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Lo que quita el sueño a los empresarios (y no aparece en titulares)
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Juan Gómez Bada

Rumbo Inversor

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Lo que quita el sueño a los empresarios (y no aparece en titulares)

Donde los medios ven peligro, los empresarios ven contexto

Foto: Los verdaderos problemas de los empresarios. (iStock)
Los verdaderos problemas de los empresarios. (iStock)

Abrimos cualquier periódico económico y encontramos una lista interminable de amenazas que supuestamente condicionan la vida de las empresas: inflación; regulaciones; tipos de interés; cambios políticos… Una tormenta perfecta que —según los medios— mantiene a los empresarios en vilo permanente. Sin embargo, cuando uno conversa con quienes están al frente de compañías reales, grandes o pequeñas, la perspectiva cambia radicalmente. Los problemas que llenan portadas no son, ni de lejos, los mismos que ocupan la mente de un empresario a las seis de la mañana.

Tomemos la inflación de costes, uno de los grandes protagonistas del discurso mediático reciente. Materias primas más caras; salarios al alza; energía disparada… El relato parece incuestionable: se está asfixiando al tejido empresarial. Pero para la mayoría de los negocios, este es un fenómeno que afecta por igual a todos los competidores del mercado. El incremento de costes, aunque incómodo, no altera necesariamente la posición competitiva relativa. La visión del empresario es pragmática: mientras la propuesta de valor siga siendo fuerte, ese incremento podrá trasladarse, total o parcialmente, al cliente final. El verdadero miedo no es pagar más por lo mismo, sino quedarse atrás respecto al resto.

Y cuando hablamos de horizontes más amplios, la inflación pierde casi toda su relevancia. Nadie sabe cuánto costará un kilo de acero dentro de diez años, ni cuál será el salario medio. Tampoco conocemos a qué precio podrán venderse los productos o servicios dentro de una década. Pero una cosa sí se sabe: si la compañía mantiene sus ventajas competitivas —tecnología propia; economías de escala; mejor acceso al mercado; marca sólida; efectos de red…— la probabilidad de sostener márgenes estables o incluso superiores es alta. En la mirada empresarial de largo plazo, la clave no es la evolución de los precios, sino la capacidad de seguir siendo escogidos por el cliente.

La regulación es otro capítulo donde reina la exageración mediática. Cada nueva norma se presenta como un giro inesperado que pone en jaque modelos de negocio enteros. Sin embargo, la historia reciente de casi cualquier industria demuestra que la adaptación es la norma. La inmensa mayoría de regulaciones permiten ajustes operativos razonables sin alterar el equilibrio competitivo sectorial. Con frecuencia, detrás del dramatismo de algunos titulares, hay una realidad mucho más prosaica: un par de cambios en procesos, documentación o sistemas, y a seguir compitiendo.

Foto: mercados-conflictos-inversion-oportunidades-1hms Opinión

El ruido político sigue una lógica parecida. Elecciones, cambios de ciclo, tensiones geopolíticas… Todo se vive como si el mundo empresarial fuese extremadamente dependiente del color del próximo gobierno. Pero quienes emprenden, invierten y crean empleo piensan en décadas, no en legislaturas. Saben que a lo largo de la vida de una empresa convivirán con gobiernos de muy distinto signo, con políticas más o menos favorables, y con escenarios globales más o menos amables. La incertidumbre política es un ruido constante, pero no un factor decisivo en la sostenibilidad de un proyecto empresarial.

Y qué decir de los tipos de interés, probablemente el tema favorito de analistas e inversores. Suben un punto, bajan medio, y cada variación se presenta como un terremoto para la valoración de las empresas. Sin embargo, pocos directores generales de compañías no financieras confiesan perder el sueño por ello. Los tipos son un dato más con el que gestionar —inconveniente en ciertos ciclos, favorable en otros—, pero su impacto es transversal, afecta a todos. Quienes se preocupan más son los mercados financieros; quienes gestionan las empresas con la vista puesta en el largo plazo saben que el verdadero riesgo no está ahí.

Entonces, ¿qué importa de verdad?

La respuesta es sorprendentemente sencilla y persistente en el tiempo: la demanda del cliente y la posición competitiva.

Las preguntas esenciales no suelen ocupar grandes titulares, pero son implacables:

  • ¿Seguirán necesitando y deseando mis clientes lo que vendo?
  • ¿Estaré mejor posicionado que mis competidores para capturar esa demanda?
  • ¿Podré seguir ofreciendo más calidad, mejor accesibilidad o un precio más atractivo?

A esto se suman los desafíos diarios: gestionar equipos; resolver problemas operativos; asegurar liquidez; tomar decisiones estratégicas con información imperfecta. Esa realidad, la del «negocio de verdad», es la que de verdad genera desvelos. No el último dato macro.

Si inversores y analistas aspiramos a acompañar mejor al tejido empresarial, tal vez deberíamos adoptar esta mirada. Menos titulares y más comprensión del riesgo real. Menos obsesión por los ciclos y más foco en lo que hace que una empresa sea elegida hoy y dentro de diez años.

Porque al final, el éxito de los negocios no lo determinan la inflación ni la política monetaria, sino la capacidad de crear y mantener una ventaja competitiva que los clientes reconozcan. Lo demás, pese al ruido, es secundario.

Abrimos cualquier periódico económico y encontramos una lista interminable de amenazas que supuestamente condicionan la vida de las empresas: inflación; regulaciones; tipos de interés; cambios políticos… Una tormenta perfecta que —según los medios— mantiene a los empresarios en vilo permanente. Sin embargo, cuando uno conversa con quienes están al frente de compañías reales, grandes o pequeñas, la perspectiva cambia radicalmente. Los problemas que llenan portadas no son, ni de lejos, los mismos que ocupan la mente de un empresario a las seis de la mañana.

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