La esencialidad de la belleza: cuando cuidarse mueve el mundo
Detrás de cada frasco, de cada tubo, de cada gota, hay tecnología, sostenibilidad, exportaciones y, sobre todo, un intangible que lo cambia todo: la confianza
Se despierta. Se ducha. El vapor empaña el espejo. Extiende una crema sobre la piel húmeda. Unas gotas de perfume. Una camisa bien planchada. Zapatos que brillan. El café humeante. Un minuto para pensar, para organizar el día, para reunir fuerzas antes de salir a la calle. Un ritual íntimo, repetido millones de veces en el mundo. Y, sin embargo, nada tiene de banal. Porque detrás de ese gesto cotidiano se activa una de las industrias más potentes y silenciosas de nuestra economía.
Esa rutina diaria —cuidarse, vestirse, preparar el día— sostiene fábricas, financia laboratorios, alimenta comercios de barrio y da trabajo a peluqueros, farmacéuticos, diseñadores, científicos y técnicos. Detrás de cada frasco, de cada tubo, de cada gota, hay tecnología, sostenibilidad, exportaciones y, sobre todo, un intangible que lo cambia todo: la confianza con la que cada uno de nosotros se enfrenta al mundo.
El informe “La Esencialidad de la Belleza”
Para hablar de todo ello, acudí a la sede de L’Oréal Groupe el pasado 18 de septiembre. La jornada arrancó temprano con café, mientras llegaban ejecutivos, académicos y representantes institucionales dispuestos a escuchar la presentación de un estudio que buscaba responder a una pregunta poco habitual: ¿qué papel juega la belleza en la economía de un país?
El informe, titulado “La Esencialidad de la Belleza”, fue presentado por Juan Alonso de Lomas, CEO de L’Oréal Groupe España y Portugal. Intervinieron también Val Díez, directora de Stanpa, y la historiadora Ángeles Caso, que recordó que el impulso de embellecerse ha acompañado a la humanidad desde sus orígenes.
La belleza en cifras
El estudio dejó clara una conclusión: la belleza es industria, y su peso económico es mayor de lo que parece. En España, el sector de la cosmética y el cuidado personal aporta ya más del 1 % del PIB nacional.
En 2024, los españoles gastaron 18.800 millones de euros en productos y servicios vinculados a la belleza. Y su consumo crece al doble del resto de la economía.
Las exportaciones consolidan al sector como uno de los campeones silenciosos de la economía española: en 2024 alcanzaron un récord de 9.589 millones de euros, situando a España entre los diez mayores exportadores mundiales de cosmética, por encima de sectores tan icónicos como el vino, el calzado o el aceite de oliva.
El efecto multiplicador
El informe puso también el foco en L’Oréal Groupe como caso de estudio. La compañía emplea directamente a más de 2.800 personas en España, pero su impacto social es mucho mayor.
Por cada puesto directo, se crean 17 empleos adicionales en peluquerías, fábricas de envases, comercios o servicios logísticos. En total, cerca de 50.000 puestos de trabajo, un volumen equivalente al empleo de toda una ciudad como Tarragona.
El impacto económico es igualmente sólido: las actividades de L’Oréal Groupe generan 7.400 millones de euros en ventas y 1.200 millones en impuestos y contribuciones sociales. Solo su planta de Burgos, que exporta el 92 % de lo que produce, sostiene casi 6.000 empleos en la economía española
La industria de la belleza no solo genera empleo: lo hace con un perfil singular. Es uno de los sectores con mayor presencia femenina en posiciones de liderazgo. En España, seis de cada diez puestos directivos en L’Oréal Groupe están ocupados por mujeres, y en el conjunto del sector, más de la mitad de los cargos de gestión recaen en ellas. Un contraste evidente con la media empresarial nacional, que convierte a la cosmética en un motor real de igualdad en la toma de decisiones.
También es un sector que atrae perfiles altamente cualificados. L’Oréal Groupe cuenta con más de 4.000 investigadores en todo el mundo, entre químicos, biólogos, dermatólogos, neurocientíficos y expertos en datos.
De los laboratorios a la medicina preventiva
El informe y las reflexiones que se lanzaron desde L’Oréal Groupe mostraban un panorama que obliga a replantear tópicos. Los laboratorios de belleza trabajan hoy en lo mismo que los hospitales: regenerar células, reparar tejidos, retrasar el envejecimiento biológico.
En las mesas de investigación se estudia la epigenética, la microbiota de la piel o el estrés oxidativo, factores que determinan no solo la apariencia, sino también la salud cutánea a largo plazo. La cosmética, de este modo, se convierte en una forma de medicina preventiva aplicada a la piel. No hablamos solo de cubrir arrugas, sino de anticipar y frenar el daño celular antes de que aparezca.
Tres caminos hacia la nueva cosmética
El futuro de esta investigación se abre en tres direcciones claras:
Primero, las células. El objetivo es encontrar moléculas que actúen como escudos y reparadores. Ingredientes capaces de prevenir la hiperpigmentación, neutralizar el estrés oxidativo que desgasta las células y estimular procesos de reparación que se apagan con los años. Un ejemplo es Melasyl™, una molécula en la que se trabajó durante 18 años y que ha demostrado eficacia clínica en más de 120 estudios.
