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Pablo Isla, con su incorporación a Inditex, se quita la etiqueta de hombre de Rato
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Jesús García

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Pablo Isla, con su incorporación a Inditex, se quita la etiqueta de hombre de Rato

La política y la empresa van en demasiadas ocasiones de la mano en España. Es una combinación que suele apretar demasiado el cuello de los gestores

La política y la empresa van en demasiadas ocasiones de la mano en España. Es una combinación que suele apretar demasiado el cuello de los gestores que tratan de hacer su labor lo más lejos posible de las influencias políticas.

Pablo Isla ha tratado de situarse siempre lejos de esas influencias, aunque desde que se incorporó a Patrimonio del Estado, participó en la privatización de la entonces Tabacalera y Aldeasa, posteriormente pasó al Banco Popular, y después llegó en 2000 a Altadis, en sustitución de César Alierta, que se fue a Telefónica, le ha perseguido la etiqueta de hombre nombrado por Rato. Pero, como dice Aznar, no existen las privatizadas sino las privadas. Este hombre respira filosofía por los cuatro costados.

Por eso la idea del cambio de presidentes de las grandes compañía españolas que fueron privatizadas por el PP, y cuyos máximos ejecutivos fueron nombrados a dedo, se ha tornado tan complicada para el PSOE, aunque algunos ya hayan sido descabalgados. Recientemente salía Fernández Norniella de Ebro Puleva y Fernández Olano hacía lo propio de Aldeasa, tras la OPA de Autogrill, y era nombrado –oh, casualidad- Javier Gómez Navarro, ex ministro de Comercio y Turismo, ex secretario de Estado del Deporte en el Gobierno de Felipe González.

Ha sido una de las últimas operaciones de Pablo Isla. Esta especie de auto-OPA en la que finalmente Altadis y los Benetton se quedan con la resultante de Autogrill y Aldeasa, tras un calentamiento a fuego lento del valor a cuenta de los sucesivos grupos de capital riesgo por hacerse con la compañía y, por supuesto, el tufo político de fondo tras la entrada en juego de Fomento y AENA por las condiciones de los contratos de Aldeasa .

Este país tiene dificultades para el cambio empresarial porque los políticos de ambos bandos -no suele haber demasiado distinción hasta que no se demuestre lo contrario- quieren, por lo general, más poder del que les confieren las urnas.

Pablo Isla, 44 años, consigue con este fichaje como consejero delegado del grupo Inditex el salto definitivo a la empresa privada, ajena a la regulación, a las decisiones directas del BOE y a los caprichos colaterales de los Gobiernos de turno. Ahora le espera una vida de gestión plena en la que debe demostrar cómo se hacen las cosas, sin interferencias, a no ser la de los accionistas y el socio mayoritario y fundador Amancio Ortega, que ha demostrado tener ojo clínico una vez más.

Isla ha conseguido consolidar la fusión entre una empresa española y otra francesa, algo increíble hace sólo diez años, y ha trabajado duro en la internacionalización, aunque se le pusieron muy cuesta arriba las cosas cuando fracasó con las compras de la italiana ETI, la alemana Reemstma y la austriaca Austria Tabak.

Las compras de la tabaquera marroquí RTM y la rusa Balkan y sus aportaciones están detrás de los beneficios del primer trimestre de Altadis, que, por cierto, ha optado por Antonio Vázquez, también uno de los artífices de la internacionalización de la empresa y uno de los mayores expertos del mundo en el negocio de cigarros, como sucesor de Isla.

Pablo Isla, que ha visto cómo la acción de Altadis ha mejorado algo más del 100% durante su mandato, se ha enfrentado a las presiones políticas de los distintos gobiernos de las comunidades autónomas tras anunciar el cierre de ocho fábricas y suprimir el 17 % de la plantilla.

Pero es precisamente el negocio internacional de Inditex el que le toca desarrollar, con un equipo joven y la vigilancia intensiva de Amancio Ortega y de José María Castellanos, que se va a dedicar al área de responsabilidad corporativa de la empresa.

Pablo Isla salta a la arena de la gestión privada, de una ‘no privatizada’. El auténtico campo de batalla donde deberá demostrar de nuevo su capacidad de gestión, sin etiqueta política alguna. Incluso, si se lo propone, puede ya dejar de fumar esos fortunas ligths con que ameniza sus cortas sobremesas de trabajo. Suerte y al paño.

La política y la empresa van en demasiadas ocasiones de la mano en España. Es una combinación que suele apretar demasiado el cuello de los gestores que tratan de hacer su labor lo más lejos posible de las influencias políticas.

Pablo Isla