Es noticia
No rompas la raqueta: el poder de controlar tu frustración
  1. Mercados
  2. El Arte de Crear
Sonia Pardo

El Arte de Crear

Por

No rompas la raqueta: el poder de controlar tu frustración

La dificultad para gestionar contratiempos afecta al rendimiento, las relaciones y la salud mental, pero aprender a regular emociones y cultivar paciencia puede transformar la manera en que enfrentamos los desafíos

Foto: El kazajo Alexander Bublik rompiendo su raqueta. (EFE/Peter Schneider)
El kazajo Alexander Bublik rompiendo su raqueta. (EFE/Peter Schneider)

Un tenista falla una bola fácil. Aprieta los dientes, levanta la vista al cielo y estampa la raqueta contra el suelo. Una vez. Dos. Tres. El metal se dobla, el plástico se rompe, la rabia se escapa. El público contiene la respiración. Hay algo hipnótico en ver a alguien perder el control, como si contemplar la frustración ajena aliviara la nuestra. En todas las pistas del mundo se repite la escena. Pero nunca en los partidos de Rafa Nadal.

"Para mí, romper una raqueta significa que no tengo el control de mis emociones", dijo una vez el propio Nadal. Su tío y entrenador, Toni Nadal, se lo enseñó desde niño: perder los nervios es perder el respeto. No solo hacia el rival, sino hacia el juego. La calma, insistía, también se entrena. Porque si no dominas tus emociones, ellas te dominarán a ti.

La inteligencia emocional —esa capacidad de detenerse un segundo antes de explotar, de respirar antes de reaccionar— es el músculo invisible que se nos está atrofiando a la velocidad digital de un reel.

Donde la intolerancia a la frustración grita, la inteligencia emocional escucha. Donde la intolerancia exige, la inteligencia emocional comprende. Donde la intolerancia se rinde, la inteligencia emocional resiste. Esa diferencia explica más de lo que creemos: no solo quién gana un partido, sino quién sobrevive al ritmo del mundo actual.

Foto: tener-paciencia-vida

Vivimos en un tiempo impaciente. En el aula, en la oficina, en la carretera, en casa. La intolerancia a la frustración se ha convertido en una mancha silenciosa. Nos desarma mentalmente, reduce el rendimiento y aún más la concentración.

A los estudiantes les hace suspender; a los empleados, rendir menos, ser menos creativos y discutir más; a las parejas, separarse por nimiedades; a las sociedades, polarizarse hasta el grito. No hay algoritmo que la arregle ni inteligencia artificial que la maquille. Cuando no sabemos manejar la frustración, la paciencia se desvanece, el diálogo se crispa y la vida se vuelve insoportable.

Queremos resultados sin proceso, recompensas sin espera, éxito sin esfuerzo. Pero muy pocas cosas caben en 5 segundos. No se puede construir una carrera en 3 meses ni un cuerpo fuerte en 2 semanas. No se aprende un idioma en 2 horas ni se arregla una relación con un mensaje.

Qué es, en realidad, la intolerancia a la frustración

Los psicólogos la llaman intolerancia a la frustración, pero podríamos describirla simplemente como la dificultad de soportar que la vida no obedezca nuestros planes.

Es un concepto que nació en los años sesenta, cuando el terapeuta Albert Ellis, fundador de la Terapia Racional Emotiva, observó que las personas no sufrían tanto por lo que les ocurría, sino por lo que creían que "debería" ocurrir.

Foto: partido-mente-rafa-nadal-cirujana Opinión

De esas creencias irracionales nacen frases como "esto no debería pasarme", "no puedo soportarlo", "la vida debería ser más fácil". Cuando esos pensamientos se instalan, cualquier contratiempo se convierte en amenaza: un suspenso parece un fracaso vital, una crítica se siente como una humillación, una espera se vive como una injusticia.

La intolerancia a la frustración no mide cuánto duele algo, sino cuánto creemos que lo podemos soportar. Y cuando esa capacidad se debilita, el cerebro reacciona con estrés, ansiedad y evitación. La amígdala —el centro del miedo— toma el control, y la corteza prefrontal —la que regula y piensa— se apaga.

Entonces perdemos el equilibrio: reaccionamos antes de entender, hablamos antes de escuchar, rompemos la raqueta antes de aceptar que también en el juego, como en la vida, a veces se falla.

Foto: cesar-bona-profesor-frustrazion-parte-aprendizaje-1qrt

La tolerancia a la frustración predice el rendimiento académico

Un estudio reciente, publicado en 2025 por las investigadoras Ana María Ruiz-Ortega y María Pilar Berrios-Martos, analizó a más de 600 universitarios. El estudio demostró que controlar lo que sientes y resistir cuando algo no sale bien importa tanto o más para aprobar como ser brillante o tener buena memoria.

Los estudiantes que sabían regular sus emociones obtenían mejores notas, soportaban mejor la presión y sufrían menos agotamiento. Los que no, se rendían antes, se desconectaban, abandonaban. Lo que ocurre en las aulas ocurre también en la vida: la frustración te destruye si no la sabes manejar.

