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Valencia, paradigma de la solución y el problema de España
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Víctor Alvargonzález

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Valencia, paradigma de la solución y el problema de España

Valencia lo tiene todo. Belleza, clima, un magnífico litoral, excelentes playas a minutos del centro, un gran puerto, un aeropuerto internacional, un AVE que te pone

Valencia lo tiene todo. Belleza, clima, un magnífico litoral, excelentes playas a minutos del centro, un gran puerto, un aeropuerto internacional, un AVE que te pone en Madrid en hora y media y, por si todo lo anterior fuera poco, es una ciudad plana, es decir, que el centro podría ser una maravilla urbanística y ecológica para vivir, donde bicicletas y peatones camparan por sus respetos, como en Ámsterdam. (Y digo el centro porque, por algún motivo, el carril bici existente está más orientado a lo deportivo/lúdico –en la zona del río y de la playa y el puerto– que en hacer un centro ciudad totalmente peatonal/ciclista). En otras palabras: la Comunidad Valenciana es el ejemplo más claro de que físicamente España podría ser la California de Europa. Pero también de por qué no lo es (o no lo somos).

No acabarían mis elogios a esta ciudad y a sus gentes, que son amables y no tienen aristas nacionalistas excluyentes que cierren la entrada al “español”, o que obliguen a aprender un idioma minoritario a un ejecutivo de una multinacional extranjera que viene a pasar un par de años en su periplo por las distintas oficinas que tiene por el mundo su empresa. ¿Y qué me dicen de la arquitectura? Grandes avenidas, preciosos edificios –bien rehabilitados por cierto– de una época dorada en la que los dueños de negocios que entonces eran punteros –telares, fruta, juguetes, zapatos, etc– contrataban para hacer sus casas a arquitectos de alto nivel que se inspiraban en la arquitectura francesa, en el art deco y en Gaudí. En Valencia hay edificios preciosos. Incluso antiguos mercados, como el de Colón, que, por cierto, está frente a nuestras oficinas, y que ha sido maravillosamente reconvertido en centro comercial y de ocio. Y de Valencia era Sorolla. Ahí es nada.

Entonces, teniéndolo todo: ¿por qué está deprimida Valencia? ¿Por qué no puede pagar ni a sus farmacéuticos? ¿Por qué los jóvenes se tienen que ir a trabajar fuera? ¿Por qué no es, como podría ser, la California europea? Pues por lo mismo que no lo es España. Por la mediocridad de su clase política, que lo que ha fomentado es el Monopoly –compro ladrillo y le doy el pase– como modelo de negocio, en detrimento de apoyar la tradición emprendedora, negociante y trabajadora de esta comunidad.

También, como en el resto de España, por endeudarse hasta las cejas en proyectos faraónicos para mayor gloria de políticos mediocres que necesitan de esos proyectos para compensar su mediocridad. ¿Un circuito de Fórmula 1? ¿Para qué querría Valencia un circuito de Fórmula 1? Quede claro que la Ciudad de las Artes y las Ciencias me parece una maravilla, pero, seamos sinceros, ¿y si ese dinero –y el del circuito– se hubiera dedicado a subvencionar la instalación en Valencia de las mejores multinacionales tecnológicas con sede en Europa? ¿Cómo? Poniéndoles el 12% de impuestos en lugar del treinta y tantos –como han hecho los irlandeses o los luxemburgueses con las gestoras de fondos–, subvencionando durante cierto número de años los pagos a la seguridad social y, sobre todo, subvencionándoles la contratación de jóvenes, eliminando trabas burocráticas, etc., etc. No busquen excusas señores políticos, que ya está todo inventado sobre cómo atraer empresas a tu ciudad. Pero hay que hacerlo/pagarlo, en lugar de dedicar el dinero a otras cosas.

Pero había que dejar huella histórica. Poder decir lo de “eso lo construí yo”. La inmortalidad antes que convertir tu ciudad en un hervidero de empresas creadoras de empleo y riqueza.

