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Víctor Alvargonzález

Telón de Fondo

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¡Todos al extranjero!

Nos encontramos en un país en el que un gobierno de derechas cree que la solución a todos sus problemas es crujir a impuestos a sus ciudadanos

Hace muchos años, Luis Berlanga, el gran director de cine español –de esos que compensaban con talento la inexistencia de subvenciones–, hizo una película que se llamaba ¡Todos a la cárcel! Película premonitoria. Como gran cronista que fue de las épocas que le tocó vivir, si hubiera vivido unos años más habría tenido que hacer segundas y terceras partes, porque pienso que ni a él se le habría pasado por la cabeza el grado de corrupción al que iba llegar la clase política –y sindical– española.

Pero no voy a entrar en temas de corrupción. No será por falta de ganas, pero no creo que a la gente que tiene el detalle de leer mis artículos le interesen mis opiniones políticas. De interesarle algo serán mis consejos para invertir y los análisis de política económica, y en este último caso únicamente por la influencia que tiene la política económica en los mercados. Además, ya me permití el ‘desahogo’ de dar mi ‘receta’ para limpiar, fijar y dar esplendor a esta nuestra clase política en “Doble paga, doble pena”. No, lo que me gustaría compartir con ustedes es un tema que, siendo político, tiene enormes consecuencias tanto para la economía real como para la financiera.

Vaya por delante que desde Tressis recomendamos invertir en bolsa española desde antes del verano pasado (pueden comprobarlo en http://www.youtube.com/watch?v=z5BjOG5RCLY) y no hemos cambiado de estrategia. Pero eso es una recomendación financiera y de medio plazo. Y cuando digo que es financiera me refiero a que se basa, sobre todo, en una cuestión de ‘valoración’, concretamente la de las empresas que componen nuestra bolsa y muy especialmente las que forman el Ibex 35. En este artículo miramos en otra dirección y bajo otro prisma: a la economía real y a largo plazo. Y no crean que es una reflexión inútil para el inversor. Todo lo contario. Al final, economía financiera y real convergen.

La financiera simplemente trata de anticipar lo que va a hacer la economía real. Pero un buen análisis de la economía real es básico para contrastar las expectativas financieras. A medio plazo no tengo muchas dudas sobre la senda alcista de la bolsa española (aunque tendremos corrección, no lo duden), como no las tuve sobre la deuda pública hace ahora un año (“Me apuesto una cena a que...”), porque el esfuerzo de los ciudadanos –que no del Estado– iba a permitir que el país recupere la credibilidad crediticia y el siguiente paso –en ello estamos– es que las empresas españolas borren de su imagen el estigma de ser españolas.

Y que, al igual que cuando baja la prima de riesgo sube el valor de los bonos del Estado, el valor de las empresas españolas sube cuando el mercado se da cuenta que una cosa son los políticos de un país y otra las empresas y sus equipos directivos, al igual que hay un abismo entre la excelencia de nuestros deportistas y la labor de nuestros políticos. Por eso sube nuestra bolsa y seguirá haciéndolo hasta que alcance una valoración justa. También –hay que decirlo– apoyada por la inercia del resto de bolsas europeas. Pero una vez alcanzado un precio justo, los inversores empezarán a valorar las expectativas de crecimiento a largo plazo del país. Y ahí es donde surge la duda.

España tiene un problema grave de crecimiento a largo plazo. Eso es obvio. Hablamos de un país cuyo modelo de negocio era el Monopoly y cuyos gobernantes no parecen muy preocupados por fomentar un modelo nuevo. También está el turismo –menos mal–, pero ese ya no da para más, pues los excelentes resultados de la última campaña se deben a la ‘primavera árabe’ más que a una acción de gobierno. Vamos, que España ha hecho su agosto gracias a la ‘primavera árabe’, con sus revueltas, inestabilidad y aumento de la inseguridad. Ha eliminado de un plumazo la competencia de Túnez, Egipto, Marruecos, etc.

Y no me limito a criticar. Ya hice mi propuesta para fomentar un nuevo modelo de negocio para nuestro país en “Valencia, paradigma de la solución y el problema de España”. El problema es que la falta de expectativas y liderazgo genera varios problemas adicionales a la falta de un modelo de negocio. El primero, el peor, es el hecho de condenar al ostracismo a generaciones enteras de jóvenes españoles. Sólo se salvan los que tienen la fuerza de voluntad, el dinero o la oportunidad de irse a probar suerte fuera. Sobre este problema y su posible solución ya hablé en “Manifiesto” y en “Se busca economista con un par de tardes libres”. Pero, desgraciadamente, hay una segunda parte. Si la salida de talento joven del país es un gravísimo problema, no podemos olvidar otro casi igual de grave: la salida de talento adulto (o senior, como dicen los británicos).

