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La primera piedra
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Víctor Alvargonzález

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La primera piedra

El edificio europeo ha estado –y está– a punto de derrumbarse. Un error de los arquitectos hizo que donde hacían falta cuatro muros de carga –política

El edificio europeo ha estado –y está– a punto de derrumbarse. Un error de los arquitectos hizo que donde hacían falta cuatro muros de carga –política monetaria, fiscal, presupuestaria y supervisión bancaria común– sólo se pusiera uno, el de la política monetaria. Obviamente, al primer movimiento sísmico –crisis financiera– el edificio amenaza ruina.

Es cierto que a toro pasado es fácil criticar. Pero si uno lo piensa dos veces, hay que ser inútiles para crear una moneda común y apuntalarla únicamente con una política monetaria común y, para el resto, libre albedrío. Cualquier economista sabe que la política económica es un todo o no es nada. No existe una sola divisa en el mundo que no tenga debajo –o arriba, según se mire– el mismo banco central, la misma política fiscal y la misma autoridad presupuestaria para decidir desde dónde y cómo se gasta el dinero hasta el nivel de endeudamiento admisible para el país. Pero los políticos europeos pensaron que bastaba con el BCE. Y claro, no bastaba.

El caso es que el BCE, quitando meteduras de pata como la de Trichet subiendo los tipos de interés a las puertas de una recesión, demostró que una institución económica paneuropea puede funcionar. Europa ha sido un ejemplo de estabilidad monetaria desde que existe el BCE. Y cuando hablo de estabilidad monetaria me refiero tanto a evitar la inflación como la deflación –aunque la clase de la deflación me temo que se la tomaron con menos interés cuando iban a la facultad–. ¿Se imaginan que desde el inicio de la crisis hubiéramos contado con una supervisión bancaria común y una política presupuestaria más a la alemana que a la española? Pues que ni existirían las cajas de ahorro, que tanto daño han hecho –sí, ya sé que en Alemania también existe este engendro, pero los daños no son comparables–, ni el banco central europeo hubiera permitido que cada español se convirtiera en promotor inmobiliario aficionado –habría bastado con prohibir/limitar el crédito para todo lo que no fuera primera o, como máximo, segunda vivienda, por poner un ejemplo–. 

Ni tampoco habría permitido el “mamoneo” político que ha generado el terrible problema del crédito a promotor, promotor que casualmente estaba siempre muy bien conectado con los gobernantes autonómicos de turno. A los hechos me remito: en los países con bancos centrales serios y “a la alemana” no ha habido ni de lejos la burbuja inmobiliaria que ha habido en España. Y un inciso: ¿qué creen Uds., que el Banco de España no controla al detalle la concentración de riesgos en personas, grupos o entidades? ¡Cuánta inocencia! Desde que yo empecé a trabajar, era un “mantra” que el servicio de estudios, los mecanismos de supervisión y, sobre todo, la autoridad omnímoda del Banco de España eran únicos. ¡Pero si no se hacía la mínima operación corporativa sin el permiso expreso del Banco de España!

El caso es que con un supervisor bancario y presupuestario común no digo que estuviéramos como Alemania –cuestión de carácter, como diría Arzallus–, pero al menos no se nos habría dejado comprar todas las papeletas de la tómbola inmobiliaria, ni habríamos hecho aeropuertos en medio de la nada, etc., etc.. Y en consecuencia el diferencial de riesgo –la famosa prima de riesgo– entre nosotros y Alemania no sería ni de lejos el que es, que será una locura, pero no hace más que representar fielmente la laxitud económica de quienes nos han gobernado –a nivel general, autonómico y bancario– a lo largo de los últimos diez años.

No pretendo insistir en la crítica de estos temas, de los que ya he hablado durante mucho tiempo. El pasado es el pasado y no tiene vuelta atrás. Pero tiene solución. Aunque sea tarde, mal y a rastras, aunque sea obligado por los mercados y la indignación de los ciudadanos, el caso es que los políticos europeos han cogido el pico y la pala y están empezando a poner las primeras piedras de la rehabilitación del edificio económico europeo.

La primera ya ha sido puesta en forma de supervisión bancaria común. La segunda, el control presupuestario –especialmente el de las “cigarras” europeas– es una cuestión más complicada, pero los últimos acontecimientos apuntan en esa dirección. Y es el motivo por el cual el BCE ha recibido el visto bueno de Alemania para comprar deuda española de forma más o menos ilimitada (ojalá no hubieran puesto tantos matices en los plazos de vencimiento). El control presupuestario era la llave para permitir esas actuaciones –lo comentaba hace tiempo en el post “de círculo vicioso a círculo virtuoso”– y ahora esa puerta se ha abierto.

En España, como siempre, damos una de cal y otra de arena. Pero también se ha puesto una primera piedra: la asunción de la realidad. Hay mucho que criticar en materia económica a este gobierno, pero hay que ser justo: obligar a que las provisiones bancarias al ladrillo sean realistas, crear un “banco malo” –aunque ya veremos a que precios se integran los activos tóxicos en dicho banco, no vaya a ser que en lugar de banco malo sea banco tóxico y envenene todo–, realizar una reforma del mercado de trabajo, aunque sea “light”, o reconocer que hay demasiados políticos –como ha hecho María Dolores de Cospedal en Castilla La Mancha– son primeras piedras para la reconstrucción española. 

Quedan los verdaderos muros de carga: repartir más equitativamente el esfuerzo entre los ciudadanos y la Administración –hasta ahora la crisis solo la han pagado los ciudadanos–, racionalizar la estructura del Estado evitando duplicar gastos –me da igual si es con más o con menos centralización– y la venta del inmenso patrimonio inmobiliario del Estado. Mienten quienes dicen que no hay compradores, pues suele estar en las mejores zonas de las ciudades y lo que habría es rebaja en el precio, pero en un plazo de cinco años se podría vender razonablemente bien. Y les aseguro que para conseguir la recuperación económica es mejor vender esos palacetes y esos edificios en zonas “prime” que subir los impuestos.

No hemos salido del agujero, pero hay que estar atentos porque parece que aunque haya costado sangre, sudor y lágrimas, los políticos van entendiendo cuál ha sido el problema y donde está la solución. Las obras sólo han comenzado, los andamios son débiles y tanto obreros como arquitectos son poco competentes. Pero ahora al menos saben donde hay que poner el cemento y los ladrillos. Entender y saber interpretar si el proceso de rehabilitación europea va por el camino correcto será básico para acertar en cualquier la estrategia de inversión para el curso entrante.

El edificio europeo ha estado –y está– a punto de derrumbarse. Un error de los arquitectos hizo que donde hacían falta cuatro muros de carga –política monetaria, fiscal, presupuestaria y supervisión bancaria común– sólo se pusiera uno, el de la política monetaria. Obviamente, al primer movimiento sísmico –crisis financiera– el edificio amenaza ruina.