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Las tontinas y el futuro de la jubilación

Las cotizaciones sociales ya no aportan suficiente dinero como para hacer frente a todas las pensiones existentes y el déficit de la Seguridad Social no hace más que ir en aumento

Foto: El banquero napolitano Lorenzo de Tonti diseñó las tontinas para facilitar al cardenal Mazarino (en la imagen) la obtención de préstamos en el siglo XVII.
El banquero napolitano Lorenzo de Tonti diseñó las tontinas para facilitar al cardenal Mazarino (en la imagen) la obtención de préstamos en el siglo XVII.

Tengo cada vez más claro que, en el momento que me toque jubilarme, el sistema de pensiones no podrá facilitarme una pensión como la que han tenido mis padres. Las cotizaciones sociales ya no aportan suficiente dinero como para hacer frente a todas las pensiones existentes y el déficit de la Seguridad Social no hace más que ir en aumento. Da igual que nos hayan subido la edad de jubilación o que las pensiones ya no se revaloricen con el IPC. El sistema público de protección se enfrenta a importantes retos que, a buen seguro, terminarán con un sistema totalmente distinto al que conocemos hoy día. Toca promover más el ahorro privado o, cuando llegue el momento, no tendremos más que una mínima parte de lo que tendríamos hoy.

En Estados Unidos, donde el Estado solo ofrece unos servicios mínimos muy básicos, trasladan al sector privado y al propio individuo el ahorro para la pensión. En concreto, el sistema 401(k), donde es la empresa la que hace aportaciones a planes privados en nombre del trabajador (parte de su salario) y los convierte en inversores, y el IRA, que es un vehículo privado que pueden crear los inversores, con fondos que deben venir de sus ingresos anuales.

Algunos estudios decían que, en el caso del sistema norteamericano, se debía haber invertido, como mínimo, ocho veces el sueldo anual para garantizar una pensión digna.

Sin embargo, hasta para los ciudadanos estadounidenses las cosas se han complicado. No es tan fácil ir aportando al plan de pensiones. De un lado se encuentran con la deuda que contraen para financiar sus estudios y, de otro, los salarios no son tan altos como acostumbraban. Ni las oportunidades laborales tan amplias. Y eso está provocando una merma en la aportación para la jubilación.

Además, al igual que ocurre en Europa, cada vez se vive más tiempo y con mejor salud. Eso supone un cambio total de los parámetros que antes se consideraban clave para hacer los cálculos de las pensiones. El siguiente gráfico nos muestra, para la población norteamericana, el crecimiento por grupo de edad. Seguro que el europeo no difiere mucho.

Así las cosas, entramos en una de las posibles soluciones que se están retomando para canalizar el ahorro de la jubilación: las tontinas. Le dejo claro, antes de empezar, que es una fórmula no legal todavía y que su creador acabó en la guillotina (Lorenzo de Tonti). Que en 1900 existían unos nueve millones de tontinas y que representaron un 65% del mercado asegurador de esa época. La caída y fin del uso de las tontinas fueron igual de rápidos y estuvieron rodeados de casos de corrupción y escándalos varios. Y sin embargo, podrían ser el futuro de los planes de jubilación.

La tontina es un sistema de ahorro que opera bajo un principio claro; se hacen aportaciones por parte de un grupo de individuos y se invierte en bonos, acciones o lo que sea. Al cabo de un tiempo, vencimiento de la tontina, los inversores van recibiendo sus pagos con una particularidad: si alguno de los partícipes fallece, su aportación se reparte entre el resto de los supervivientes. Y así sucesivamente. Es decir, cuanto más vives, más cobras. Quitando la parte morbosa del tema, tiene sentido pues, a diferencia de la aportación que habría hecho un individuo en nuestro sistema de pensiones, en cuanto fallece, esa pensión (salvo viudedad o similar) se queda en el sistema de pensiones. Aquí no. Se reparte entre los supervivientes.

Un grupo de economistas se está planteando recuperar las tontinas, con una serie de cambios y actualizaciones, como forma de acometer el problema que presentarán las pensiones en el inmediato futuro.

Las tontinas se emplearon, al principio, para financiar a los gobiernos de la época. Se consideraban una suerte de lotería pues, si vivías más que el resto, te forrabas. Si morías antes, tus herederos no veían nada. Era una buena fuente de financiación que se extendió por toda Europa. Al final, no obstante, en 1906 se acabó por prohibirlas.

El cambio en la esperanza de vida, no obstante, está provocando que esos ahorros para las pensiones puedan acabar antes que la vida del pensionista. Las anualidades, como forma de conseguir unos recursos para el momento de la jubilación, no se están contratando tanto y no son tan populares como debieran. El inversor lo ve como otra suerte de lotería en la que, solo si vives más de equis años, consigues recuperar y superar la inversión.

Y aquí es donde entran en juego las tontinas. No 'juego' sobre los años que yo viviré sino sobre los años que vivirán el resto de inversores de la tontina. El que otros mueran durante el periodo de pago provoca que yo obtenga una suerte de extra para disfrutar. Unos cálculos de ese grupo de economistas cifran entre un 10% y un 20% la rentabilidad extra que se puede conseguir sobre una anualidad clásica. Se deja la certeza del cobro de una renta por la posibilidad de un bonus.

Con matemáticas elementales y con la tabla de expectativa de vida, podemos calcular las aportaciones que debería hacer cada partícipe, independientemente de la edad, para, en caso de ser distintas, aplicar esos ratios al importe a recibir.

Se trata de un sistema fácil de calcular, barato de gestionar y que puede dar un plus sobre los sistemas tradicionales que están, sin duda, abocados a una reestructuración total. No se extrañe si, dentro de no mucho, su compañía de seguros le ofrece un tipo de tontina camuflado bajo otro nombre.

Tengo cada vez más claro que, en el momento que me toque jubilarme, el sistema de pensiones no podrá facilitarme una pensión como la que han tenido mis padres. Las cotizaciones sociales ya no aportan suficiente dinero como para hacer frente a todas las pensiones existentes y el déficit de la Seguridad Social no hace más que ir en aumento. Da igual que nos hayan subido la edad de jubilación o que las pensiones ya no se revaloricen con el IPC. El sistema público de protección se enfrenta a importantes retos que, a buen seguro, terminarán con un sistema totalmente distinto al que conocemos hoy día. Toca promover más el ahorro privado o, cuando llegue el momento, no tendremos más que una mínima parte de lo que tendríamos hoy.

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