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Juan Gómez Bada

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Esperanza, anestesia y complacencia

Los inversores no debemos ser agoreros, pero tampoco echar las campanas al vuelo. Debemos estar preparados para todo tipo de escenarios

Foto: Foto: Istock
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Los mercados financieros ponen precio a las expectativas económicas de los negocios y normalmente se adelantan a otros indicadores de crecimiento como el PIB o el empleo. Desde marzo de 2020 los inversores estamos pensando en la etapa poscovid, y de una manera más generalizada, desde el anuncio del descubrimiento de las vacunas en noviembre del año pasado.

La verdad es que nos está costando dejar la pandemia atrás mucho más de lo inicialmente esperado, pero como seguimos viendo cada vez más cerca la luz al final del túnel seguimos caminando a buen ritmo y con la esperanza puesta en el fin de todo tipo de restricciones.

Es un momento difícil de definir. Por un lado, la actividad económica sigue a medio gas, sobre todo en los países en desarrollo. Por otro, la mejora es evidente y continua: cada mes estamos mejor que el anterior, con más parte de la población inmunizada y con la tasa de mortalidad de la pandemia descendiendo muy rápidamente.

Foto: El turismo de playa vuelve a tirar del empleo. (EFE)

Además, se mantienen todos los efectos de la anestesia: liquidez abundante y a muy bajo coste, posibilidad de ERTE para las empresas que lo necesiten, los créditos avalados pendientes de devolver, las ayudas de la Unión Europea a la vuelta de la esquina y muchas empresas y empleos artificialmente sostenidos gracias a la moratoria concursal.

La duda razonable en estos casos es si la economía tendrá la fuerza necesaria para hacer frente al dolor que provocará en algunas partes del tejido productivo el final de los efectos de la anestesia. El mercado ha emitido su veredicto: habrá fuerte reactivación económica y si esta tarda en llegar, habrá más anestesia.

Foto: El presidente de EEUU, Joe Biden. (EFE)

Esta coyuntura es positiva en términos generales porque genera confianza en la actividad, pero también tiene un riesgo: una excesiva complacencia. Y hay síntomas claros de dicha complacencia en los mercados. Los múltiplos que se pagan por las compañías son históricamente muy elevados y a menudo, se vende la piel del oso antes de cazarlo. Un ejemplo evidente son las SPAC, que venden la expectativa de compra de una sociedad sin definir a un precio por determinar. También se observa en los planes de negocio y valoraciones de muchas otras cotizadas: cada vez se incluye más crecimiento inorgánico “por ejecutar” en los números que sustentan las valoraciones.

Por estos motivos, creo que los inversores no debemos ser agoreros, pero tampoco echar las campanas al vuelo. Debemos estar preparados para todo tipo de escenarios, buscando excelentes negocios en el largo plazo y vigilando el precio que pagamos por los activos en los que invertimos.

*Juan Gómez Bada es director de inversiones de Avantage Capital y asesor de Avantage Fund

Los mercados financieros ponen precio a las expectativas económicas de los negocios y normalmente se adelantan a otros indicadores de crecimiento como el PIB o el empleo. Desde marzo de 2020 los inversores estamos pensando en la etapa poscovid, y de una manera más generalizada, desde el anuncio del descubrimiento de las vacunas en noviembre del año pasado.

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