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La innovación en el sector financiero, un arma de doble filo
Al igual que los métodos de pago han experimentado una transformación espectacular y disruptiva en los últimos años, gracias a la digitalización, el fraude se ha ido adaptando
El fraude es algo tan antiguo como el dinero mismo, como también lo es la predisposición humana para cometerlo. Y al igual que los métodos de pago han experimentado una transformación espectacular y disruptiva en los últimos años, gracias a la digitalización, el fraude se ha ido adaptando con maestría y elevando significativamente su sofisticación.
Por la naturaleza de su actividad, el sector financiero es uno de los principales blancos del fraude, y existen en la actualidad numerosas tipologías que continúan evolucionando a medida que los defraudadores buscan explotar nuevas vulnerabilidades. Las apps financieras de bancos y fintech son especialmente susceptibles de ser objeto de delitos como la suplantación de la identidad, el phishing, el fraude con tarjetas de débito y crédito, el uso no autorizado de billeteras móviles y aplicaciones de pago para realizar transacciones fraudulentas, la presentación de información falsa para obtener un préstamo, el blanqueo de capitales o el robo masivo de datos de clientes, entre otros.
En España, la pandemia confirió un impulso formidable a la migración del comercio en efectivo al e-commerce, consolidando, así, el ecosistema de pagos digitales en 2021. Con una de las tasas de penetración de los canales digitales y de internet más altas de la Unión Europea, aumenta también la vulnerabilidad de las entidades financieras a la ciberdelincuencia.
Una encuesta realizada en 2022 por la Commodity Futures Trading Commission a 130 instituciones financieras globales revela que un 74% de ellas sufrió al menos un ataque ransomware el año pasado.
De acuerdo con otro estudio elaborado por la consultora FICO, España está entre los países europeos más propensos a recibir ataques. Los datos disponibles más recientes (2021) cifran las pérdidas generadas por este tipo de delitos en más de 90 millones, y aunque son significativamente inferiores a las registradas por Reino Unido y Francia, comparativamente el nivel de amenaza en nuestro territorio ha repuntado exponencialmente.
Las amenazas son numerosas y, más allá de poner en riesgo el dinero de millones de personas, acarrearán graves perjuicios económicos y reputacionales para las compañías, y, por ende, la pérdida de confianza en ellas por parte de los clientes.
Ante este panorama, las compañías del sector se ven obligadas a destinar importantes sumas a sus departamentos de Análisis y Gestión de Riesgo, Compliance y al uso de tecnología puntera para blindarse y prevenir eficazmente este tipo de amenazas. Es algo a lo que, además, están obligadas por ley. En este sentido, las regulaciones en el ámbito financiero son cada vez más rigurosas.
La banca digital y las fintech utilizan una variedad de estrategias y tecnologías para prevenir el fraude. Sin duda, los dos pilares fundamentales en la prevención del fraude financiero son, en la actualidad, el llamado KYC (know your customer) y las medidas para prevenir el blanqueo de capitales y la financiación del terrorismo (antiblanqueo de capitales o AML). Estas prácticas implican una rigurosa recopilación y verificación de información del cliente para prevenir actividades ilícitas. También el uso de biometría (huellas digitales, reconocimiento facial, etc.) para la autenticación reforzada (SCA) de los usuarios está ganando terreno en el sector, ya que proporciona una capa adicional de seguridad y dificulta el robo de identidad.
Más allá de que cumplir con KYC, AML y SCA es un requisito legal, también puede mejorarse la conversión y la retención de clientes. Al asegurar un entorno seguro y transparente, las instituciones financieras se ganan la confianza de los clientes. Además, al agilizar el proceso de onboarding mediante la automatización y otras tecnologías, las empresas pueden reducir la fricción y mejorar la experiencia del cliente.
Por otro lado, desde un punto de vista de innovación tecnológica, la inteligencia artificial y el machine learning desempeñan un papel cada vez más relevante a la hora de detectar en tiempo real comportamientos anómalos y transacciones sospechosas. De hecho, el machine learning o los sistemas de aprendizaje automático resultan particularmente útiles para identificar patrones de fraude emergentes que las reglas tradicionales podrían pasar por alto.
Sin embargo, la rápida evolución de las tecnologías digitales y las finanzas descentralizadas han abierto nuevas vías para el fraude que todavía no están completamente cubiertas por el actual marco regulatorio. Es el caso particular de las criptomonedas, que permiten operar en el anonimato y que, junto con la falta de una jurisdicción clara, plantean desafíos significativos para la regulación y la prevención del fraude.
La prevención del fraude en el sistema financiero es un desafío en constante evolución. A medida que las tecnologías y los métodos de fraude se vuelven más sofisticados, las regulaciones y las estrategias de prevención deben mantenerse al día. Las entidades financieras y las fintech deben seguir invirtiendo en tecnología y colaborando con reguladores y organismos de aplicación de la ley para proteger a los consumidores y mantener la integridad del sistema financiero.
El fraude es algo tan antiguo como el dinero mismo, como también lo es la predisposición humana para cometerlo. Y al igual que los métodos de pago han experimentado una transformación espectacular y disruptiva en los últimos años, gracias a la digitalización, el fraude se ha ido adaptando con maestría y elevando significativamente su sofisticación.
Por la naturaleza de su actividad, el sector financiero es uno de los principales blancos del fraude, y existen en la actualidad numerosas tipologías que continúan evolucionando a medida que los defraudadores buscan explotar nuevas vulnerabilidades. Las apps financieras de bancos y fintech son especialmente susceptibles de ser objeto de delitos como la suplantación de la identidad, el phishing, el fraude con tarjetas de débito y crédito, el uso no autorizado de billeteras móviles y aplicaciones de pago para realizar transacciones fraudulentas, la presentación de información falsa para obtener un préstamo, el blanqueo de capitales o el robo masivo de datos de clientes, entre otros.