Valencia no se merece estar como está. Se merece el puesto que le corresponde en Europa. Como se lo merece España. Y ese puesto es un puesto de privilegio, como el de California en los EEUU. Y lo mismo se puede decir de sus habitantes. La naturaleza del valenciano siempre ha sido emprendedora. Así lo demuestra la historia: es mucho más larga la tradición empresarial, industrial y manufacturera de Valencia que la del ladrillo y el Monopoly que han impulsado los políticos –nacionales y autonómicos– durante los últimos diez o quince años.

Valencia es importante no ya per se, sino porque es probablemente el máximo exponente de lo que no es pero podría ser España. Porque, vamos a ver, ¿por qué se instala Apple en Irlanda, donde no hace más que llover y hay bastante poco que hacer, en lugar de en Valencia? Y no será por infraestructuras. Comparen carreteras, puerto y red de alta velocidad. Y Valencia es también Unión Europea y euro. Me juego algo a que si a un ejecutivo, digamos que holandés o norteamericano, le preguntas si preferiría vivir en Valencia o en Dublín, no creo que tuviera la menor duda. Una casa en la playa de la Patacona –pedazo de playa–, a diez minutos de la oficina en el centro de la ciudad, o un ático en uno de esos maravillosos edificios antiguos remodelados. Y pudiendo moverse en bici con una temperatura magnífica durante la mayor parte del año. Y por la tarde, bañito en el mar, al lado de casa. Y los findes, a Jávea, Denia o, en una hora y media de tren, de marcha en Madrid. O a ver museos. O un viaje en línea low cost a ver a la familia a Londres, Fráncfort o Ámsterdam.

No, si las multinacionales tecnológicas no están en Valencia no es porque sea peor sitio que Dublín. Se fueron a Dublín porque allí se lo pusieron fácil y atractivo, justo lo contrario que aquí. Pagan la mitad de impuestos y les dan todas las facilidades administrativas para instalarse, igual que a las empresas financieras en Luxemburgo. Nada de regulaciones especiales autonómicas, nacionales y locales, burocracias para volverte loco, mordidas políticas, presiones para que te instales en el solar del cuñado del político de turno. Nada, nada, a Dublín, aunque llueva, haga frío y el único plan sea el pub y la cerveza Guinness. Y no me saquen por favor lo de que Irlanda ha sido rescatada y nosotros no –bueno, la banca, media España, sí– o que allí también ha habido burbuja inmobiliaria. Estamos hablando de cómo atraer empresas y crear empleo. Otra cosa es si luego lo estropeamos –lo han estropeado–, pero son cosas distintas.

¿Qué pasaría si lo que hicieron en Irlanda se hubiera hecho, o se hiciera, en Valencia, extensible a cualquier otra empresa, nacional o internacional, especialmente si es exportadora, tecnológica o simplemente innovadora? ¿Y si además se hiciera una reforma laboral realmente valiente que convirtiera nuestro país en un país dinámico laboralmente hablando como los EEUU? Si a una empresa puntera, española o extranjera, le ofreces imposición reducida –¿si lo siguen haciendo en Irlanda porqué nosotros no?–, mínimas trabas administrativas –excepto en cuestiones medioambientales, cuidado, ahí no hay que ceder un paso–, cero miedo a contratar gente (súperreforma laboral), infraestructuras de primera y encima un entorno ideal para vivir, ¿se van a ir a Irlanda?

Como verán, insisto en mi propuesta del post España centro de negocios. Creo que nuestro país, pobre en recursos naturales y no especialmente dotado para la innovación tecnológica –aunque lo estuvo– debe centrar su modelo de negocio en convertirse en imán de empresas, emprendedores, innovadores tanto nacionales como, muy especialmente, extranjeros/as. Si no somos capaces de hacerlo nosotros, traigámoslos aquí. Tenemos mucho más que ofrecer que otros países. ¡Pero si hay alemanes que hacen miles de kilómetros todas las semanas para poder vivir en Mallorca aunque trabajen en Dusseldorf! España –y Valencia– deben convertirse no sólo en el imán empresarial europeo, sino también en adalides del empleo juvenil. Menos subvenciones a partidos políticos, sindicatos y fundaciones públicas de esas de la “mamandurria” como dice Ansón, y más subvención a la contratación de jóvenes y a su formación. Qué vergüenza que la gente joven de Valencia y del resto de España tenga que irse a trabajar a miles de kilómetros de distancia cuando lo que les gustaría es trabajar aquí, mientras se derrochan miles de millones en mantener tres administraciones estatales paralelas con todo su boato. ¡Con las subvenciones que se podrían dar a las empresas por contratar y formar jóvenes reduciendo el elefantiásico estado español!

