:format(png)/f.elconfidencial.com%2Fjournalist%2F768%2F0c2%2Fcd0%2F7680c2cd06490493ef111dbc0e63a68e.png)
Rumbo Inversor
Por
Falta humildad en las valoraciones
La incertidumbre marca el día a día de los empresarios, que saben que es muy probable que las desviaciones entre sus presupuestos y la realidad sean significativas
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F75e%2Fe21%2F7ab%2F75ee217abbe0a6ba70846086f01b1fbe.jpg)
La incertidumbre marca el día a día de los empresarios, que saben que, aunque pueden estimar ingresos y gastos para 2025, es muy probable que las desviaciones entre sus presupuestos y la realidad sean significativas. Algunos ni siquiera se aventuran en proyecciones para 2026, conscientes de que esas estimaciones serían poco fiables. La realidad es que muchas decisiones se toman según evoluciona el negocio: si las ventas van bien, aumentan la inversión y se fijan metas más ambiciosas; si, por el contrario, las ventas se resienten, ajustan los gastos, aunque ello signifique menores beneficios futuros.
Todo director general lleva en mente un mapa de posibles caminos, preparado para reaccionar ante escenarios positivos o negativos. En un contexto de crecimiento de los ingresos, buscará acelerar el ritmo; en uno adverso, protegerá la viabilidad de la empresa. De esta manera, cada decisión empresarial se adapta al presente incierto, en el que tanto oportunidades como riesgos, son constantes. Los resultados de ejercicios anteriores son solamente una radiografía de lo que generó un negocio en el pasado, sin garantía alguna de lo que obtendrá en el futuro.
En medio de este contexto incierto, aparecen los valoradores de empresas. Éstos están ávidos por todo tipo de datos pasados y de estimaciones futuras. Los meten en un Excel, corren unas fórmulas y, listo, el valor de una empresa es 23. Este proceso a menudo sorprende a los empresarios que no logran entender cómo los analistas pueden arrojar cifras con seguridad sobre un futuro incierto, el mismo que ellos perciben como desconocido.
Valorar una empresa no es sencillo, y es positivo que se empleen distintos métodos y puntos de vista. Sin embargo, resulta peligroso confiar ciegamente en estas valoraciones o utilizarlas para convencer a otros, menos expertos en finanzas, de que se conoce el valor real de una empresa. Los reguladores deben comprender que una valoración realizada por un tercero no puede usarse como precio justo en una disputa, especialmente cuando esa valoración ha sido encargada por una de las partes interesadas.
Las valoraciones pueden ser una herramienta para manipular
Además, es crucial que los defensores de los inversores sean conscientes de que las valoraciones pueden ser una herramienta para manipular a quienes tienen menos conocimiento financiero, ya sea para venderles supuestas oportunidades únicas de inversión o para adquirir sus activos ilíquidos. Expresiones como «valor intrínseco de una compañía», que suponen un valor que ya está en la empresa, revelan o bien una intención de engaño o un total desconocimiento de la realidad.
Los elementos más importantes para la valoración de una compañía son difíciles de incluir en un Excel. ¿Cuánto vale una ventaja competitiva? ¿Y si existe una desventaja competitiva en otro aspecto? ¿Cómo afectará que un directivo clave abandone la empresa? ¿Cómo se valoran los retornos de modelos de negocio aún inexistentes o que aún no se han enfrentado a futuros competidores?
La confianza en personas y en modelos de negocio
Las valoraciones que solo cubren tres, cinco o diez años son insuficientes, ya que, en la mayoría de las empresas cotizadas no se recupera la inversión en ese tiempo. Esto exige valoraciones proyectadas a un mínimo de 20 años, algo complejo cuando a los propios empresarios les cuesta prever siquiera el próximo ejercicio.
En definitiva, el punto de partida para cualquier inversor debería ser reconocer la incertidumbre respecto a los resultados futuros y construir su estrategia sobre elementos más fiables en estas circunstancias: la confianza en personas y en modelos de negocio que demuestren una capacidad real de ofrecer buenos productos y servicios. No obstante, esta confianza debe estar justificada, nunca debería ser ciega ni depender exclusivamente de las valoraciones numéricas.
La incertidumbre marca el día a día de los empresarios, que saben que, aunque pueden estimar ingresos y gastos para 2025, es muy probable que las desviaciones entre sus presupuestos y la realidad sean significativas. Algunos ni siquiera se aventuran en proyecciones para 2026, conscientes de que esas estimaciones serían poco fiables. La realidad es que muchas decisiones se toman según evoluciona el negocio: si las ventas van bien, aumentan la inversión y se fijan metas más ambiciosas; si, por el contrario, las ventas se resienten, ajustan los gastos, aunque ello signifique menores beneficios futuros.