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Juan Gómez Bada

Rumbo Inversor

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Vivir con inflación, no en recesión

Los bancos centrales están subiendo tipos de interés para que esta no se dispare, pero no están demasiado interesados en que vuelva rápidamente al 2%

Foto: Indicador Ibex 35. (EFE/Altea Tejido)
Indicador Ibex 35. (EFE/Altea Tejido)

—«No conozco a nadie que no espere una recesión» —Me indicó un amigo hace unos días.

—«Bueno, entonces ya has encontrado al primero» —Contesté.

—«Es posible que dentro de unos trimestres o el año que viene pueda haber recesión, pero no considero que sea el escenario más probable» —Aclaré.

Acto seguido, le pregunté: —«¿Por qué esperas recesión? ¿Por qué la esperan esas otras personas con las que has hablado de este tema?»—.

—«Por la subida de la inflación y por la guerra en Ucrania» —Me respondió.

Esta es la forma de pensar más generalizada, es la que proyectan la mayoría de los medios de comunicación. Un ejemplo es esta entrevista a Jamie Dimon, presidente de JP Morgan, del pasado fin de semana. El titular es muy negativo, pero cuando buscas las causas que sustentan esa expectativa negativa no son tan convincentes. La letra pequeña dice que no hay problemas de empleo; hay bajo endeudamiento privado; tenemos un sistema financiero fuerte; etcétera. Defiende, en líneas generales, que estamos en una situación mucho mejor a la previa a crisis pasadas. El principal desequilibrio que señala es el endeudamiento público, que es mayor que en el pasado.

Foto: El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, este martes en el Congreso. (EFE/Chema Moya)

En conclusión, tenemos lo que para muchos es un cóctel explosivo: inflación, guerra en Ucrania y altísimo endeudamiento público.

Sin embargo, cuando haces el ejercicio de estimar en qué se traducirá esta situación, el resultado no es tan negativo. El conflicto bélico nos empuja a una fuerte expansión fiscal por gasto militar e inversiones en el ámbito energético y, por otro lado, sitúa en un segundo plano el control de la inflación. Ahora no es la prioridad, sino la seguridad.

Los bancos centrales están subiendo los tipos de interés para que la inflación no se dispare a tasas todavía más elevadas, pero, dadas las circunstancias, no están demasiado interesados en que la inflación vuelva rápidamente al 2%. Por este motivo, lo más probable es que los tipos reales sigan siendo negativos durante mucho tiempo y, por ello, la política monetaria previsiblemente continuará siendo expansiva.

Precisamente, los tipos de interés reales negativos son la manera más efectiva de combatir el alto endeudamiento público. Es la manera más sencilla que tienen los políticos para corregir el desequilibrio que indica Jamie Dimon. Por lo tanto, ya sabemos lo que nos espera…

Foto: La ministra de Hacienda, María Jesús Montero. (Efe/Zipi)

Como ciudadanos es normal que estemos preocupados por la inflación y por sus consecuencias en nuestro presupuesto familiar. Si nuestros gastos más básicos: calefacción, transporte, etcétera, suben de precio, nos queda menos renta disponible para otros menesteres. Eso está influyendo en las decisiones de consumo y por eso estamos buscando soluciones para reducir determinados gastos y/o aumentar nuestros ingresos.

Sin embargo, como inversores, debemos tener en cuenta que las economías no suelen crecer menos en términos reales con una inflación entre el 3% y el 8% que cuando se sitúa por debajo del 2%. Además, esta situación tiene dos grandes ventajas: nos saca de la trampa de los tipos negativos y dinamiza el rígido mercado laboral europeo.

Aunque todavía no hemos visto en Europa las subidas de salarios, llegarán, igual que han llegado a Estados Unidos. Se empieza con cambios de trabajo por salarios más elevados y solo en los sectores más dinámicos, pero acabarán traduciéndose en subidas más o menos generalizadas de salarios que las empresas necesitarán implementar para retener el talento. Esas probables subidas de salarios servirán también de estímulo para que los trabajadores mejoren en media su desempeño.

Foto: Un billete de 50 dólares y otro de 50 euros. (EFE/Arshad Arbab)

En resumen, tenemos que habituarnos a vivir como en los años 80 y 90, con tasas de inflación más elevadas, pero no necesariamente con recesión. Es cierto que, desde el nivel de pleno empleo, como el que tiene Estados Unidos actualmente, es más difícil seguir creciendo y más fácil estancarse o caer. Por ello, tampoco es sensato esperar un boom económico.

No obstante, como inversores tenemos que adaptar nuestra forma de pensar. Debemos de tomar consciencia de que el dinero pierde valor de manera muy rápida y no debemos aceptar rentabilidades que en la última década mantenían el poder adquisitivo del capital, pero ya no. Si antes el ahorrador conservador lo tenía difícil, ahora lo tiene peor aún: ganando un 2% de rentabilidad se pierde más poder adquisitivo que hace un año sin intereses.

Termino resaltando que, aunque estos niveles de inflación no nos lleven a la recesión, ese escenario no es descartable. Deberemos vigilar que la inflación no crezca por encima del 10% de manera sostenida porque genera desconfianza; que los bancos centrales no suban los tipos reales a niveles elevados y positivos; que la política fiscal no se vuelva contractiva (disminución de gasto y aumento de impuestos) o que no se desplome la confianza de los empresarios y consumidores por falta de demanda o empleo. En esas situaciones sí podríamos encontrar las causas de una recesión.

En cualquier caso, no parece que nos vayamos a enfrentar a nada a lo que no nos hayamos enfrentado en el pasado y que no hayamos resuelto satisfactoriamente.

—«No conozco a nadie que no espere una recesión» —Me indicó un amigo hace unos días.

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