Segundo, el diagnóstico. La inteligencia artificial se ha convertido en una lupa invisible. Cámaras y algoritmos son capaces de detectar cambios en la piel antes de que sean visibles al ojo humano. Esto abre la puerta a rutinas personalizadas: no envejece igual la piel en Madrid que en San Sebastián, ni es lo mismo tener 40 años que 60 de “edad biológica cutánea”.
No hablamos solo de cubrir arrugas, sino de anticipar y frenar el daño celular antes de que aparezca
Tercero, la prueba sin riesgo. Para llegar a esa precisión, los laboratorios ya trabajan con piel reconstruida y bioimpresión 3D. No son prototipos futuristas: son tejidos vivos que imitan funciones como cicatrización o bronceado. Sobre ellos se prueban moléculas y tratamientos sin necesidad de usar animales, con resultados más rápidos y fieles a la realidad de nuestras pieles. En este sentido, es importante recordar que L’Oréal Groupe dejó de testar sus productos en animales en 1989, catorce años antes de la prohibición establecida por la normativa europea.
Cultivar en vez de extraer
Pero el futuro de la belleza no depende solo de lo que se aplica sobre la piel, sino también de cómo se producen los ingredientes. Ahí entra la llamada ciencia verde, que está cambiando la manera en que entendemos la cosmética:
Biotecnología y fermentación, que permiten producir activos igual que se hace pan o cerveza, con microorganismos que generan compuestos de alto valor.
Extracción limpia, que reduce drásticamente el uso de agua y energía.
Cultivo sostenible, que utiliza microalgas, plantas o bacterias como nuevas fábricas naturales de ingredientes.
Los ejemplos son claros. Con Microphyt se desarrollan activos a partir de microalgas. Con la Universidad Nacional de Singapur se investiga cómo aprovechar la microbiología de los suelos. Y con el proceso Osmobloom, desarrollado en la industria de la perfumería, se extraen aromas de flores sin necesidad de agua y con un gasto energético mínimo.
La otra mitad de la ecuación: envases y planeta
La innovación no se limita a lo que hay dentro del frasco. También está en el frasco mismo. El sector se ha marcado un rumbo: menos plástico virgen, más materiales reciclados o biobasados, y envases recargables. El objetivo es romper con la lógica de usar y tirar y avanzar hacia una cosmética circular, donde el cuidado personal conviva con la responsabilidad ambiental.
De los laboratorios a la vida cotidiana
Todo esto puede sonar lejano, pero en realidad ya toca nuestra vida diaria. La ciencia de la belleza se traduce en gestos muy concretos:
El mejor antiedad sigue siendo el protector solar.
Una rutina corta y constante es más eficaz que un arsenal de frascos.
Escuchar a la piel —rojeces, sequedad, picor— es tan importante como aplicar activos de última generación.
Y, sobre todo, cuidarse no es frivolidad: es bienestar. Quien se siente bien en su piel duerme mejor, rinde más y afronta sus desafíos con otra actitud.
No es vanidad, es salud
La frontera tecnológica de la belleza está hoy en un cruce donde confluyen la biología celular, la inteligencia artificial, la biotecnología y la sostenibilidad. Lo que emerge de ahí no es solo un producto más sofisticado, sino una nueva forma de entender el bienestar: vivir más, pero sobre todo vivir mejor. La longevidad ya no es cuestión de parecer más joven, sino de sentirse capaz y en forma a cualquier edad.
En definitiva, la belleza no adorna: sostiene. Sostiene economías que generan riqueza. Sostiene territorios que producen y exportan. Sostiene personas que, al cuidarse, se descubren más fuertes, más seguras, más capaces. Detrás de cada frasco no hay solo fragancias y texturas. Hay años de investigación científica, inversión en tecnología y un esfuerzo por poner a la persona en el centro.
Y cada vez que repetimos ese gesto cotidiano —mirarnos al espejo, aplicar una crema, perfumarnos antes de salir de casa— participamos, sin darnos cuenta, en una historia mayor: la de cómo la ciencia, la salud y el cuidado personal pueden redefinir el futuro de nuestra vida cotidiana.
Ahí está la clave: vivir más, pero sobre todo vivir mejor. Alargar los años no sirve de nada si no los llenamos de salud, confianza y dignidad. Cada avance científico, cada innovación tecnológica, cada nueva molécula o envase sostenible tiene sentido si contribuye a ese propósito.
La belleza no adorna: sostiene. Sostiene economías, territorios y personas
Porque cuidarse no es un lujo: es un acto de responsabilidad con uno mismo y, por extensión, con la sociedad de la que formamos parte. Ese gesto íntimo —aplicar una crema, elegir un perfume, peinarse con calma— es también un recordatorio de que la verdadera modernidad está en unir ciencia y humanidad, economía y salud, progreso y bienestar.
Al final, la belleza no es solo cuestión de estética: es una manera de reivindicar la vida. Una vida más larga, sí, pero sobre todo más plena, más consciente y humana.
Se despierta. Se ducha. El vapor empaña el espejo. Extiende una crema sobre la piel húmeda. Unas gotas de perfume. Una camisa bien planchada. Zapatos que brillan. El café humeante. Un minuto para pensar, para organizar el día, para reunir fuerzas antes de salir a la calle. Un ritual íntimo, repetido millones de veces en el mundo. Y, sin embargo, nada tiene de banal. Porque detrás de ese gesto cotidiano se activa una de las industrias más potentes y silenciosas de nuestra economía.