Cómo se entrena la tolerancia a la frustración

La tolerancia a la frustración no se hereda, se entrena. Es como un músculo: si no lo usas, se atrofia; si lo ejercitas, te permite resistir mejor. Pero vivimos en un mundo que nos ha puesto en forma para lo contrario. Un mundo de clics instantáneos, de entregas en 24 horas, de series que se devoran sin pausa, de promesas de "cambia tu vida en siete días". Hemos aprendido a pulsar, no a esperar.

Foto: arte-crear-chispa-resistir Opinión

Si el vídeo tarda tres segundos en cargar, nos enfadamos. Si alguien no responde un mensaje al momento, sentimos que nos ignoran. Si la vida no avanza al ritmo de la pantalla, creemos que algo falla. Nos hemos vuelto impacientes con todo, incluso con nosotros mismos.

En cambio, la espera es el gimnasio de la mente, el lugar donde se trabaja la calma, donde el carácter se moldea en silencio. Aprender a esperar te permite dominar el tiempo sin dejar que el tiempo te domine a ti. Porque en ese espacio entre lo que queremos y lo que llega, se construye lo que somos capaces de soportar… y de alcanzar.

Superar la frustración empieza en la voz con la que nos hablamos cuando algo no sale como esperábamos. Pasar de "esto no debería pasarme" a "esto está pasando, y puedo soportarlo".

Cada vez que resistimos el impulso de responder con rabia, estamos reeducando al cerebro. La neurociencia lo explica: la amígdala, ese pequeño centro del miedo y las reacciones impulsivas, se calma cuando entra en juego la corteza prefrontal, la parte que piensa, regula y decide.

Es una conversación silenciosa entre el miedo y la razón. Un pulso invisible que ganamos cada vez que elegimos respirar en lugar de estallar.

Y aunque no se vea, esa elección cambia todo: cambia la química, cambia el rumbo de la reacción, cambia lo que somos capaces de construir después.

Foto: mel-robbins-trampa-emocional-controlar-demas-1qrt

El psicólogo James Gross, de Stanford, lo demostró en sus estudios sobre regulación emocional: las personas que saben reinterpretar lo que les ocurre manejan mejor la frustración y sufren menos estrés. No niegan lo que sienten, pero le dan un nuevo sentido. En lugar de pensar "he fracasado", piensan "estoy aprendiendo". En lugar de decir "esto me supera", dicen "esto me está entrenando".

Y eso se practica. No hace falta irse a un retiro ni leer manuales de autoayuda. Se entrena en lo cotidiano. En esos segundos invisibles que separan el impulso de la reacción.

  • Cuando estás a punto de responder un mensaje con rabia y eliges dejarlo para mañana.
  • Cuando te muerdes la lengua justo antes de decir algo que sabes que dolerá.
  • Cuando un error te avergüenza y decides no esconderlo, sino aprender de él.
  • Cuando respiras hondo en medio de una discusión y eliges escuchar en lugar de ganar.
  • Cuando admites que algo te duele, pero no huyes.
  • Cuando esperas sin mirar el móvil, aunque todo tu cuerpo pida distracción.
Foto: jordi-segues-consultor-es-lo-que-hay-frase-repito-1qrt

Cada microgesto cuenta. Cada vez que eliges no reaccionar, estás enseñando al cerebro una nueva manera de estar en el mundo.

Y con el tiempo, sin darte cuenta, lo que antes te alteraba deja de tener tanto poder sobre ti. La calma, como la fuerza, se construye con repeticiones.

A esta conclusión llegaron las neurocientíficas Britta Hölzel y Sara Lazar, del Hospital General de Massachusetts. Demostraron que ocho semanas de meditación diaria bastan para fortalecer la corteza prefrontal y reducir la reactividad de la amígdala. En otras palabras: la calma se puede aprender.

Foto: mario-alonso-puig-medico-divulgador-inteligencia-emocional-1qrt

Para entrenar la calma y la concentración necesitas estar en el presente

El neurocientífico Andrew Huberman, de Stanford, lo explica así: "Cada vez que eliges no distraerte, estás entrenando tu circuito de concentración." Y el psicólogo Matthew Killingsworth, de Harvard, lo comprobó: pasamos casi la mitad del tiempo divagando, pensando en lo que podría pasar o en lo que ya pasó.

Y cuanto más lo hacemos, menos felices somos. Pensamos tanto en el futuro que nos olvidamos de estar presentes. Y sin presente, no hay calma posible ni buenas decisiones.

Foto: meditar-trucos-semanales-bienestar

La valentía de brillar lo que somos

Cuando trabajas la calma, controlas la frustración. Cuando controlas la frustración, entrenas la inteligencia emocional. Y cuando entrenas la inteligencia emocional, aprendes a reencuadrar la vida: a ver en cada obstáculo una oportunidad de crecimiento. Desde ese espacio —el que aparece entre el impulso y la reacción— podemos hacernos las preguntas que de verdad importan.