De lo que más se habla es de la salida de investigadores y científicos. No me extraña: es increíble que un gobierno prefiera que se vayan nuestros mejores investigadores a reducir y racionalizar el tamaño de nuestro elefantiásico Estado. Y no lo duden: es perfectamente posible hacerlo –ellos mismos dicen que “podrían” ahorrar 35.000 millones de euros con el “Plan Soraya”– y yo añado que también podrían obtener dinero para I+D sacándolo de la inmensa cantidad de gastos innecesarios e improductivos que mantiene obstinadamente el Estado. En otras palabras, y por poner un ejemplo evidente: ¿cuántos sueldos de investigadores, jóvenes o adultos, se podrían pagar con lo que nos cuesta una institución tan inútil y cara como es el Senado? Muchos, se lo aseguro.

Pero no se trata sólo de científicos o expertos en tecnología. Aquí también viven un montón de “curritos” de cuello blanco, los ejecutivos, los malvados ‘ricos’ que se dejan la piel en puestos directivos de todo tipo y que, al cobrar vía nómina, son presa fácil del recaudador. No hace mucho tiempo el jefe de estudios de una importante institución financiera me demostró que quien está en el tipo máximo del IRPF aporta cerca de un 70% de sus ingresos al Estado. Basta sumar a los impuestos directos (IRPF) los indirectos (IVA, tasas varias, impuestos ocultos en gasolina, factura de la luz, multas, etc.) y las cargas sociales. Incluso más quien fuma o se toma una copa el fin de semana.

Al día siguiente de recibir aquella explicación me fui a ver a un asesor fiscal para ver si podía hacer algo para evitar el expolio. Algunos pensarán que soy insolidario. Pues no. Lo que no soy es tonto, como dice el anuncio. Hasta el día de hoy he pagado –y pago– religiosamente todos y cada uno de los impuestos que me corresponden (sin contar aportaciones a ONGs que me merecen confianza, etc.). Debo ser, con diferencia, el tonto fiscal oficial del país. Y hasta ahora no me importaba, de verdad. Pensaba que hacía lo correcto y creía que era lo justo. Había gente que lo necesitaba más que yo. Hasta que empecé a ver los ERE, los Bárcenas, las UGT y toda esa interminable lista de personas a cuyos bolsillos llega una parte importante de mis impuestos. Así que me dije: bueno sí. Tonto, no.

Ingenuo más bien. Como somos la presa fácil, los ‘ricos’ de la nómina somos el instrumento del gobierno para cuadrar las cuentas públicas. Los “ricos”, vaya. ¡Ricos! Tiene su gracia. ¿Se puede llamar ‘rica’ a una unidad familiar que entre ella y él suman 100.000 euros anuales de ingresos? Pero cómo se puede tener tanta cara. Yo asesoro a gente rica de verdad, y les aseguro que para ellos 100.000 euros son una minucia. Y lo digo con todo mi respeto, pues la gran mayoría se lo han ‘currado’ mil veces más que los políticos y los corruptos que quieren vivir de su esfuerzo.

Y ese es el problema que les planteo hoy: a los senior se les –nos– están empezando a llenar las narices. ¿Así que me mato a trabajar, corro riesgos, lucho por mejorar y me castigan cuál mal alumno? Pues se lo voy a decir con toda sinceridad: si pudiera, me haría residente fiscal en otro país. Como los deportistas y muchos ‘ricos’ de verdad. Y no me avergüenzo. De lo que me avergüenzo es de permitir que el dinero que tanto me cuesta ganar vaya a EREs falsos en lugar de a hospitales, comedores sociales o a Cáritas, por poner un ejemplo. Es más, y para que vean que no es insolidaridad: déjenme dedicar todos mis impuestos a un grupo de ONGs de mi elección – organizaciones religiosas incluidas - y estoy dispuesto a pagar un 5% más de impuestos sobre el tipo actual sólo por el placer de saber que mi dinero va a ayudar a los necesitados y no a los ‘corrutos’.

Y como yo, muchos más. En qué cabeza cabe que uno trabaje el 70% del tiempo para el Estado, especialmente cuando tienes la certeza –la presunción era en época de Luis G. Berlanga, ahora es certeza– de que mucho de ese dinero va a la ‘buchaca’ de políticos corruptos o que directamente se malgasta.

Y la alternativa es peor. El otro día, un político de raza’ como el señor Rodríguez Ibarra, aunque yo creo que poco experto en temas económicos y fiscales, decía que la solución a la crisis consistía en subir todavía más los impuestos, basándose en que hay margen porque en países como Francia o Alemania los tipos son más altos. Pero señor Ibarra: ¿qué servicios recibe a cambio el ciudadano francés o alemán? ¿Y no se da cuenta de que con la presión fiscal que hay en España se están cargando a las clases medias, motor del consumo y la demanda interna de un país cuya economía depende en un 70% de la demanda interna? Y eso lo dice el señor Ibarra, que probablemente es de las cabezas mejor amuebladas de su partido. Imagínense que pasaría si al final el candidato es …………………………………… (Rellene por la línea de puntos el que más miedo le dé).

