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La última oportunidad (“Because shit happens”)
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Víctor Alvargonzález

Telón de Fondo

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La última oportunidad (“Because shit happens”)

El otro día, en una conferencia, un asistente nos preguntó a los ponentes si era posible que desapareciera el euro. Todos respondieron que no. Yo, políticamente

El otro día, en una conferencia, un asistente nos preguntó a los ponentes si era posible que desapareciera el euro. Todos respondieron que no. Yo, políticamente incorrecto que soy, respondí que sí. Porque la pregunta no es si desparecerá, sino si es posible que desaparezca. En mi opinión, lo más probable es que al final no ocurra, pero hemos llegado a una situación en la que es algo perfectamente posible. De hecho, nunca hemos estado tan cerca de esa eventualidad.

El razonamiento de mis colegas es que sería un desastre de tal magnitud que simplemente no puede ocurrir. Pero las guerras son desastres de enorme magnitud y ocurren. Si los políticos europeos le hubieran cortado las alas a tiempo a Hitler no se habría producido la segunda guerra mundial. Si todos hubieran sido como Churchill, el mal se habría cortado o aislado a tiempo. Pero no lo eran. Su actitud débil, indecisa y carente de liderazgo, así como la poca preocupación mostrada inicialmente por EE.UU. por los problemas de la lejana Europa, llevaron a que al final la guerra fuera inevitable, ¿les suena a algo?.

Los anglosajones tienen una expresión magnífica para estas situaciones: “because shit happens”, que literalmente significa “porque la m… ocurre” -y perdonen la expresión, pero es por exigencia del guión-, que viene a decir que en un momento dado y por la acumulación de determinadas circunstancias ocurre lo que nadie quiere que ocurra. Al final se llega a una situación en la que los implicados simplemente no pueden dar marcha atrás en sus posturas y  el desastre acaba siendo inevitable. O simplemente las cosas dan un giro totalmente inesperado y la situación se sale de control.

Un caso similar ocurrió durante la crisis de los misiles en Cuba, aunque en esa ocasión afortunadamente la sangre no llegó al río, pero sólo porque había armas nucleares por medio y nadie podía ganar. Si llega a tratarse de una época de armamento convencional los gallos habrían entrado en la pelea. O fue simplemente porque no tocaba cargarse todavía el planeta. El caso es que hoy en día sabemos  que estuvimos a centímetros del desastre.

En mi opinión, el final de la crisis del euro afortunadamente se parece más al de la crisis de los misiles de Cuba que a la segunda guerra mundial, pero no me he lanzado todavía a recomendar un aumento del peso de la renta variable a nuestros clientes precisamente porque “shit happens” cuando están involucrados políticos incompetentes o demasiado gallitos. O ambas cosas. En esta ocasión voy a seguir la regla de que el primer euro lo gane otro.

La evolución de los acontecimientos en la crisis del euro también recuerda a los conflictos europeos: en esta ocasión un pequeño problema -Grecia- se convierte en un problema sistémico porque un país poderoso -que casualmente es Alemania- decide aprovechar la ocasión para poner orden en el continente. Hay que reconocer que esta vez Alemania tiene un noble objetivo: que los países de la periferia europea pasen de ser cigarras a funcionar como hormigas y que Europa pueda ser competitiva mundialmente. Nada que objetar. No sé cómo pretende nadie que compitamos con chinos, coreanos o norteamericanos si no tratamos de parecernos económicamente a los alemanes, que han demostrado que son capaces de jugar ese juego. Porque nos enfrentamos a algo muy serio: las economías emergentes (les sugiera lean mi “post” titulado “¿Y qué es un sindicato”?  Pero la estrategia empleada es peligrosa. La señora Merkel ha dejado que la situación se deteriore porque así los mercados, presos de pánico, le hacen el trabajo sucio y meten en cintura a las cigarras. Los mercados están consiguiendo en meses lo que en esta nuestra Europa vía negociaciones políticas llevaría años y probablemente ni siquiera se llegara a concluir. Pero aunque esta vez tiene razón, juega muy fuerte y, como siempre, se ha encontrado… con los franceses.

