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España crece, pero no avanza

A pesar del crecimiento económico destacado de España, persisten desafíos como el estancamiento de la productividad, la alta tasa de desempleo y la desigualdad en la distribución de la riqueza

Foto: El ministro de Economía, Comercio y Empresa, Carlos Cuerpo. (EFE/Borja Sánchez)
El ministro de Economía, Comercio y Empresa, Carlos Cuerpo. (EFE/Borja Sánchez)

El Fondo Monetario Internacional ha hablado esta primavera: el crecimiento global se ralentiza. Los motores del mundo se gripan poco a poco, con Europa a la cabeza del enfriamiento. Pero en medio de ese paisaje gris, España aparece como una excepción brillante. Las previsiones indican que cerrará 2025 con un crecimiento del 2,6%, casi el triple que el conjunto de la zona euro, y que habrá aportado el 40% del aumento económico de toda la Unión Europea en 2024. Son cifras que permiten al Gobierno presumir de buena salud económica. Y no les falta razón. Pero tras el brillo de los datos del PIB, hay sombras que exigen una mirada más serena.

El consumo público ha sido el gran motor de ese impulso, junto a la inmigración. Según el Banco de España, el gasto del Estado explicó el 39% y el 27% del crecimiento en 2023 y 2024. A la vez, la deuda pública se mantiene en el 101% del PIB: cuatro puntos más que antes de la pandemia y 14 por encima de la media europea. Es un crecimiento robusto, sí, pero financiado en buena parte a crédito.

A ese panorama se suma una paradoja persistente: el PIB crece, pero la riqueza de cada ciudadano apenas lo hace. El PIB real (descontando la inflación) per cápita —la medida que pone nombre y rostro al crecimiento— ha aumentado menos del 10% en los últimos 16 años. España, la cuarta economía de la UE, figura en los puestos 12 a 14 del ranking europeo en ingresos por persona. La abundancia agregada no se reparte bien.

El Consejo de la Productividad, dependiente del Ministerio de Economía, lo resume con crudeza: cuando el PIB per cápita ha subido, ha sido por el empleo, no por la productividad. Y eso tiene un límite. El Banco Central Europeo lo refuerza: de los 7,5 puntos que ha crecido la economía desde 2019, la productividad ha aportado apenas dos décimas. La inmigración, en cambio, casi cuatro puntos. Desde 2022, llegan a España unas 500.000 personas al año, y 460.000 de ellas trabajan y consumen. Gastan el 90% de sus sueldos. Son parte del crecimiento. Pero quizá no del futuro.

Foto: Una empresa logística de Toledo. (EFE/Ismael Herrero).

Porque el empleo crece, pero el paro sigue siendo del 11,3%, el más alto de Europa. Entre los jóvenes y los parados de larga duración, la situación es crítica. El sistema no encaja: una economía con alta inmigración y alta inactividad juvenil; con exceso de titulados universitarios y déficit de cualificación técnica; con una fuerte economía sumergida y escasa movilidad laboral. El resultado: más empleo, pero estancamiento de la productividad.

El BCE lo deja claro: hay más trabajadores, pero no más riqueza. En 2008 había 19,2 millones de afiliados a la Seguridad Social; ahora son 21,6 millones. Sin embargo, el PIB per cápita sigue atascado. La productividad por hora ha crecido un 20% en 25 años, lejos del ritmo de Francia, Alemania o incluso Italia. En los últimos cinco años, apenas ha aumentado un 0,19%. Es el gran cuello de botella de la economía española. Y ahora el supervisor advierte de que la calidad institucional en España se ha deteriorado en los últimos 20 años.

Foto: Un obrero de la construcción trabaja en un andamio en Valencia. (EFE/Manuel Bruque) Opinión
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Esta situación tiene efectos concretos. Las empresas se resisten a subir salarios. Las jornadas se alargan. La reducción del tiempo de trabajo, debatida ahora entre sindicatos y empresarios, abre un periodo de incertidumbre. En sectores como la hostelería o la restauración, el ajuste no será fácil. A ello se suma el aumento de las bajas laborales, por envejecimiento, secuelas de la pandemia y un entorno que reduce el miedo a perder el empleo.

Los fondos europeos Next Generation eran una oportunidad histórica para modernizar el tejido productivo. Pero la transformación no llega. La inversión en I+D subió un 15% en 2023, hasta el 1,49% del PIB. Sigue lejos del promedio europeo del 2,22%. España compite por precio, no por valor añadido. Y sin innovación, no hay salto cualitativo posible.

A todo esto se suma la gran angustia del presente: la vivienda. En 2024, los precios han subido tres veces más que los salarios en las principales ciudades. España no es una excepción —el problema es global— pero la falta de suelo, la rigidez urbanística y la lentitud administrativa agravan la escasez. El control de precios divide a los expertos, pero el malestar es unánime. Según la OCDE, España es el país donde más gente declara estar "muy preocupada" por encontrar o mantener una casa. Más incluso que en países donde se paga más por ella.

Foto: Imagen de una grúa de la construcción en Madrid. (Europa Press)

Ese malestar es el que fermenta en el descontento generacional. Los jóvenes, atrapados entre sueldos bajos y alquileres imposibles, son presa fácil de los discursos que prometen orden a cambio de (perder) libertades. Pese al crecimiento macroeconómico, la pobreza y la desigualdad apenas han cedido. La banca ofrece hipotecas atractivas, pero no todos pueden permitirse 30 años de deuda. Y los alquileres castigan también la movilidad universitaria y laboral.

En definitiva, España crece, pero no avanza. Los salarios reales —una vez descontados impuestos, alimentos, energía y vivienda— no mejoran. La clase media lo nota. Y la economía lo sufre. La salida no pasa solo por crecer más, sino por crecer mejor: más productividad, más innovación, más inversión y una regulación más ágil. Con la vista puesta en la agilidad de Estados Unidos, las Administraciones deben facilitar la actividad de los empresarios para impulsar la productividad que traerá mejores salarios y más bienestar a la sociedad.

Europa pone el dinero. El reto es usarlo (bien). Porque, si no, la España que brilla en los gráficos seguirá sin brillar en la vida de muchos.

*Juan Rivera, Senior Managing Director de FTI Consulting

El Fondo Monetario Internacional ha hablado esta primavera: el crecimiento global se ralentiza. Los motores del mundo se gripan poco a poco, con Europa a la cabeza del enfriamiento. Pero en medio de ese paisaje gris, España aparece como una excepción brillante. Las previsiones indican que cerrará 2025 con un crecimiento del 2,6%, casi el triple que el conjunto de la zona euro, y que habrá aportado el 40% del aumento económico de toda la Unión Europea en 2024. Son cifras que permiten al Gobierno presumir de buena salud económica. Y no les falta razón. Pero tras el brillo de los datos del PIB, hay sombras que exigen una mirada más serena.

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