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Lucía Puerto

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El nuevo pulso económico transatlántico

Las guerras de aranceles pueden despertar un sentimiento de enfrentamiento y rechazo en el ciudadano-consumidor europeo, cuyas consecuencias no son fáciles de predecir

Foto: El presidente de EEUU, Donald Trump.
El presidente de EEUU, Donald Trump.

Las guerras de aranceles pueden provocar otros problemas no menos graves que el incremento de los precios de los productos. Pueden despertar un sentimiento de enfrentamiento y rechazo en el ciudadano-consumidor europeo –y quizá también en el norteamericano– cuyas consecuencias no son fáciles de predecir, pero serán de enorme calado. La razón es la fuerte integración comercial de ambas economías que provocará que cualquier daño en una repercuta en la otra.

La Unión Europea y los Estados Unidos mantienen la más amplia relación bilateral de comercio e inversión del mundo. En conjunto, representan casi el 30% del comercio mundial de bienes y servicios y el 43% del PIB mundial. En 2023, el comercio transatlántico de bienes y servicios alcanzó 1,6 billones de euros, según datos de la Comisión Europea.

Desglosando el papel de ambos, los Estados Unidos invierten en la UE una cantidad total cuatro veces superior a su inversión en la región de Asia y el Pacífico. La inversión extranjera directa de la UE en los Estados Unidos es aproximadamente diez veces superior a la suma de su inversión en la India y China. Y eso se traduce, según los datos de Bruselas, en que las exportaciones estadounidenses a la UE generan millones de puestos de trabajo en los Estados Unidos, y lo mismo ocurre en Europa con los productos de las empresas de la UE que se venden en los Estados Unidos.

Con esta interrelación, si se despierta el resentimiento antiamericano o antieuropeo en el consumo de productos retail, se estará jugando con fuego. Se corre el riesgo de desencadenar una reacción en cadena difícil de detener, con efectos profundamente perjudiciales.

Hasta el momento, no ha habido reacciones políticas de ningún Gobierno europeo que haya lanzado mensajes de boicot o animadversión contra los productos de EEUU, pese a las duras declaraciones del presidente Donald Trump contra Europa. La Comisión Europea ha demostrado que no tenía un plan concreto contra los aranceles de Estados Unidos, pese a que han sido una de las medidas estrella de la campaña electoral del presidente y a nadie puede sorprender que ahora las lleve a cabo. Una vez más, Bruselas adopta una postura reactiva frente a Washington.

En Canadá existe desde 2018 una asociación que propugna la compra de productos canadienses, Buy Canadian, que se declara como un espacio no dedicado al boicot norteamericano, aunque tras las últimas declaraciones algunos de sus miembros dicen: “Simplemente no compres americano. Golpealos en el único lugar que les importa”. Recientemente se ha dado a conocer la plataforma Buy European Made (compre fabricado en Europa), que difunde en internet un listado de marcas europeas alternativas a los productos tecnológicos, culturales e industriales de gran consumo que llegan de Estados Unidos. Algo similar existe en Londres, con BuyBritain, cuyo lema es "Si eres un fabricante o creador con sede en el Reino Unido, nos encantaría mostrar tu marca y tus productos fabricados en Gran Bretaña al mundo". Se trata más de promocionar productos que de boicotearlos, aunque para algunos esta es una delgada línea que se cruza con facilidad.

Al margen de estas plataformas, no será difícil ver universidades, ayuntamientos y organizaciones privadas promoviendo entre sus seguidores locales la compra de productos europeos. La intención puede ser fomentar lo local, lo fabricado cerca, algo que está en los principios de la economía sostenible y circular desde hace años. A raíz de la pandemia, la UE promovió la reindustrialización de Europa, fomentando la creación de empresas "ligadas a la sostenibilidad, la lucha contra el cambio climático, la diversificación y autonomía energéticas y una mayor digitalización, además del reposicionamiento de la UE en el ámbito geoeconómico global".

A raíz del covid, la UE promovió la reindustrialización de Europa, fomentando la creación de empresas "ligadas a la sostenibilidad"

Estos principios no tienen un trasfondo antiamericano y, por lo tanto, deberían enfrentarse tanto a un producto de Estados Unidos como a uno de China o de Canadá. Quizá por eso, algunas empresas estadounidenses, sobre todo del sector de la alimentación, han comenzado a realizar un activismo corporativo con el que publicitan que sus proveedores son locales y que socialmente se comportan como una empresa más del país en donde venden el producto, en este caso en España.

En paralelo, la UE está desarrollando legislación comunitaria para incentivar la producción local a través de mecanismos de compra pública privada. Este marco legal, aún en proceso de construcción, busca priorizar la adquisición de bienes y servicios producidos dentro del espacio europeo, favoreciendo así a las industrias nacionales. Con ello, se pretende reforzar la resiliencia económica, la sostenibilidad y la autonomía estratégica del continente, especialmente en sectores clave como el tecnológico, energético y sanitario.

Lo cierto es que en Europa llueve sobre mojado porque esta polémica situación arancelaria llega después de años contra las grandes tecnológicas, en su mayoría de EEUU, pero también de China. No han sido reacciones anti Trump porque se desarrollaron antes de su llegada, incluso de su primer mandato.

Foto: José Placido, CEO de BNP USA.

Precisamente, el tema de la sostenibilidad es otro factor que se mezcla en este enfrentamiento. Las empresas de EEUU deben ser conscientes de que en Europa es importante mantener las políticas ESG (que cuidan la sostenibilidad, el buen gobierno corporativo y los temas sociales) que, hasta hace poco, también eran medulares en Estados Unidos, pero ahora ya no. Las organizaciones de la sociedad civil y los movimientos de consumidores no deberían mezclar el rechazo a firmas que no respeten estos principios con el origen de los productos. Se debería mantener la cabeza fría, pero las ásperas declaraciones de los gobernantes de Washington no ayudan.

No es una hipótesis descabellada que veamos movimientos del ciudadano-consumidor contra los productos de EEUU. No será un movimiento análogo al 15-M, puede ser mucho más transversal, y se puede propagar con fuerza porque apela a los sentimientos; se trata de una respuesta en una batalla comercial que no ha empezado Europa y que tiene implicaciones económicas y de sostenibilidad. Las declaraciones hostiles contra Europa de dirigentes de Estados Unidos dañan a las empresas norteamericanas. Su salida podría ser buscar una mejora de su imagen basada en hechos que le acerque al consumidor europeo. La batalla por el consumidor europeo ya ha comenzado, y no se librará solo en el campo político, sino también en los corazones y valores de quien elige qué comprar.

*Carlos Ochoa, Senior Managing Director, FTI Consulting

Las guerras de aranceles pueden provocar otros problemas no menos graves que el incremento de los precios de los productos. Pueden despertar un sentimiento de enfrentamiento y rechazo en el ciudadano-consumidor europeo –y quizá también en el norteamericano– cuyas consecuencias no son fáciles de predecir, pero serán de enorme calado. La razón es la fuerte integración comercial de ambas economías que provocará que cualquier daño en una repercuta en la otra.

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