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La opacidad de los bancos centrales y el inquietante comportamiento del interbancario
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Jesús García

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La opacidad de los bancos centrales y el inquietante comportamiento del interbancario

El lenguaje de los banqueros centrales es una especie de galimatías que los mercados tratan de desentrañar. Mensajes subliminales que seguramente escribe algún financiero sin corazón

El lenguaje de los banqueros centrales es una especie de galimatías que los mercados tratan de desentrañar. Mensajes subliminales que seguramente escribe algún financiero sin corazón para dar apariencia de neutralidad. Pero ésta es imposible.

Los bancos centrales de Europa y Reino Unido no han tocado las referencias de tipos de interés pese a las presiones políticas y a la musculatura de un euro que atenaza claramente las exportaciones de países como Italia y Alemania.

Mervyn King no ha respondido a las expectativas para evitar que se piense que la cosa está peor de lo previsto y ha preferido optar por la ortodoxia. Tiene el sistema financiero hecho unos zorros. Además, no podía justificar cómo hasta ahora su intención era subir hasta el 6% los tipos y desde este momento tiene que plantearse algo muy diferente.

Los banqueros centrales sufren un extraño estado de paroxismo porque, entre otras cosas, incumplen los criterios mínimos de transparencia que tanto exigen a las entidades bancarias.

Trichet ha arrumbado de su discurso la idea de una política acomodaticia y algunos expertos han querido entender que estamos ante la posibilidad cuasi cierta de que no va a subir el precio del dinero, al menos por ahora, tal y como tenía previsto y había anunciado en sus últimas intervenciones.

Insiste en los supuestos riesgos inflacionistas, que son difíciles de creer con unos precios en el umbral de los objetivos del BCE. Han faltado referencias más explícitas respecto a la fortaleza del euro, que ha caído una figura en las horas previas a la reunión del banco central.

Sin embargo, ni Mervyn King y Jean-Claude Trichet han solventado el problema principal que tienen sobre la mesa. Unos mercados interbancarios de comportamiento irracional y en los que la desconfianza de los buenos gestores del riesgo y la liquidez hacia los malos está obligando a que el BCE actúe como árbitro constantemente, lo que provoca no pocas injusticias.

La discrecionalidad de los bancos centrales en el trato por igual con el fin de evitar males mayores resulta atorrante para los tesoreros de los bancos y las cajas, que siguen observando con preocupación la marcha diaria de este mercado. El Euribor mantiene una curva quebrada, con el 3 meses en el 4,77% y el anual en el 4,70%. Además, los mercados de deuda privada a medio y largo plazo están a medio gas, aunque la actividad a corto, especialmente pagarés, sigue su curso sin grandes problemas.

La paralización de emisiones -con algunas salvedades como la última de Enel o la del Santander- es el otro problema que subyace en toda esta crisis porque, de seguir así las cosas, el cierre del grifo de la financiación acabará por sembrar el nerviosismo entre los gestores de las grandes compañías. El fin de la fiesta del crédito ha cogido a todos con el pie cambiado. Detrás de las grandes operaciones empresariales de los últimos años hay un apalancamiento gigantesco que no todas han sabido gestionar bien y tienen solucionado.

Son los asuntos que nunca entran en el discurso melifluo de los gobernadores de los bancos centrales. Prefieren no hablar de lo que no controlan y se limitan a decir que no tienen suficiente información. Una explicación tan increíble como inquietante.

El lenguaje de los banqueros centrales es una especie de galimatías que los mercados tratan de desentrañar. Mensajes subliminales que seguramente escribe algún financiero sin corazón para dar apariencia de neutralidad. Pero ésta es imposible.