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La mala educación de jugar a la bolsa
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Vicente Varó

No Brain, No Gain

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La mala educación de jugar a la bolsa

Llámenme exagerado o maniático, pero hay una expresión que no soporto: “Jugar a la bolsa”. Sin duda, ocupa un lugar destacado en mi lista de frases

Llámenme exagerado o maniático, pero hay una expresión que no soporto: “Jugar a la bolsa”. Sin duda, ocupa un lugar destacado en mi lista de frases odiadas, junto al topicazo “¿Y ahora qué?” en los titulares de los periódicos o el “No pudo ser” en los deportivos. En el caso de la primera, todavía me gusta menos porque creo que es el resultado de un sistema de educación financiera equivocado: los juegos de bolsa.

Como todos sabréis, se trata de competiciones virtuales en las que suele ganar un premio, más o menos simbólico, quien obtiene una mayor rentabilidad al cabo de un tiempo. Ojo, no pongo en duda que estén hechos con la mejor intención, acercar a la gente a los mercados financieros, pero el precio que se paga es demasiado alto. Voy a intentar explicar por qué lo veo así  en cinco puntos.

  1. Asociación de ideas peligrosa. El ser humano no puede evitar la asociación de ideas, une mentalmente conceptos en cuanto tiene la oportunidad. Y si ésta se produce cuando se está aprendiendo sobre algo, la conexión puede permanecer largo tiempo en la mente aunque sea equivocada.  Juego y bolsa lo llevamos muchos marcados desde nuestras épocas universitarias. Y todos sabemos que cuando se pierde dinero como ha pasado los últimos meses la bolsa no es ningún juego, sino una realidad contundente y dolorosa.
  2. Aciertismo. El término jugar lleva apareada la idea de ganar, y ésta la de acertar. En los juegos de bolsa se “aprende” que quién se lleva los honores y el premio final es el que más acierta. Los demás quedan en el olvido. Por lo tanto, se engrandece la utililidad del acierto y se minimiza la del error, hasta casi hacerla desaparecer. Quien conoce los mercados sabe que acertar mucho puede ser irrelevante. A veces, un solo error acaba con lo conseguido en miles de aciertos. Y muchos de los errores que mejor preservan patrimonio lo hacen sabiendo gestionar mejor los fallos que los aciertos.
  3. Los factores emocionales, decisivos en la vida real, desaparecen. En los juegos, cuando se toma la decisión de comprar o vender, se hace y punto. Total, la peor consecuencia puede ser no ganar el juego. Quizá te pueda entrar alguna duda, pero nada comparable a lo que sucede cuando estás invirtiendo tu dinero real. Entonces, las ambiciones, los miedos y las incertidumbres pueden nublar tu capacidad de tomar decisiones. Tanto en la selección de valores, como en los momentos de comprar y vender, estos factores psicológicos acaban marcando la operativa de los inversores en los mercados financieros.
  4. Sin comisiones ni impuestos. Los juegos de bolsa (o CFDs o futuros…), sobre todo la mayoría de los impulsados por brokers, tienden a minimizar (si es que lo consideran) el impacto que acaban teniendo en la rentabilidad final tanto las comisiones por operaciones como los impuestos. Sobre todo las primeras. Cuando el “jugador” intenta trasladar esta operativa a sus operaciones en mercado, llega la cruda realidad.
  5. Todos iguales. En los juegos de bolsa, todos los participantes suelen partir de una misma posición. Es igual para todos y el objetivo es idéntico. De esta manera, no se tiene en cuenta que cada inversor es diferente y tiene unas necesidades financieras distintas.  Por ejemplo, en la vida real para la mayoría de los españoles, por su carácter conservador, ganar equivale a no perder.

En resumen, el uso de los juegos de bolsa, por lo menos los conocidos, como una herramienta para acercar a los ciudadanos, y particularmente a los jóvenes, a los mercados financieros tiene muchos peligros. Sobre todo, que fomenta un proceso de toma de decisiones inadecuado y con resultados perversos en muchas ocasiones. Para mí, es parte de la “mala educación financiera” que recibimos a lo largo de nuestra vida.

Llámenme exagerado o maniático, pero hay una expresión que no soporto: “Jugar a la bolsa”. Sin duda, ocupa un lugar destacado en mi lista de frases odiadas, junto al topicazo “¿Y ahora qué?” en los titulares de los periódicos o el “No pudo ser” en los deportivos. En el caso de la primera, todavía me gusta menos porque creo que es el resultado de un sistema de educación financiera equivocado: los juegos de bolsa.