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Invertir con agilidad: ¿realidad o promesa vacía?
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Juan Gómez Bada

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Invertir con agilidad: ¿realidad o promesa vacía?

Aunque un cliente pueda afirmar que invirtió el mismo día en que se le ofreció el fondo, el tiempo real transcurrido desde que la entidad lo decidió hasta su ejecución puede ser de meses o incluso años

Foto: Billetes de euro. (iStock)
Billetes de euro. (iStock)

Hace dos meses destacábamos la importancia de la flexibilidad para adaptarse a las circunstancias, como un medio para proteger y rentabilizar el patrimonio. Esa flexibilidad se entiende como capacidad para adaptarse sin quedarse obligado a invertir en activos que dejan de tener sentido, como los bonos con rentabilidades negativas.

Esta vez quiero entrar a analizar la agilidad en la toma de decisiones y en los plazos de ejecución implícitos en la forma de invertir de cada inversor.

Un servicio en auge dentro de las entidades financieras españolas, promovido por su supuesta agilidad, es la gestión discrecional de carteras. Este servicio permite a las entidades tomar decisiones rápidas en nombre de sus clientes, ajustando las carteras de fondos de inversión para seleccionar los productos más adecuados en cada momento. Cuando se presenta al cliente, el servicio parece lógico: el gestor no necesita reunirse con él cada vez que propone un cambio en la cartera. La delegación permite actuar de inmediato. Sin embargo, la realidad del proceso es mucho más lento de lo que aparenta.

Partamos de que alguien en el equipo de análisis o gestión de inversiones de una entidad concluye que se debería hacer un cambio concreto en las carteras de los clientes. Por ejemplo, vender bolsa europea para comprar bolsa americana tras el resultado electoral del 5 de noviembre. Esta persona o conjunto de personas debe elevar la propuesta al comité de inversión de la entidad, que suele reunirse cada 15 días o cada mes. Al día siguiente de la aprobación del comité de inversión se ejecuta y se ordenan los traspasos de fondos, que tardan varios días en realizarse porque se tienen que reembolsar los fondos que salen de cartera y suscribirse los que entran. Además, suele quedarse entre uno y dos días desinvertido el dinero porque es el tiempo que tarda en valorarse el fondo que sale, transferirse y suscribirse el nuevo fondo.

Foto: Poster publicitario de los fondos NGEU en Bucarest, Rumanía. (EFE/Robert Ghement)

Es importante señalar que ni los analistas que propusieron el cambio, ni nadie en el comité de inversión conoce de antemano qué día exactamente se quedará el patrimonio desinvertido ni mucho menos que hará el mercado en ese tiempo en el que el dinero está desinvertido. Si, además, hay muchos festivos bursátiles en el período en el que se hacen los traspasos, como en las fechas actuales, los traspasos se demoran todavía más.

En definitiva, un servicio promovido como rápido carece, en la práctica, de la agilidad prometida. Las carteras que hayan vendido Europa para comprar Estados Unidos tras las elecciones americanas probablemente hayan vendido unos días después, cuando sufrieron una depreciación puntual las bolsas europeas, y comprado cuando el mercado americano y el dólar han tenido ya una fuerte revalorización. Resalto que si los fondos vendidos están en euros y los comprados en dólares, el coste del cambio de divisa, que es elevado, no suele estar avisado al cliente. No entra ni en el coste del servicio de gestión discrecional de carteras ni en la comisión de gestión del fondo. Es un coste oculto que asume el partícipe, no los fondos, durante el traspaso.

Otro aspecto a analizar es la agilidad en la inversión en fondos temáticos o sectoriales. ¿Cuántos inversores tienen actualmente en cartera fondos que invierten exclusivamente en el sector financiero o en compañías de telecomunicaciones? La verdad es que a día de hoy muy pocos. Estos servicios siguen siendo necesarios para la sociedad, pero ya no se venden activamente fondos sectoriales de este tipo como se vendían décadas atrás. A día de hoy se venden otros conceptos como Inteligencia Artificial o servicios blockchain para criptodivisas.

Solo quedan espectaculares rentabilidades pasadas y compañías que cotizan a niveles insostenibles

¿Por qué se ha producido este cambio? Porque las entidades venden lo que el cliente demanda y éste invierte habitualmente en conceptos y temáticas porque no tiene conocimientos a nivel empresa concreta. Debemos tener en cuenta que cuando un banco ofrece un fondo que invierte en Inteligencia Artificial lo hace porque había gran demanda previa de ese tipo de inversiones antes de crear ese fondo. Unos meses después, cuando ha creado el fondo es cuando está vendiendo por todos sus canales: sucursales, centros de banca privada y web a sus clientes. ¿Cuánto tiempo ha transcurrido desde que los primeros clientes han querido invertir en esa temática hasta que la mayoría ha invertido? Varios meses en el mejor de los casos y habitualmente uno o dos años. Tras ese tiempo, y grandes flujos de inversión de todo el mundo que han ido a esos sectores, los precios son otros y las oportunidades de inversión que había han desaparecido. Solo quedan espectaculares rentabilidades pasadas y compañías que cotizan a niveles insostenibles comparadas con su capacidad para generar retornos a sus accionistas.

Aunque un cliente pueda afirmar que invirtió el mismo día en que se le ofreció el fondo, el tiempo real transcurrido desde que la entidad lo decidió hasta su ejecución puede ser de meses o incluso años. Esta lentitud suele pasar desapercibida para el inversor. Por todo ello, las mejores alternativas de inversión suelen ser aquellas que permiten implementar cambios rápidos en las carteras, con mandatos de inversión flexibles que posibiliten invertir sin restricciones en cualquier activo, sector o región. Pero, más allá de la flexibilidad, es crucial que las decisiones de inversión puedan tomarse y ejecutarse de manera ágil, evitando los perjuicios descritos.

Hace dos meses destacábamos la importancia de la flexibilidad para adaptarse a las circunstancias, como un medio para proteger y rentabilizar el patrimonio. Esa flexibilidad se entiende como capacidad para adaptarse sin quedarse obligado a invertir en activos que dejan de tener sentido, como los bonos con rentabilidades negativas.

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