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A vueltas con el futuro, que se nos sigue viniendo
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Santiago Satrústegui

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A vueltas con el futuro, que se nos sigue viniendo

La cuestión que creo que conviene plantearse no es tanto si el futuro es o será previsible, sino si el futuro nos sigue pareciendo un destino apetecible

Foto: A vueltas con el futuro. (iStock)
A vueltas con el futuro. (iStock)

Confieso que, cada cierto tiempo, me gusta dejarme arrastrar por la tendencia a la repetición y volver a poner el futuro como tema central de las esporádicas divagaciones que amablemente me permiten publicar en este espacio. Y no me refiero tanto al futuro, continente de los sucesos que nos gustaría anticipar, y que se representaría como el interior de una mágica bola de cristal donde tratamos de mirar. Sino al futuro como destino, categoría o lugar donde vamos a pasar el resto de nuestra vida.

Precisando un poco, la cuestión que creo que conviene plantearse no es tanto si el futuro es o será previsible, cosa que parece poco probable y que difícilmente va a depender de nosotros. Sino si el futuro nos sigue pareciendo un destino apetecible, como lo había sido durante muchos años.

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Como representante de la primera forma de mirar al futuro, podríamos considerar al siempre socorrido jugador y entrenador de béisbol, Yogi Berra, a quién se le atribuye la frase “el futuro no es lo que solía ser”, acompañada de otra sobre la dificultad de hacer predicciones, “especialmente cuando son sobre el futuro”.

Diciendo casi lo mismo, “el futuro ya no es lo que era”, el poeta y ensayista francés de principios del siglo XX, Paul Valéry, se refiere a que la forma de mirar al futuro era precisamente el problema que estaba viviendo su tiempo, en 1937. Posiblemente, ahora podría decirse lo mismo y hacerlo en el mismo sentido.

A la amenaza de un futuro sin porvenir le acaban, precisamente, de dedicar un libro, titulado “¿Tiene porvenir el futuro?”, un grupo de escritores coordinados por el catedrático de filosofía Faustino Oncina quienes, guiados por las ideas de Reinhart Koselleck y Hans Ulrich Gumbrecht, intentan ubicarnos conceptualmente en este momento de crisis de identidad de los órdenes temporales.

Foto: Futuro hotel de 5 estrellas en la calle Ruiz de Alarcón, 5.

Ganando un poco de perspectiva nos daremos cuenta de que no importa tanto cómo vaya a ser el futuro, sino nuestra actitud personal o como sociedad respecto a él. Las distopías imposibles de evitar y los desastres apocalípticos, sean ecológicos, económicos o sociales, con los que nos desayunamos todos los días en los medios o (como se dice ahora) en nuestras redes sociales, no necesitan ni siquiera cumplirse para deteriorar nuestro porvenir.

Es fácil decir que a la humanidad le vendría muy bien volverse a ilusionar con algún proyecto u objetivo común. Lo fueron la paz, la libertad, la democracia o la dignidad del ser humano, pero ahora estos conceptos están llenos de matices. Mientras no encontremos la alineación necesaria, convendría hacer caso a la primera regla de la motivación: el primer objetivo de un motivador debe ser no desmotivar.

He leído que pensar que estamos en “el mejor de los mundos posibles” es algo que podrían hacer a la vez, sin renunciar a su condición, un optimista y un pesimista, pero es indudable que, si no hay cataclismo final inminente, aquellos que se planteen una buena relación con su futuro y estén dispuestos a adaptarse a las circunstancias que se vayan produciendo, van a tener una ventaja respecto a aquellos que caigan en el argumento derrotista.

Es fácil decir que a la humanidad le vendría muy bien volverse a ilusionar con algún proyecto u objetivo común

Si el futuro es imprevisible, también lo será en lo referido a los malos escenarios. De hecho, uno de los problemas más actuales respecto a nuestra capacidad de anticipar lo que va a pasar está en la dificultad de usar el pasado para inferirlo. Incluso, como vemos continuamente en los mercados financieros, partiendo de situaciones que podemos considerar bastante similares.

Respecto a esta incapacidad manifiesta para la prognosis, que etimológicamente es conocimiento anticipado, me interesa especialmente la sutil diferencia que hace nuestro diccionario entre pronóstico y predicción. En el pronóstico, la previsión del futuro estaría basada en algún tipo de indicio, mientras que la predicción se relaciona más con algún tipo de intuición. Y es curioso porque el pronóstico nos deja un sabor a probabilidad que lo situaría, a pesar de haberle atribuido el diccionario la pretensión de fundarse más, en un escalón inferior al de la predicción. Pudiendo adivinar, ¿qué sentido tiene andar pronosticando?

Foto: La portavoz del Gobierno y ministra de Política Territorial, Isabel Rodríguez (c) junto a la vicepresidenta primera del Gobierno y ministra de Economía, Nadia Calviño (i) y la ministra de Ciencia, Diana Morant (d). (EFE/Fernando Alvarado)

El futuro nos llega y nos seguirá llegando todos los días. Lo hace a una velocidad de sesenta minutos por hora y de sesenta segundos por minuto desde que medimos el tiempo con respecto al giro de nuestro planeta. No siempre lo que acontece es lo que nos gustaría. Pero muchas veces tampoco sucederá aquello que menos nos gustaba. Y, si el pasado llega siempre después del presente, ¿por qué no pensar en términos de Futuro, Presente y Pasado?

PD: Enredado con el futuro y las predicciones sobre el mismo, he querido chequear la fecha en la que Ray Kurzweil estimaba que acontecería la “singularidad”. En su libro publicado en el año 2005, “La singularidad está cerca”, da como referencia el año 2045. Y, aunque todavía falta un poco, he descubierto a través de Amazon que tiene previsto publicar un nuevo libro en el año 2024 (el 4 de junio) que va a titular “La singularidad está más cerca”. Pues eso.

Confieso que, cada cierto tiempo, me gusta dejarme arrastrar por la tendencia a la repetición y volver a poner el futuro como tema central de las esporádicas divagaciones que amablemente me permiten publicar en este espacio. Y no me refiero tanto al futuro, continente de los sucesos que nos gustaría anticipar, y que se representaría como el interior de una mágica bola de cristal donde tratamos de mirar. Sino al futuro como destino, categoría o lugar donde vamos a pasar el resto de nuestra vida.

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