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Bitcoin, ETFs y el nuevo lenguaje de la inversión institucional
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Lucía Pérez

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Bitcoin, ETFs y el nuevo lenguaje de la inversión institucional

La aprobación de los ETFs de Bitcoin al contado en 2024 transformó el acceso institucional, redefiniendo el mercado y validando su inclusión en carteras, aunque la volatilidad persiste

Foto: Bitocoin, cajero bitcoin, criptomoneda. (iStock)
Bitocoin, cajero bitcoin, criptomoneda. (iStock)

Durante años, la relación entre Bitcoin y la inversión institucional ha sido una cuestión abierta: ¿cómo acceder a un activo tan volátil, sin regulación clara ni canales estructurados? Ese vacío normativo se cerró en enero de 2024 con la aprobación de los ETFs de Bitcoin al contado en EEUU, un evento que, más que facilitar el acceso, redefinió las reglas del juego.

Casi un año y medio después, esos mismos ETFs no sólo canalizan el ingreso en los mercados de millones de dólares en flujos de capitales, sino que están sirviendo como termómetro oficial y universal que mide el grado de interés que suscita entre los inversores esta clase de activos. Más aún: su éxito está generando una transformación estructural en la industria de la gestión pasiva y activa, permitiendo el acceso a estrategias antes reservadas a unos pocos.

Pero también se ha convertido en una puerta de entrada formal del capital institucional. Los ETFs de Bitcoin al contado han sido, sin exagerar, el factor dominante detrás de la revalorización del más emblemático de los cripto-activos en los últimos 18 meses. Hasta el punto de que su impacto va mucho más allá de su propia cotización. De hecho, su existencia es una validación formal de este cripto-activo como componente legítimo en carteras institucionales.

Cuando hablamos de ETF’s lo hacemos de ciertos actores del mercado. Desde fondos soberanos, hasta family offices, endowments universitarios o fondos de pensiones. Para todos ellos, la custodia directa de Bitcoin, ni era viable, ni normativamente aceptable. Los ETFs vienen a resolver esta encrucijada al ofrecer un vehículo regulado, líquido, respaldado físicamente y suficientemente correlacionado con el precio de contado. Es, en términos funcionales, el puente que faltaba entre el ecosistema tradicional y los activos digitales.

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La escasez es el núcleo económico que da sustento al actual precio de Bitcoin. Con una inflación estructural estimada de 1,1% anual hasta 2028 -equivalente a unos 200.000 nuevos bitcoins por año- la oferta es rígida por definición. Frente a ello, la demanda agregada en 2024 por parte de ETFs al contado y tesorerías corporativas superó los 2 millones de tokens, cinco veces la producción esperada.

Este desfase se traduce en un efecto de convexidad extrema. De manera que, para duplicar la capitalización de mercado de Bitcoin en aproximadamente un billón de dólares durante 2024, no se ha necesitado un billón en flujos de entrada, sino menos del 10%. Esa elasticidad es, en buena medida, lo que hace a Bitcoin tan sensible a los movimientos institucionales, y tan atractivo como reserva alternativa de valor en contextos de asignación estratégica.

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El repunte reciente del mercado cripto ha coincidido con una mejora en la percepción del riesgo global, especialmente tras las señales de distensión comercial entre EEUU y China. Sin embargo, esta narrativa convive con una volatilidad estructural creciente, alimentada por tensiones geopolíticas, por tipos de interés reales elevados y por fuertes episodios de corrección en activos de riesgo.

En ciclos anteriores -2018, 2020, 2022- Bitcoin mostró una correlación directa con el S&P 500, amplificando las caídas del mercado de valores, lo que revela que, lejos de ser inmune a la recesión, el activo ha replicado dinámicas propias de estrategias de momentum. Hoy, el resto del mercado cripto funciona como una beta alta sobre Bitcoin. Es decir, que los movimientos se exageran, y las correlaciones entre clases de activos se estrechan, lo que desvela una atmósfera inversora con pocas certezas. Salvo una, la volatilidad persistirá.

Una señal clara de madurez institucional es el comportamiento documentado en los formularios 13F, donde los ETFs de Bitcoin aparecen como posiciones importantes en portafolios de hedge funds. Sin embargo, estas posiciones no son necesariamente direccionales: en el cuarto trimestre de 2024, muchos fondos estadounidenses implementaron estrategias cash and carry, tomando posiciones largas en ETFs y cortas en futuros perpetuos.

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Estas estructuras eran atractivas mientras las tasas de financiación eran positivas, ya que permitían recibir pagos periódicos. No obstante, con el colapso de dichas condiciones crediticias a principios de 2025 y tras un proceso de desapalancamiento progresivo, la rentabilidad neta se erosionó. En consecuencia, se forzaron liquidaciones: más de 1.400 millones de dólares en contratos y 460.000 operadores cerrando posiciones tras el anuncio de aranceles recíprocos EEUU-China.

El mercado lleva semanas por todo ello reduciendo su exposición apalancada y los flujos hacia ETFs lo reflejan: las salidas de capital son hoy la norma, y la actividad neta es modesta.

Sin embargo, mientras Bitcoin consolida su rol como activo macro, Ethereum aborda un camino distinto. A corto plazo, puede actuar como una beta elevada frente al primero, pero cada uno de sus fundamentos ya resultan divergentes. Los flujos hacia ETFs de Ethereum han sido mínimos y su narrativa como "plata digital" pierde peso frente a su papel como infraestructura para stablecoins y garantías.

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La oferta sigue siendo levemente inflacionaria, producto de una actividad de red que aún no ha recuperado tracción. A largo plazo, esa diferencia se ampliará, especialmente si Ethereum no logra capturar con claridad flujos institucionales más allá del ámbito de las finanzas descentralizadas.

Como telón de fondo, el marco regulatorio sigue siendo el driver más relevante para el crecimiento sostenido del mercado. En EEUU, la atención está centrada en monedas estables y en su eventual inclusión dentro de marcos bancarios o cuasi-monetarios. En Reino Unido, la clave será la aprobación -o no- de ETFs al contado que permitirían un acceso más eficiente y transparente, con menor dependencia de acciones sustitutas o vehículos corporativos.

En conclusión, el atractivo de Bitcoin como activo institucional depende hoy más que nunca de la calidad de los vehículos de acceso, la previsibilidad regulatoria y la gestión del riesgo estructural. Los ETFs han ofrecido un canal legítimo, pero también están expuestos a dinámicas de cobertura, financiación y correlación con el resto de los mercados financieros.

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En última instancia, Bitcoin no se puede catalogar como vehículo inversor a prueba de recesiones. Las correlaciones con índices como el S&P 500 aumentan en momentos de estrés, y las respuestas de actores clave -como la reacción de Pekín ante tensiones arancelarias- pueden desencadenar movimientos sincronizados tanto en acciones como en criptomonedas.

La única constante es la volatilidad, y en este entorno, los inversores sofisticados deben combinar acceso eficiente, análisis macro y estructuración cuidadosa. Porque la tesis de Bitcoin como activo institucional no ha caducado, pero está siendo sometida a su prueba más exigente hasta la fecha.

*Manuel Villegas, Analista de Activos Digitales de Julius Baer

Durante años, la relación entre Bitcoin y la inversión institucional ha sido una cuestión abierta: ¿cómo acceder a un activo tan volátil, sin regulación clara ni canales estructurados? Ese vacío normativo se cerró en enero de 2024 con la aprobación de los ETFs de Bitcoin al contado en EEUU, un evento que, más que facilitar el acceso, redefinió las reglas del juego.

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