En España, centro de negocios trataba de aportar mi granito de arena de lo que pensaba que podría ser un buen modelo de negocio para España. Hoy, para que no se diga que no bajo de las musas al teatro, voy más allá y lo concreto en la ciudad que lo tiene todo para adoptar ese modelo. Pero lo que propongo sería extrapolable a muchos otros lugares de nuestra geografía, porque si algo se ha hecho bien aquí son las infraestructuras. Y del resto ya se ocupó la naturaleza al darnos un clima maravilloso. Un país que tiene desde desiertos hasta estaciones de esquí. Y encima rodeado de mar.

He elegido Valencia porque, aparte de tenerle cariño personal, es la ciudad que mejor representa lo que puede ser y no es España, el problema y la solución, y todo por falta de valentía para romper moldes, por politiqueos, por regulaciones innecesarias, burocracia y, sobre todo, porque aquí nadie brillante se dedica a la política (también aporté mi granito de arena en el artículo Doble paga, doble pena, dedicado a los políticos). Y necesitamos gente brillante y valiente. Y la necesitamos ya.

Antes de acabar, un apartado especial para los impuestos. Señores del gobierno: no sirve de nada facilitar el despido si las empresas no tienen nada que vender, porque si no hay qué vender, ¿para qué vas a fabricar? ¿O crear servicios? Y si no vas a vender ni productos ni servicios, ¿para qué vas a contratar a nadie? Su estrategia de que las clases medias y medias altas paguen con sus impuestos todo el peso del saneamiento de sus finanzas publicas está machacando la capacidad de consumo interno en un país cuya principal y casi única fuente de crecimiento es el consumo interno. Y no tienen ustedes excusa: no es ya que Bruselas les haya dado tiempo y dinero, es que se están Uds. ahorrando una pasta en intereses por la caída de la prima de riesgo (ver De círculo vicioso a círculo virtuoso). Así que no sólo me sumo desde aquí a la iniciativa de #bajadadeimpuestosya, sino que lo hago extensivo a mi propuesta para emprendedores y empresas, para convertir este paraíso natural que es España en un paraíso fiscal en el buen sentido de la palabra. Es decir, un país donde el contribuyente pague, pero no se le robe, un país donde las empresas paguen por estar en él, pero que no sea un elemento de extorsión que las aleje. España es un paraíso natural en Europa. Sáquenle partido en lugar de poner trabas a los profesionales y las empresas que quieran vivir y trabajar aquí. ¿Es que es tan difícil de entender?

¡Buen fin de semana! ¡El próximo les veo en Valencia!

¡¡#Bajadadeimpuestosya!!

Valencia lo tiene todo. Belleza, clima, un magnífico litoral, excelentes playas a minutos del centro, un gran puerto, un aeropuerto internacional, un AVE que te pone en Madrid en hora y media y, por si todo lo anterior fuera poco, es una ciudad plana, es decir, que el centro podría ser una maravilla urbanística y ecológica para vivir, donde bicicletas y peatones camparan por sus respetos, como en Ámsterdam. (Y digo el centro porque, por algún motivo, el carril bici existente está más orientado a lo deportivo/lúdico –en la zona del río y de la playa y el puerto– que en hacer un centro ciudad totalmente peatonal/ciclista). En otras palabras: la Comunidad Valenciana es el ejemplo más claro de que físicamente España podría ser la California de Europa. Pero también de por qué no lo es (o no lo somos).