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Roubini y el final de la hegemonía del dólar
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Alberto Artero

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Roubini y el final de la hegemonía del dólar

Quizá una de las piezas más interesantes que he leído en estos días de breve asueto paternal la firma Nouriel Roubini en el NY Times. Se

Quizá una de las piezas más interesantes que he leído en estos días de breve asueto paternal la firma Nouriel Roubini en el NY Times. Se puede achacar al Dr. Doom su incapacidad para ver el vaso medio lleno ante cualquier noticia aparentemente positiva que la economía o el mercado quieran dar. Es innegable. Sin embargo, su condición de cenizo impenitente no es óbice para que, con frecuencia, ponga encima de la mesa de debate cuestiones que van un paso más allá del estándar analítico tradicional. De ahí que, con independencia de mi mayor o menor comunión con sus ideas, me parezca imprescindible su seguimiento. 

Es lo que ocurre con el artículo que hoy someto a su consideración y que versa sobre el fin de la hegemonía del dólar como moneda de reserva mundial y su posible sustitución por la divisa china. El debate acerca del papel que ha de desempeñar el billete verde tras la crisis actual es objeto de no poca controversia, toda vez que se trata del ancla fiduciaria que sustituyó al patrón oro en 1971 generando, de este modo, parte de los desequilibrios que han conducido a la actual coyuntura. No se trata, por tanto, de una cuestión baladí sino que tiene numerosas implicaciones tanto a nivel interno de los Estados Unidos (financiación pública y exterior) como para la economía mundial (flujo de reservas en dólares). Un análisis el de hoy, por cierto, que hay que poner en consonancia con este maravilloso estudio histórico-profético publicado en Business Insider, pequeña joyita que merece la pena disfrutar pausadamente. No dejen de imprimírsela.

Roubini, al igual que Randall Forsyth en Barrons, no hace sino mirar con el rabillo del ojo a la Historia sólo para descubrir que sólo las naciones que son prestamistas y acreedoras netas en el orbe económico y financiero mundial logran mantener el privilegiado estatus de sus monedas, al no depender de la financiación de terceros para su funcionamiento corriente. Lo contrario provoca un miedo a la depreciación de la divisa del deudor, por parte de los acreedores, que termina por afectar a su voluntad de mantener, en este caso, el dólar como activo principal de depósito de valor e instrumento de cambio. Su consecuente devaluación resulta entonces inevitable, algo cuya materialización a corto plazo cuestionaremos más adelante.

Se trataría éste de un fenómeno que ya se estaría comenzando a suceder en los tres principales tenedores de recursos foráneos del mundo. De hecho, a cierre de 2008 había más euros que dólares en las reservas rusas, un 47,5% contra un 41,5%, algo que el especialista Brad Setser atribuye más a razones de proximidad comercial que de verdadera preocupación en las autoridades de aquel país por la evolución del los déficit gemelos estadounidenses. Japón, por su parte, ha amenazado con no adquirir más deuda norteamericana si ésta no se emite en yenes -los llamados bonos samuráis- con objeto de eliminar el riesgo moneda. China, finalmente, ha levantado la voz contra el quantitative easing propiciado por Bernanke y Geithner y su potencial impacto sobre el valor de un dólar que supone tres cuartas partes de sus activos en moneda extranjera. Curioso cuando su propia divisa está ligada al billete verde. Tal y como se encarga de recordarnos Ambrose Evans-Pritchard en el Telegraph, estos dos últimos países son titulares del 23% de la deuda federal de los Estados Unidos.

Muerto el dólar, ¿viva el…? Roubini llega por descarte a la conclusión de que la respuesta es el reminbi chino, toda vez que la única alternativa seria, el euro, está cuestionada, a su juicio, por la incertidumbre acerca de la viabilidad de la propia Unión Monetaria. Crecimiento sólido, escaso déficit público, irrelevante peso de la deuda en términos de PIB y su condición de mayor acreedor comercial del planeta serían argumentos todos ellos que justificarían la voluntad de China de convertir su moneda en la referencia tanto para las reservas como para el intercambio comercial internacionales. Algo que requeriría de las imprescindibles reformas  tanto internas como externas, con especial referencia a la libre circulación de capitales y liquidez y profundidad de sus emisiones en moneda local.

Un proceso de cambio que el profesor de la NY University cifra en una década y que, por el contrario, Krugman cree que no verá en vida. Pero que, sea cuál sea el resultado final, no se materializará a corto plazo. Estados Unidos ha comprendido muy bien cuál es el valor de su posición deudora a nivel internacional, cómo su débil situación exterior se puede corregir de forma natural con la crisis siempre que no se dispare el coste de sus aprovisionamientos, el por qué de la mejor posición competitiva que la flexibilidad de su economía le otorga a la hora de financiarse y la realidad tangible de que cualquier devaluación expresa o encubierta que se precie se realiza contra su moneda lo que refuerza su papel en el plano internacional. No teman, por tanto, por el dólar en los próximos dos a cinco años. Hasta que China no haya completado la transición de su modelo productivo, si es que alguna vez llega a materializarse, hacia un entorno de mayor demanda interna y menos dependencia foránea, su divisa vivirá, como los bebés canguro, en la tripa de su madre estadounidense, con movimientos simultáneos al alza... y a la baja. Economía marsupial, se llama esto. Lo inevitable, o no, puede tardar en consumarse.

Quizá una de las piezas más interesantes que he leído en estos días de breve asueto paternal la firma Nouriel Roubini en el NY Times. Se puede achacar al Dr. Doom su incapacidad para ver el vaso medio lleno ante cualquier noticia aparentemente positiva que la economía o el mercado quieran dar. Es innegable. Sin embargo, su condición de cenizo impenitente no es óbice para que, con frecuencia, ponga encima de la mesa de debate cuestiones que van un paso más allá del estándar analítico tradicional. De ahí que, con independencia de mi mayor o menor comunión con sus ideas, me parezca imprescindible su seguimiento.