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Desmitificando la valoración de empresas
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Juan Gómez Bada

Rumbo Inversor

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Desmitificando la valoración de empresas

Ni siquiera los fundadores, directivos y dueños de las empresas saben cuánto valen sus negocios. Pueden tener una idea personal, pero no pueden cuantificarlo

Foto: Foto: iStock.
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Cuando una auditora o un banco de inversión con prestigio hace una valoración de una compañía de 300 páginas, muchos dan por bueno ese valor. El problema surge cuando aparece otro valorador con similar prestigio que da un precio muy diferente a la empresa. La nueva valoración podría ser inferior a la décima parte o superior a diez veces más.

Entonces se tiende a pensar que alguno se ha equivocado con los cálculos, pero no suele ser cierto. Los números normalmente están bien. La diferencia de las valoraciones está en las diferentes expectativas de resultados de la compañía o precio de venta futuro de la misma.

Debemos ser conscientes de que comprar acciones de una empresa nos da derecho a participar en el reparto de beneficios futuros, no pasados, y éstos son absolutamente inciertos. Nadie sabe cuales serán ni los ingresos, ni los gastos, ni los beneficios o pérdidas de una compañía dentro de 5 ó 10 años.

Foto: Bolsa de Madrid

No sabemos si van a ser capaces de desarrollar o no nuevos negocios, ni cómo va a evolucionar el comportamiento de los clientes, ni si van a aparecer nuevos competidores con productos o servicios más baratos o mejores, ni si los proveedores van a seguir ofreciendo el mismo servicio al mismo precio, etcétera. En todo negocio hay mucha incertidumbre con la que debemos convivir.

Para darnos cuenta de esto podemos mirar hacia atrás. La mayoría de las valoraciones que se hicieron hace 20 años pecaron o de muy optimistas o de muy conservadoras. Rarísima es aquella que ha hecho un descuento de flujos de caja y de márgenes de beneficios que más o menos se haya cumplido.

Otra opción es ver la diferencia de percepción que existe en grandes cotizadas que cuentan con varias valoraciones de analistas o inversores. Un ejemplo conocido es Tesla, unos pueden pensar que vale cero y que va a quebrar, al tiempo que otros consideran que vale varias veces más de lo que marca su cotización. Tesla no es una excepción, es la norma. La mayoría de los valores más líquidos tienen inversores que apuestan a la baja porque consideran que las empresas valen mucho menos de lo que cotizan al tiempo que otros muchos inversores creen que valen significativamente más. Ni existiendo un precio de mercado coinciden las valoraciones.

Foto: Tienda de Tesla en Berlín. (Reuters)

Teniendo en cuenta la realidad que hay detrás de las compañías es sorprendente que podamos pensar que un valorador independiente, en el hipotético caso de ser realmente independiente, pueda actuar como notario y dar una especie de fe pública sobre cuánto vale una empresa. Esto solamente puede ser admitido por alguien que jamás ha hecho un modelo de valoración y que además tiene idealizado el concepto de empresa como algo estático.

Entiendo que en determinadas disputas entre inversores puedan utilizarse las valoraciones independientes para resolverlas, pero no debemos olvidar que siempre son injustas. Por ello, en la medida de lo posible, se deben fomentar mecanismos que faciliten la negociación entre las partes o incluso la subasta pública de la empresa.

Ni siquiera los fundadores, directivos y dueños de las empresas saben cuánto valen sus negocios. Pueden tener una idea personal de a partir de qué nivel venderían su participación, pero no saben cuanto dinero les hará ganar o perder su compañía.

Cuando una auditora o un banco de inversión con prestigio hace una valoración de una compañía de 300 páginas, muchos dan por bueno ese valor. El problema surge cuando aparece otro valorador con similar prestigio que da un precio muy diferente a la empresa. La nueva valoración podría ser inferior a la décima parte o superior a diez veces más.

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