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No le den tantas vueltas: el problema de Europa se llama IPC
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Víctor Alvargonzález

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No le den tantas vueltas: el problema de Europa se llama IPC

Pero lo que más les duele a los ciudadanos italianos - y al resto de ciudadanos europeos - es la dramática bajada de nivel de vida que están sufriendo como consecuencia de la inflación

Foto: La sede del BCE en Frankfurt, Alemania. (Getty/Thomas Lohnes)
La sede del BCE en Frankfurt, Alemania. (Getty/Thomas Lohnes)

Si Bill Clinton estuviera en activo les diría a los analistas políticos aquello de “es la economía, estúpido”. Aunque probablemente lo cambiaría por “es la inflación, estúpido”.

Por supuesto que en las elecciones italianas han intervenido otros factores. Pero lo que más les duele a los ciudadanos italianos - y al resto de ciudadanos europeos - es la dramática bajada de nivel de vida que están sufriendo como consecuencia de la inflación. Y tener que ver cómo sus dirigentes están a sus cosas, mientras ellos sufren las consecuencias.

Foto: EC.
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Ocurrió en Francia y Le Pen supo capitalizarlo. Si se hubiera preparado mejor la parte económica del debate con Macron - o si las elecciones hubieran sido más tarde - a lo mejor ahora sería presidenta. De hecho, cuando llegaron luego las elecciones legislativas la inflación había aumentado y el frente nacional sacó un resultado histórico. No sé quién dijo aquello de que la mayoría vota con los pies, pero es muy cierto. Especialmente en el caso de la mayoría silenciosa.

En Italia la inflación es mucho mayor y “casualmente” ha coincidido con un cambio político que probablemente hace un año habría sido difícil. Cuando el descontento es muy grande es cuando se producen los cambios más radicales. Las victorias de los extremos suelen coincidir con periodos de extrema incompetencia de los moderados (y me gustaría aclarar que el programa de Meloni me recuerda más a una política conservadora y de derechas que de extrema derecha).

Los únicos que no ven la realidad actual de Europa son las élites, cada vez más desconectadas del pueblo llano. Pusieron sanciones a Rusia sin ponerle antes amortiguadores a la economía europea para reducir los efectos secundarios. Aunque la eficacia de las sanciones es como mínimo dudosa, puestos a realizar un embargo que nos perjudica, que menos que ser un ladino y no hacerlo hasta que tengas aseguradas fuentes alternativas, es decir, asegurarse previamente el suministro de petróleo, gas y materias primas a precios razonables (y no mencionar lo de dejar de comprar gas ruso hasta que las reservas europeas estén llenas y avanzadas las plantas de regasificación). Como sabe cualquier economista - y cualquier persona con sentido común -, si avisas de que vas a estrangular la oferta, los precios se disparan. Y cualquier jugador de mus sabe que hay que esperar el momento adecuado para lanzar un órdago. Ya se ve que la señora Von der Layen y el Sr. Borrell no juegan al mus.

Foto: Un pescadero echa hielo sobre su mercancía en Madrid. (EFE/Luis Millán)

Ahora sabemos lo que cuesta poner el carro antes que los bueyes. Ayer Carlos Sánchez informaba que, según la OCDE, el coste de la guerra en 2023 será equivalente a 2,8 billones de dólares. En un año. Un coste que se reparte por toda la economía global, pero que sobre todo paga Europa. Ahora ya sabemos lo que cuesta el efecto rebote de las sanciones. Y no incluyo los miles de millones en armamento, porque al menos ese dinero ha servido para detener la agresión rusa, mientras que no hay constancia de que Putin haya pensado en detener su avance por temor a las sanciones, sanciones que han costado infinitamente más caras que el armamento entregado a Ucrania.

Luego está el coste social y político, más difícil de cuantificar pero muy real. Las huelgas y las manifestaciones que se pueden producir en los próximos meses en Europa como consecuencia de una fuerte bajada del nivel de vida pueden ser violentas y afectar a la economía. Y al euro: ya puede subir el BCE los tipos de interés, que poca gente va a invertir en Europa - o comprar nuestra cada vez mayor deuda pública- si no hay seguridad energética y política. La energética a corto y medio plazo ya la hemos perdido; ahora solo falta que mostremos al mundo que tampoco hay tranquilidad en nuestras calles o en nuestros parlamentos.

Lo que ha ocurrido en Italia es de libro. La alta abstención refleja hartazgo, el giro político refleja desconfianza en quienes han gobernado hasta ahora. Los ciudadanos son como los accionistas: lo que les importa son los resultados, no las explicaciones. El cambio en el voto refleja algo que es de puro sentido común: la mayoría piensa que es estúpido votar a los mismos que les han llevado a esa situación en la que se encuentran y prueban con otros. No es un voto ideológico: es un voto en busca de una solución.

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Curiosamente, los únicos que a largo plazo se van a poder beneficiar de este desastre son los inversores. En el mundo de las inversiones se siembra cuando todo está muy mal y se recoge cuando todo está muy bien. La tierra quemada que dejan los políticos es terreno fértil para la siembra inversora. No hay terreno más fértil para comprar a precio de saldo. Los mejores aliados de los inversores son el miedo y la avaricia: el miedo para comprar barato, la avaricia para vender caro. Y en Europa la incompetencia de los políticos genera mucho miedo.

Si Bill Clinton estuviera en activo les diría a los analistas políticos aquello de “es la economía, estúpido”. Aunque probablemente lo cambiaría por “es la inflación, estúpido”.

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