relato, dosifica sus debilidades, exagera sus virtudes y, sobre todo: hace que parezca imposible que sea capaz de causar daño real. Pero lo hace. Lo causa. Y lo sabe.

Foto: Leire Díez. (Europa Press) Opinión

Lo hace sin remordimiento. Sin empatía. Sin freno. Porque confía plenamente en que nadie se atreverá a señalarlo. Y si alguien lo hace, cuenta con una red de protección construida a base de carisma, discursos empáticos y seducción emocional. Esa es su ventaja más peligrosa: no parece un depredador. Parece un salvador.

El caso Bateman: el rostro más sofisticado del vacío

Quien mejor encarna este perfil en la cultura popular es Patrick Bateman, protagonista de American Psycho, la novela de Bret Easton Ellis llevada al cine por Mary Harron.

Foto: Carmen Machi, en plena investigación en 'La viuda negra'. (Netflix)

Bateman es un joven ejecutivo de Wall Street, impecablemente vestido, culto, seductor, aparentemente brillante. Pero tras esa fachada de perfección habita un monstruo. Bateman asesina, tortura, miente, disocia… y nadie a su alrededor lo ve. Porque su traje está planchado. Porque su sonrisa es encantadora. Porque su vida es puro éxito.

La película es una metáfora feroz sobre la psicopatía funcional: esa que no deja manchas de sangre, pero sí destrucción emocional.

Foto: Relaciones (iStock)

Y aunque en la ficción su violencia es explícita, en la vida real estos perfiles rara vez levantan armas. Les basta con su disfraz. Con su imagen. Con su impunidad.

Bateman no es solo un asesino. Es un símbolo. El rostro más pulido del vacío moral. Y es importante comprenderlo: el verdadero poder del psicópata funcional no es lo que hace en secreto, sino lo que consigue que el mundo nunca se atreva a ver.

¿Qué podemos hacer ante ellos?

No basta con protegernos. Hay que señalarlos. Describirlos. Nombrarlos. Aplicar inteligencia crítica y emocional. Observar los actos, no solo escuchar los discursos. Identificar patrones de poder, no solo carisma. Como advierte la psicología aplicada al liderazgo ético, no hay transformación real sin empatía, ni propósito que justifique la destrucción emocional sistemática. La autenticidad no puede ser solo estética. La ética no puede ser opcional.

Vivir con propósito, emoción y verdad no es ingenuidad. Es resistencia. Frente al abuso elegante, bondad firme. Frente a la manipulación envolvente, verdad incómoda. Porque hay una realidad difícil de digerir: los Patrick Bateman siguen ganando. Siguen liderando. Siguen destruyendo. Y cuesta frenarlos.

Pero ya no basta con decir "basta"

Ha llegado el momento de quitarles el velo, desactivar el hechizo y encender las alarmas. No podemos seguir confundiendo carisma con bondad, discurso con ética, éxito con integridad. Analízalos con atención. Observa lo que no dicen, cómo se marchan, a quién utilizan, a quién abandonan. No les des el beneficio de la duda cuando ya han dejado demasiadas certezas.

Porque si no aprendemos a identificarlos, los seguiremos votando, admirando, contratando, siguiendo… mientras destruyen desde dentro todo lo que tocan. Es hora de dejar de aplaudir a quienes solo saben fingir humanidad. Y empezar, de una vez, a protegernos de los que no la tienen.

No tienen la mirada desquiciada de una película de terror. No gritan. No huyen. No se manchan. Los psicópatas de alta funcionalidad no matan con cuchillos: destruyen con precisión quirúrgica. Con silencios estratégicos. Con decisiones frías. Con manipulaciones tan sutiles que acaban pareciendo lógicas. Y lo más inquietante: su entorno suele aplaudirlos.

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