Estamos en un país en el que un gobierno de derechas considera que la solución a todos sus problemas es crujir a sus ciudadanos a impuestos –miedo da lo que oigo sobre la futura reforma fiscal– y los mejores políticos de la alternativa socialista plantean un “más todavía” (a los peores mejor ni preguntarles).

Pues ándense con cuidado señorías. Los ‘ricos’ de 100.000 euros que se dejan la piel en su trabajo y que no se limitan a fichar, la gente que quiere progresar y ganar más –y no, señor Montoro, eso no es un pecado–, son el verdadero motor de la economía de un país-. Al ritmo que van Uds., no sólo se van a cargar las clases media y media-alta –las altas y las muy altas tienen medios de sobra para evitar la rapiña y, además, no están en el objetivo del señor Montoro, porque para pillar ‘cacho’ con esas hay que ‘currárselo’ y ponerle imaginación, igual que para detectar el fraude.

Al ritmo que va el proceso de confiscación fiscal, el ejecutivo, el empresario, el emprendedor y todos los currantes de cuello blanco –los “malos de la película” del señor Montoro– encontrarán un resquicio fiscal o simplemente se irán a trabajar a otro país, especialmente los mejores. Y más si son relativamente jóvenes, porque los que tienen entre 30 y 40 años son de una generación que habla idiomas, están acostumbrados a trabajar fuera y los hijos que tienen son lo suficientemente pequeños como para que no se desate un motín doméstico si les dices que te vas a vivir a otro país (y encima aprenden idiomas). Vamos, más de uno de los que lean este artículo y hagan cálculos se lo estarán pensando ahora mismo.

¿No me creen? El otro día almorzaba con el mayor accionista de una de esas admirables empresas españolas que son punteras en algo que no sea ladrillo, y me contaba que sus principales ejecutivos, algunos también accionistas, le habían propuesto trasladar la sede central a otro país, pues de esa forma podían reducir el tamaño del expolio que estaban sufriendo. Vamos, que preferían pagar e incluso vivir en otro país antes que trabajar de enero a septiembre para un Estado corrupto.

Señores políticos: sus predecesores consiguieron alcanzar un impresionante 40% de paro juvenil y ustedes, con su política económica, les aseguro que no lo van a reducir mucho (un 0,6% no crea empleo, por mucho que triplique el 0,2% inicialmente pronosticado por el FMI). Y un 1% tampoco. Han conseguido Uds. que la mayoría de los jóvenes españoles quieran irse fuera. Han conseguido echar a científicos y emprendedores. Y ahora van camino de echar a los profesionales más brillantes y que más se esfuerzan (hablamos de la empresa privada, donde el que cobra más suele ser porque es bueno en lo suyo, listo o trabajador). Y todo por no apretarse ustedes el cinturón (ver “Se necesita economista con un par de tardes libres”). Yo empiezo a estar seriamente preocupado (además, a mí ya me han dicho que no tengo escapatoria y si les digo a mis hijos que nos vamos a otro país se lo que me van a responder). Uno se pregunta: ¿se han vuelto locos nuestros dirigentes? ¿No se dan cuenta de que a este paso en el tejido empresarial español va a pasar lo mismo que en la política, que solo quedará el que no vale para otra cosa? Yo creo que si Luis G. Berlanga resucitara e hiciera una segunda parte de su película la llamaría Todos a la cárcel… ¡o al manicomio!.

¡Buen finde!

P.D.: Sé que llevo dos semanas sin hablar de mercados, pero es que, como se decía entonces de España, la estrategia “va bien”, y cómo es muy parecida a la que diseñamos hace un año pues poco más puedo aportar. Es más: esa estrategia evita desde hace mucho tiempo los países emergentes y ya advertí recientemente sobre las consecuencias del tapering en los mercados de esos países, así como del efecto del precio de la caída de las materias primas (“Cuidado con los fondos mixtos de renta fija”), así como sobre la delicada situación que se está produciendo en China y (“Japón y China, las dos caras de la moneda bursátil”), dos de los riesgos que acabarán originando una corrección en las bolsas. Pero hablaremos de mercados, Vaya si lo haremos.

Hace muchos años, Luis Berlanga, el gran director de cine español –de esos que compensaban con talento la inexistencia de subvenciones–, hizo una película que se llamaba ¡Todos a la cárcel! Película premonitoria. Como gran cronista que fue de las épocas que le tocó vivir, si hubiera vivido unos años más habría tenido que hacer segundas y terceras partes, porque pienso que ni a él se le habría pasado por la cabeza el grado de corrupción al que iba llegar la clase política –y sindical– española.

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