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Ventajas de invertir como un necio
Como inversores es muy importante tener en cuenta que el valor subjetivo que nosotros le damos a las cosas no es relevante. Lo importante es el precio que alguien esté dispuesto a pagar por ellas
Decía Francisco de Quevedo que “sólo un necio confunde valor y precio”. Una máxima repetida siglos después por Antonio Machado. Y sin ánimo de llevarle la contraria a estos dos grandes maestros os propongo que le demos una vuelta al asunto. ¿Tan malo es valorar las cosas en función del precio?
Para dilucidar esta cuestión toca analizar el concepto de valor. Adam Smith, el padre de la economía moderna, distinguía dos tipos: el de uso y el de cambio. El valor de uso es aquel que le damos a un bien por la utilidad que nos proporciona. Y el valor de cambio es el que le adjudicamos de cara a una transacción.
La diferencia entre estos dos conceptos puede llevar a conclusiones muy paradójicas, pero no por ello menos ciertas. Por ejemplo, que el aire es igual de valioso que el oro. Sin duda el aire es algo muy preciado (tendemos a usarlo con frecuencia), de igual manera que lo es el oro, cuyo valor de transacción es elevado.
En el terreno de la filosofía, tiene todo el sentido centrarse en el valor de uso. O, por lo menos, no obviarlo. De ahí que los grandes escritores hayan acuñado frases como aquella con la que arrancaba este artículo.
Pero convendréis conmigo en que, en el mundo de la inversión, el valor que interesa es el valor de cambio. Nadie va a darnos nada por el aire. Ni tampoco por esa vieja camiseta de Nirvana que guardamos en el armario, por mucho valor sentimental que tenga para nosotros.
Esta distinción puede parecer baladí, pero en realidad no lo es tanto. Como inversores es muy importante tener en cuenta que el valor subjetivo que nosotros le damos a las cosas no es relevante. Lo importante es el precio que alguien esté dispuesto a pagar por ellas. Y aunque pueda parecer un hecho muy sencillo, es un error en el que caen muchos inversores (incluidos los gestores de fondos), que “se enamoran” de las compañías en las que invierten, negándose a desprenderse de ellas por mucho que la cotización caiga en picado.
Hay quien podría argumentar, y tendría su punto, que una cartera de acciones o de fondos de inversión se revaloriza con el paso del tiempo sin necesidad de que la vendamos. Pero, si os fijáis, necesitamos igualmente la variable precio para corroborar que esa revalorización se ha producido. Las acciones se revalorizan porque las cotizaciones suben. Los fondos, porque aumenta su valor liquidativo. En definitiva, nuestra inversión se revaloriza aunque no vendamos, pero sólo porque si vendiésemos lo haríamos a un precio superior a aquel al que compramos.
Lo que necesitamos es que esas compañías, sean buenas o no tanto, coticen a un precio inferior al que tendrán en el futuro.
Por tanto, la variable precio es imprescindible. De lo que se trata entonces es de maximizarla. Para ello hay dos caminos no excluyentes: vender al precio más elevado posible y comprar a un precio reducido. La primera opción es ideal, pero no olvidemos que los caminos de la oferta y la demanda son inescrutables. En cambio, lo que quizá sí puede estar dentro de nuestro alcance es analizar si el precio al que estamos comprando es atractivo.
Parece obvio ¿verdad? Pues hagamos un experimento. Que levanten la mano aquellos que hayan configurado su cartera de acciones buscando buenas compañías, con brillantes perspectivas. De sectores punteros. Con increíbles modelos de negocio. Y ahora que mantengan la mano alzada aquellos que, además, hayan tenido en cuenta el precio al que cotizaban. Y es que para invertir no basta con leer el periódico. Tendemos a confiar en que el mercado acabará dándonos la razón, sin darnos cuenta de que, a lo mejor, ya nos la había dado. Y que por eso las compañías que hemos comprado cotizaban al precio al que cotizaban. De ahí que invertir en bolsa se nos dé tan mal. De hecho, el 90% de los nuevos inversores acaba perdiendo dinero, según diversos estudios.
Lo que necesitamos es que esas compañías, sean buenas o no tanto, coticen a un precio inferior al que tendrán en el futuro. En otras palabras, necesitamos que al mercado se le haya escapado algo que nosotros sí hemos visto. O que esté siendo irracional en este momento (porque esté en plena racha de pánico y aversión al riesgo), en cuyo caso la sangre fría jugará a nuestro favor.
¿Y cómo saber si el precio al que compramos es el adecuado? No es tarea fácil. Posiblemente es la parte más complicada de invertir en bolsa. Pero es útil tener en cuenta parámetros como el PER (relación capitalización bursátil/beneficio), y el precio objetivo que le estamos adjudicando, que es aquel al que tenemos la esperanza de vender. O al menos el que le calcula el consenso de analistas.
Y no vale pensar que las buenas compañías suben siempre, independientemente del precio al que las compremos. Lo que sube siempre, o tiende a hacerlo en el largo plazo, es la bolsa. Si las compañías que hemos escogido no están subiendo más que el conjunto del mercado en el que cotizan, más nos valdría haber invertido directamente en el índice, a través de productos como los ETFs o los fondos indexados.
Así que si aspiramos a hacerlo mejor que el índice, no queda otra que fijarnos en el precio al que compramos. Porque nos puede gustar mucho la compañía (o la cripto) en la que invertimos, pero lo verdaderamente importante es sacarle tajada. A fin de cuentas, Quevedo podía criticar el factor precio, pero bien que decía “poderoso caballero es don Dinero”. Que “ese bolsito de Dior cuando sale” (aquí cito al otro Quevedo) no se va a pagar solo.
Decía Francisco de Quevedo que “sólo un necio confunde valor y precio”. Una máxima repetida siglos después por Antonio Machado. Y sin ánimo de llevarle la contraria a estos dos grandes maestros os propongo que le demos una vuelta al asunto. ¿Tan malo es valorar las cosas en función del precio?
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