Dejar brillar lo que la frustración apaga

¿Hay algo en ti que no estás dejando brillar por tu intolerancia a la frustración? Tal vez sea una vocación que dejaste a medias, un sueño que te cansaste de perseguir, una versión de ti que se rindió antes de florecer.

Y es que la frustración actúa como un espejo empañado. No nos deja ver con claridad quiénes somos ni todo lo que podríamos llegar a ser. Cuando no se gestiona, apaga la luz interior y nos convence de que es mejor no intentar para no fallar.

Pero si te atreves a mirar de nuevo, con calma y sin miedo, descubres que ese mismo espejo puede volverse una brújula: te muestra dónde duele y, por tanto, dónde está lo que de verdad te importa.

Foto: estres-decidir-autocuidado-inteligencia-emocional-1hms Opinión

Un día, una persona muy especial me dijo algo que se me quedó grabado: "¿Y si empezar bien el día solo fuera cuestión de mirarte en el espejo adecuado?". No el que mide lo que te falta, sino el que te devuelve la mirada de quien todavía confía, de quien se levanta dispuesto a intentarlo una vez más. Ese espejo lo llevamos dentro. Mírate ahí cada mañana y permítete brillar, aunque tardes, aunque aún no salga perfecto.

Decir lo que sientes antes de que sea tarde

También podrías preguntarte si de verdad dices lo que sientes a las personas que te importan. Porque cuando no lo hacemos, la frustración se esconde en los silencios: se acumula en la garganta, en los malentendidos, en las oportunidades perdidas.

Y un día nos damos cuenta de que perdimos algo que valía la pena —un amor, una amistad, una segunda oportunidad— solo por miedo a mostrar vulnerabilidad. La inteligencia emocional no es solo autocontrol; también es conexión. Es tener el valor de decir "esto me importa" antes de que el silencio se vuelva distancia.

Foto: mario-alonso-puig-ansiedad-estre-experto-1qrt

El propósito: el ancla en medio de la tormenta

Una de las formas más poderosas de vencer la frustración es tener un propósito sólido. Cuando sabes por qué haces lo que haces, el cansancio se aguanta mejor y la espera se hace más llevadera.

Tener un propósito es como tener un faro encendido en mitad del temporal. No detiene las olas, pero te recuerda hacia dónde remar. La ciencia lo ha confirmado una y otra vez. La psicóloga Angela Duckworth lo llama grit: esa mezcla de pasión y perseverancia por los objetivos a largo plazo.

En sus estudios descubrió que los más constantes no eran los más brillantes, sino los que aguantaban cuando los demás se rendían. Que el talento abre la puerta, pero la perseverancia la cruza. Y que, a menudo, el éxito no depende de correr más rápido, sino de no abandonar la carrera.

El propósito actúa como un ancla emocional. La motivación profunda es esa voz interior que dice "sigue" cuando la mente ya está cansada. No nace de la inmediatez, sino del sentido: de sentir autonomía (libertad), de querer mejorar algo, de formar parte de algo más grande que uno mismo. Cuando ese vínculo existe, la frustración no desaparece, pero cambia de nombre. Ya no es un muro contra el que chocas, sino un gimnasio que entrena tu mente. Y entonces entiendes que cada obstáculo que resistes te hace más fuerte, más paciente, más tú.

Y ésa es la diferencia entre la prisa y el propósito: la prisa busca resultados; el propósito busca dirección: hacia dónde vas y por qué, aunque lleve tiempo y no lo veas ¡ya!

Esa resistencia —ese músculo invisible que mezcla propósito, paciencia y confianza en el largo plazo— es la forma más profunda de inteligencia emocional.

  • La de seguir creyendo cuando nadie más que tú ve el resultado,
  • la de seguir trabajando cuando nadie te aplaude,
  • la de seguir confiando en ti, aunque el camino se haga largo.

Porque al final, cuando el propósito es claro, incluso la espera tiene sentido. Por eso, recuerda: la calma no te hace lento, te hace resistente.

La gran victoria

En el fondo, de eso se trata todo esto: de no rendirse antes de florecer, de hablar con el corazón, aunque tiembles, de recordar que lo importante lleva tiempo. De que la vida no se conquista en un clic, ni la felicidad se mide en segundos.

Y quizá la gran victoria sea esta: mirarse en el espejo adecuado y seguir intentando brillar sin romper la raqueta.

Un tenista falla una bola fácil. Aprieta los dientes, levanta la vista al cielo y estampa la raqueta contra el suelo. Una vez. Dos. Tres. El metal se dobla, el plástico se rompe, la rabia se escapa. El público contiene la respiración. Hay algo hipnótico en ver a alguien perder el control, como si contemplar la frustración ajena aliviara la nuestra. En todas las pistas del mundo se repite la escena. Pero nunca en los partidos de Rafa Nadal.

Psicología Estrés Toni Nadal