Rumbo Inversor
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Invertir es confiar en el trabajo de alguien
A menudo se concibe la inversión como comprar un activo que genera rentas o se revaloriza, sin necesidad de hacer nada
A menudo se concibe la inversión como comprar un activo que genera rentas o se revaloriza, sin necesidad de hacer nada. Esta simplificación hace perder a muchos inversores la perspectiva de lo que realmente están haciendo con su dinero.
Si una inversión paga intereses o dividendos es porque alguien está haciendo un trabajo útil para otros. No olvidemos que detrás de los índices bursátiles, fondos de inversión, bonos y acciones hay empresas. Éstas no son máquinas programadas para fabricar billetes, sino organizaciones que realizan un trabajo útil para otros: sus clientes. Y cobran por ello. Los ingresos que reciben sirven para pagar a todos los que participan: salarios a empleados, facturas a proveedores, intereses a los acreedores, impuestos a Hacienda y, por último, dividendos al capital.
Si esto no fuera así, la empresa en la que invertimos no podría pagarnos y perderíamos nuestra inversión. Es decir, cuando invertimos estamos confiando en el trabajo de una o varias personas y debe haber motivos para confiar. Estamos arriesgando nuestro capital a cambio de tener el derecho a participar en el fruto de una actividad que dirige alguien y que normalmente necesita de tiempo y del trabajo de muchas otras personas.
Debe haber motivos objetivos por los que podamos confiar en unas personas y en otras no
En toda inversión hay una cadena de trabajo y de confianza depositada en otras personas que debemos comprender. Por ejemplo, cuando se invierte en un fondo de inversión se confía en el trabajo de quien selecciona las inversiones, éste confía en el trabajo de los máximos dirigentes de las empresas en las que decide invertir y los máximos dirigentes confían en los directivos de primera línea y en los proveedores más relevantes; los directivos de primera línea, a su vez, confían en el trabajo de quienes dependen de ellos y de los proveedores que contratan, y así sucesivamente.
En esta cadena de trabajo (e inversión), la confianza en otras personas no puede, ni debe, ser ciega. Debe haber motivos objetivos por los que podamos confiar en unas personas y en otras no: querremos conocer su formación, experiencia, hasta qué punto sus intereses están alineados con los nuestros, cuánto nos cobra por su trabajo, cual es el resultado de su trabajo previo, cómo piensa, cómo tiene previsto realizar su trabajo, modelo de negocio, ventajas competitivas, propuesta de valor diferencial hacia sus clientes, etcétera.
Después, con el tiempo, vendrán los resultados. Si estos son positivos, llegarán los dividendos, las revalorizaciones que crecen con tipo de interés compuesto, etc. Si los resultados a largo plazo no son los esperados, puede que haya habido mala suerte, pero también es posible que no hayamos seleccionado a la persona adecuada. Será el momento de las comparaciones y podremos juzgar el desempeño de las personas en las que hemos confiado.
Detrás de toda inversión hay mucho trabajo. Todo inversor debe vigilar sus inversiones y replantearse recurrentemente si está confiando en la persona o personas adecuadas. Pensar que todas las inversiones son similares, que la rentabilidad se genera sola y dedicar poco esfuerzo a decidir en quién confiar, es la manera más sencilla de que nuestro dinero viaje poco a poco hacia los bolsillos de otros.
A menudo se concibe la inversión como comprar un activo que genera rentas o se revaloriza, sin necesidad de hacer nada. Esta simplificación hace perder a muchos inversores la perspectiva de lo que realmente están haciendo con su dinero.
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