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Rumbo Inversor
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Invertir en Europa… ¿por obligación fiscal o por convicción?
Bruselas no enamora al capital, quiere atraparlo por decreto
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En un mundo donde los inversores eligen mayoritariamente Estados Unidos como primera opción de inversión, la indexación en índices como el S&P 500 o el MSCI World —el 70 % en empresas estadounidenses— ha asestado un duro golpe a la capacidad de financiación de las compañías europeas. Ante esta situación, la Unión Europea está buscando nuevas fórmulas para canalizar el ahorro de sus ciudadanos hacia empresas europeas.
Uno de los mecanismos planteados es la introducción de una etiqueta en la Unión Europea que permita premiar fiscalmente a los productos de inversión que inviertan en la región y penalizar, al menos de forma relativa, a aquellos que no se ajusten a los objetivos marcados por los reguladores. La intención es clara: reforzar el ecosistema financiero europeo.
Es positivo que por fin seamos conscientes de que, si el capital y el talento fluyen hacia otras economías, seremos más pobres en el futuro. Es alentador asumir que el desarrollo acelerado de Estados Unidos y China en las últimas cuatro décadas se explica, en gran parte, porque han sido los grandes receptores de inversión global. Más vale tarde que nunca. Sin embargo, el enfoque actual es equivocado. El objetivo no debe ser simplemente retener el ahorro de los europeos, sino crear las condiciones para atraer inversión global, incluida, por supuesto, la de los propios europeos.
Para ilustrar esta diferencia entre retener y atraer, vale la pena mirar atrás en la historia. A comienzos del siglo XVII, la Compañía de Indias de Virginia ofrece un ejemplo revelador: En 1609, su gobernador, frustrado por no haber encontrado oro ni plata, impuso un régimen draconiano: trabajo forzoso para los colonos y castigos severos (incluida la pena de muerte) para quienes intentaran huir, robaran comida o se quedaran con los minerales hallados. El resultado fue el desastre: hambruna generalizada y fracaso económico.
Los modelos que prosperan son los que atraen talento e inversión, no los que intentan retenerlos a la fuerza
Pero, pocos años después, en 1618 la estrategia cambió de forma radical. En lugar de obligar, comenzaron a incentivar. Se creó el headright system (sistema de derecho por cabeza), por el cual se entregaban 50 acres de tierra a cada persona que se estableciera en Virginia. Esta política, orientada a atraer colonos y fomentar el emprendimiento, funcionó con éxito y fue replicada en otras colonias inglesas.
La lección es clara: los modelos que prosperan son los que atraen talento e inversión, no los que intentan retenerlos a la fuerza. El emprendimiento requiere personas que se esfuercen, innoven y tomen riesgos. Esto solo ocurre en entornos que recompensan el éxito y se basan en la libre elección individual, no en la coerción. Por tanto, el objetivo debe ser atraer inversión y emprendedores, no imponer restricciones al ahorro. Esta ha sido siempre la vía de los sistemas económicos que han logrado prosperar.
Si Europa quiere que sus emprendedores puedan desarrollar aquí sus proyectos sin necesidad de emigrar a Estados Unidos, necesita construir un mercado de capitales europeo fuerte, integrado y competitivo, que responda a las necesidades reales de quienes emprenden y de quienes invierten, con tanta eficacia o más que otros mercados globales.
En cambio, la propuesta de otorgar incentivos fiscales a determinados productos de inversión que cumplan criterios diseñados al gusto de los grupos de presión en Bruselas, lejos de solucionar el problema, puede agravar la fragmentación del mercado de capitales, elevar los costes para el contribuyente y dificultar aún más el acceso a financiación de quienes verdaderamente la necesitan. Es una pena que, justo cuando hemos identificado con claridad lo que nos hace falta, estemos tomando un camino que ya sabemos que lleva al fracaso.
En un mundo donde los inversores eligen mayoritariamente Estados Unidos como primera opción de inversión, la indexación en índices como el S&P 500 o el MSCI World —el 70 % en empresas estadounidenses— ha asestado un duro golpe a la capacidad de financiación de las compañías europeas. Ante esta situación, la Unión Europea está buscando nuevas fórmulas para canalizar el ahorro de sus ciudadanos hacia empresas europeas.