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Oro, un "por si acaso"
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César González

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Oro, un "por si acaso"

El pasado mes de septiembre recibíamos la noticia de que la Agencia Tributaria había solicitado información a las entidades financieras sobre titulares de cajas de seguridad.

El pasado mes de septiembre recibíamos la noticia de que la Agencia Tributaria había solicitado información a las entidades financieras sobre titulares de cajas de seguridad. Pensaba yo,… ¿cuántos kilos de oro se guardan en esas cajas? Algunos registros policiales nos dan cuenta de hallazgos significativos de metales o piedras preciosas, aunque en cajas de seguridad no custodiadas por la banca. Será que sobre el oro sigue descansando la confianza de valor. Da igual el motivo del pánico, lo cierto es que cuando lo ven llegar, algunos almacenistas de fortuna “le hacen ojitos” al metal por excelencia en los mercados financieros.

En medio de una crisis económica y social tan dolorosa, en la que proliferan en nuestras calles los comercios de compraventa de oro, va a ser difícil disminuir la creencia de que sigue siendo un valor refugio. ¿Cómo reducir ese reconocimiento entre quienes comen gracias al oro vendido? ¡Eso sí que es convertibilidad! Pero es verdad… No me lo diga. Ya sé que estos últimos comentarios rozan la demagogia y los lugares comunes. Perdonen esta osadía. ¡Espero que no se vuelva a repetir! Por eso omitiré cualquier comentario sobre la comercialización de lingotes que algunos pretenden a través de Internet.

Tras la prolongada subida de su precio y visto su excelente rendimiento pasado, ¿cuál es el motivo que ha empujado el patrimonio de los fondos especializados? No crecen sólo por revalorización. Es más, este año se han vuelto a batir registros históricos de entrada. Acudamos a los flujos financieros basados en el oro: en las últimas semanas, a lo largo de los últimos meses, los inversores institucionales –quizá movidos por sus clientes de fortuna- han depositado, decenas, centenares, miles de millones de dólares en productos de inversión colectiva con el subyacente oro. Algunos temerosos inversores o, si lo prefiere, algunos arriesgados especuladores ya han dedicado una parte de su patrimonio al oro.

Con el comienzo del verano le preguntaban a un alto ejecutivo de la banca de inversión qué opinión tenía sobre la permanencia del euro. Contestó con rotundidad que no había ninguna duda: al euro no lo dejarían caer. Me pareció entonces que era la ocasión propicia para preguntarle dónde tenía sus ahorros. La respuesta fue igualmente contundente: había depositado la mitad de sus inversiones en otras divisas, “por si acaso”.

En 2012 hemos visto salir de España más de 200.000 millones en inversiones hacia el exterior –quizá por un “por si acaso”- en un movimiento que no ha sido un camino aislado de los mercados ibéricos. Los flujos de entrada en bonos como el alemán, o en fondos que invierten en metales preciosos, no proceden precisamente de inversores noveles particulares. Y la diversidad de orígenes geográficos es también significativa.

Cuando me explican que en Asia se ha producido una fiebre compradora del metal precioso, porque así sucede en épocas de bonanza debido al peso de sus tradiciones ancestrales, me parece que están poniendo en duda la inteligencia de los orientales, o cuando menos el control de sus impulsos emocionales.

¿Será entonces que “por si acaso”, a unos cuantos descerebrados les ha dado por comprar oro en un movimiento mágico conjunto? Recuperemos la sensatez. El oro ha reaccionado a causas de política macroeconómica, fundamentalmente de origen monetario, que serán objeto de detenido análisis durante muchos años, como lo siguen siendo los efectos derivados de los acuerdos de Bretton Woods.

Tras la suspensión de la convertibilidad del dólar en 1971, los bancos centrales se deshicieron de un ingente volumen de sus reservas de oro, casi siempre de forma coordinada. Una vez finalizado el proceso, el mantenimiento -o el incremento- de este tipo de reservas ha pasado a ser la tónica habitual. La diferencia más significativa la encontraremos en el reparto: mientras los bancos centrales occidentales presentan ahora reducidas existencias de oro, los países emergentes y los productores de petróleo, en términos generales, las han incrementado al tiempo que crecían sus reservas de divisas.