Francia y Alemania, Alemania y Francia. Las dos grandes guerras del continente tuvieron el mismo origen y ahora asistimos a un nuevo episodio de rivalidad, aunque se utilizan las armas del mundo moderno, que son las finanzas y la economía. ¿Para qué dispararse y matarse si podemos jugar una partida de póker? Cierto, el resultado puede ser pobreza y desesperación, pero al menos no hay pérdida de vidas humanas. Algo hemos avanzado. El caso es que, en mi modesta opinión, La Sra. Merkel tiene razón en su postura: no se puede avalar el desmadre. No se puede decir a los políticos que tienen vía libre para gastar lo que quieran porque ahí están el BCE o los eurobonos para mantener artificialmente bajas sus primas de riesgo. Sin un control supranacional europeo de los déficits, las hormigas no pueden avalar a las cigarras. Eso es de cajón.

Pero, claro, decirle a un francés -a un presidente del país de ¡La Grandeur!- cómo puede gastar su dinero y hasta dónde puede endeudarse, eso ya es demasiado. Y ahí estamos: con los barcos cargados de misiles a punto de tratar de romper el bloqueo norteamericano y la sexta flota a punto de apretar el gatillo. En otras palabras: o el próximo día 9 los franceses aceptan la propuesta alemana de que haya un control supranacional serio de los presupuestos nacionales de la eurozona (u otra vía seria de control fiscal), de forma que  a su vez los alemanes puedan ceder y encontrar alguna manera de proteger a esos países que son solventes pero han perdido la credibilidad (España e Italia, principalmente), o se va a poner en marcha el ventilador. Y no sólo tienen que ponerse de acuerdo: tienen que hacerlo rápido, lo cual es incluso más difícil que ponerse de acuerdo, dado que hay un montón de países implicados. Una tarea hercúlea en la que lo más importante se ha dejado para el final, lo cual es, como mínimo, una irresponsabilidad.

Mientras tanto, los mercados han acogido con alegría las intervenciones masivas y coordinadas de los bancos centrales para aumentar la liquidez del sistema, pero el motivo de esas intervenciones es mucho más feo de lo que parece. Se han hecho precisamente porque a los bancos europeos nadie les quería dar ni un dólar ni un franco suizo, y entre ellos tampoco se fiaban para prestarse euros. Los mercados han aplaudido la llegada de los bomberos -que siempre es mejor que dejar que se propague el incendio-, pero atención: estamos ante el primer incendio del verano. Encantados de que haya funcionado el cuerpo de bomberos, pero habría sido mejor que no hubiera habido incendio.

Lo más probable es que en la semana de infarto que nos espera, en la que irónicamente los españoles, que estamos en el ojo del huracán, estaremos de vacaciones por “puente” (venga, más surrealismo), tendrá un final tenso, pero feliz, como el de la crisis de los misiles de Cuba. Porque no llegar a un acuerdo por la vía rápida sería, efectivamente, un desastre de magnitudes épicas. A favor también juega que los políticos mediocres sólo reaccionan por miedo, y miedo le ha tenido que entrar a la Sra. Merkel cuando no pudo colocar toda la deuda en la última subasta, y al Sr. Sarkozy al darse cuenta de que podría llegar a las elecciones perdiendo “La France” la calificación crediticia triple A. Si no se han dado cuenta de que ahí está el límite de la negociación, que Dios nos coja confesados. Esperemos que al final reaccionen, pero algún día habrá que pedirles cuentas a todos estos y preguntarles cómo han podido llevarnos a una situación en la que el futuro de la economía mundial, del euro y de todo el proyecto de la Europa unida acaba jugándose en una sola partida de póker. Y más sabiendo que, como dicen los norteamericanos, la m... existe.

El otro día, en una conferencia, un asistente nos preguntó a los ponentes si era posible que desapareciera el euro. Todos respondieron que no. Yo, políticamente incorrecto que soy, respondí que sí. Porque la pregunta no es si desparecerá, sino si es posible que desaparezca. En mi opinión, lo más probable es que al final no ocurra, pero hemos llegado a una situación en la que es algo perfectamente posible. De hecho, nunca hemos estado tan cerca de esa eventualidad.