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Cómo delatar a un 'postu-emprendedor'

El fenómeno del 'postu-emprendimiento' amenaza al sector tecnológico al priorizar la imagen sobre la viabilidad, desviando recursos de proyectos realmente prometedores y fomentando narrativas vacías y riesgos amortiguados

Foto: Un ejecutivo en un bloque de oficinas. (Pixabay)
Un ejecutivo en un bloque de oficinas. (Pixabay)

La burbuja de las puntocom arrasó con el sector tecnológico. Las sobrevaloraciones de las compañías motivadas por un entusiasmo irracional dieron lugar al estallido de una crisis mundial que provocó el desplome de los mercados bursátiles y la vaporización de millones de dólares. Muchas startups se financiaron con rondas de inversión y salidas a bolsa sin ingresos claros y sin productos maduros. Su valor se confió a futuras inversiones y, como en un esquema Ponzi, los rendimientos de los primeros inversores dependieron de la entrada de nuevos participantes, no de la creación de valor.

Hoy la situación es diferente. No hay burbuja, afortunadamente, pero sí proyectos sobredimensionados y un incremento del llamado ‘postu-emprendimiento’, un fenómeno que está perjudicando gravemente al sector. No es difícil detectar al ‘postu-emprendedor’, un perfil que reproduce una serie de patrones reconocibles, algunos de ellos muy familiares: no ha asumido ningún riesgo real –no ha arriesgado capital propio o vive en casa de sus padres–; no invierte en su idea, pero sí cobra un salario a pesar de no generar beneficios; adopta un horario más propio de un funcionario que de un fundador; alardea de tener empleados –aunque estén en prácticas o sin rumbo–; y celebra las rondas sin importar cuánto se ha diluido y sin tener claro la viabilidad del negocio. Sobre esto último, cuando las rondas se convierten en un fin en sí mismo y no en un medio para construir un proyecto sólido, la startup se convierte en una performance con fecha de caducidad.

El 'postu-emprendedor' descuida los números y carece de soltura con los datos financieros. A menudo los maquilla y es experto en EBITDA ajustado, ese cajón de sastre donde cabe todo lo que conviene ignorar. Se aferra a métricas vanidosas –como usuarios registrados, número de visitas o seguidores – mientras obvia los datos de conversión o la rentabilidad real de estas cifras. Descuida también el producto y al cliente –lo esencial, en definitiva–, pero cuenta con una deck visual y atractivo sin valor alguno. El problema no es sólo que no aporte valor, sino que el 'postu-emprendimiento' desplaza recursos e inversiones a proyectos que no son rentables para los inversores, en detrimento de los que sí tienen futuro.

Por el contrario, el 'postu-emprendedor' cuida con esmero su marca personal y construye un relato tan pulido como vacío, plagado de frases inspiradoras y recicladas. Las redes sociales han amplificado este fenómeno, y es cada vez más evidente que la fama de muchos emprendedores no es consecuencia del éxito de su negocio, sino de la inversión que hacen en su imagen personal. La exposición ayuda, por supuesto, pero con los años he aprendido que los mejores lo hacen sin ruido o al menos miden muy bien cuándo deben hacerse visibles. El postureo se acentúa especialmente en entornos B2C, donde las fronteras entre visibilidad y éxito son más difusas y donde el envoltorio suele pesar más que el contenido. Por el contrario, en el mundo B2B no basta con parecer solvente, hay que demostrarlo. Ganarse la confianza de otras empresas requiere experiencia, conocimientos y una propuesta competitiva a la altura de las necesidades del cliente. Por experiencia, las primeras suelen ser mucho más arriesgadas que las segundas.

Foto: María Benjumea, presidenta y fundadora de South Summit. (Cedida)

La falta de experiencia también delata a menudo al ‘postu-emprendedor’, que suele padecer el síndrome del aprendiz de brujo: apenas han arañado la superficie de un tema y ya se consideran expertos. Lo más preocupante es que ignoran que ignoran, lo que los convierte en peligrosamente convincentes. El éxito prematuro de unos pocos jóvenes con sudadera, casi siempre amplificado por los medios, ha generado una atracción casi mesiánica entre quienes sueñan con emprender sin haber trabajado jamás en una empresa. ¿Qué puede saber alguien del mundo real si nunca ha tenido un jefe al que aguantar o ha gestionado un cliente con expectativas desproporcionadas?

Detrás de todo esto hay algo más profundo: el deseo de liberación de muchos profesionales desmotivados que ven en este camino una alternativa de escape para lograr el éxito y la libertad. Pero lo cierto es que, salvo contadas excepciones, emprender es una travesía agotadora, con renuncias constantes, semanas en vela y vacaciones aplazadas indefinidamente. A esto hay que sumarle otro patrón: muchos de los ‘postu-emprendedores’ provienen de entornos acomodados, donde el riesgo es relativo y el fracaso, amortiguado. Hay quien se juega su casa por sacar adelante una idea. Otros, simplemente, juegan con la de sus padres. El riesgo no es el mismo. El carácter, tampoco. No es casual que los fracasos se hayan relativizado y se coleccionen como medallas inspiradoras. Pero no seamos ingenuos: los fracasos son fracasos, especialmente con el dinero de otros, porque siempre hay alguien que paga la cuenta, ya sea los inversores, el equipo o la propia dirección.

Las universidades y las escuelas de negocio también han sido en gran medida responsables. Han alimentado este fenómeno a través de un consenso complaciente que ha llevado a promover una narrativa hueca y muy poco realista. Son conscientes de que falta empleo y de que las buenas carreras ya no garantizan empleos. Con esta situación, es lógico que incentiven al emprendimiento, pero no a costa de un discurso ingenuo que lleva a muchos jóvenes a idealizar un camino que, en no pocos casos, termina por devorarlos, especialmente si empiezan demasiado pronto.

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Siento decir que algunos inversores también tienen parte de responsabilidad al trabajar con ‘postu-consultores’ que validan lo que suena bien, pero no lo que funciona. Así, el círculo del postureo se cierra con complicidad institucionalizada.

El mundo del emprendimiento ha madurado y el ecosistema es cada vez más sólido, con talento mejor preparado y un entorno mucho más profesionalizado que hace una década. Sin embargo, aún quedan globos hinchados, algunos en riesgo de estallar. Evitar que revienten es responsabilidad de todo el sector.

*Miguel Planas, CEO de Iris Venture Builder

La burbuja de las puntocom arrasó con el sector tecnológico. Las sobrevaloraciones de las compañías motivadas por un entusiasmo irracional dieron lugar al estallido de una crisis mundial que provocó el desplome de los mercados bursátiles y la vaporización de millones de dólares. Muchas startups se financiaron con rondas de inversión y salidas a bolsa sin ingresos claros y sin productos maduros. Su valor se confió a futuras inversiones y, como en un esquema Ponzi, los rendimientos de los primeros inversores dependieron de la entrada de nuevos participantes, no de la creación de valor.

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