Las incertidumbres sobre la fortaleza y permanencia del euro caminan parejas con la expansión monetaria en las áreas dólar, yen y libra, debilitando las particulares perspectivas de valor refugio de estas divisas ante una posible explosión de la moneda europea. Se trata de una explicación absolutamente discutible, como discutibles son los motivos que podrían encaminar al euro hacia un colapso.

Ya se oyen voces proponiendo la vuelta al patrón oro o buscando algún tipo de acuerdo que fije unos patrones de convertibilidad con una cesta más o menos pesada de metales. En mi opinión, será un tema recurrente en el futuro próximo, por cuanto el área euro sigue gestando sus fundamentos al tiempo que el dólar necesita una inyección de dolorosa austeridad monetaria. De hecho, en movimientos curiosamente acompasados, cada vez que la FED ha dado muestras de manga ancha, el oro ha recibido un nuevo impulso.

Para algunos, introducir el oro en sus carteras tiene el mismo significado que el asignado a un seguro: pagamos una prima por mantener un activo que no produce flujos. Para otros, sin embargo, la inversión en oro tiene un trasfondo macro basado en la creencia de que asistimos a un período deflacionario al que no se le adivinan salidas fáciles o inmediatas. Un muestrario de las tasas inflacionarias de los países OCDE apoya sus razonamientos.

En el lado opuesto se sitúan quienes auguran el devenir de una etapa inflacionista, generada por las inyecciones monetarias que tratan de impulsar el crecimiento. Mal escenario para el oro, si se dieran ambas circunstancias. Las tasas de crecimiento de la oferta monetaria también apoyan a quienes se enmarcan en este escenario. Los ciclos económicos, por otro lado, no suelen reflejar períodos tan prolongados de baja inflación como los actuales.

Como ve, mientras unos tienen sólidos argumentos para comprar oro, otros los tienen para venderlo. Mi opinión dependería, siempre, de lo que oyera de un posible inversor, de su aversión al riesgo, de sus necesidades mediatas e inmediatas. Pero si desea invertir en oro, no se impaciente. Puede comprarlo en el mercado financiero sin las preocupaciones que conllevan las gestiones para la adquisición, transporte, seguridad y liquidez del oro físico.

Como siempre que hablamos de inversiones en metales preciosos, o en materias primas, la información es fundamental. Es preciso conocer y valorar los riesgos que se asumen. No hay que dejarse llevar por rentabilidades pasadas que nublan nuestro análisis. Es preciso mantener la cabeza bien fría con la mirada puesta en el objetivo que nos llevó a protegernos, o a invertir, en oro.

Mediante fondos de inversión mobiliaria internacionales, o mediante fondos cotizados en acciones, usted puede acceder a la inversión en oro. Si lo miramos con un poco de perspectiva, es preciso constatar que la cotización del oro ha subido mucho. Ha sucedido, también, con otros metales y materias primas. Nos han dado muchas explicaciones pero nos importa el futuro. Si piensa que la oportunidad ya pasó, déjela volar. La inversión en metales preciosos no tiene por qué ser para todo el mundo.

El pasado mes de septiembre recibíamos la noticia de que la Agencia Tributaria había solicitado información a las entidades financieras sobre titulares de cajas de seguridad. Pensaba yo,… ¿cuántos kilos de oro se guardan en esas cajas? Algunos registros policiales nos dan cuenta de hallazgos significativos de metales o piedras preciosas, aunque en cajas de seguridad no custodiadas por la banca. Será que sobre el oro sigue descansando la confianza de valor. Da igual el motivo del pánico, lo cierto es que cuando lo ven llegar, algunos almacenistas de fortuna “le hacen ojitos” al metal por excelencia en los mercados financieros.