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De cómo UNA SOLA persona puede controlar un mercado estratégico mundial
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Alberto Artero

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De cómo UNA SOLA persona puede controlar un mercado estratégico mundial

Hace ahora dos años y medio, y al calor de sendas informaciones publicadas por los suplementos dominicales de El País y de El Mundo, puse mis

Hace ahora dos años y medio, y al calor de sendas informaciones publicadas por los suplementos dominicales de El País y de El Mundo, puse mis ojos en el proceloso mundo del cobre sobre el que, advertíamos entonces, “se estaban dando todos los requisitos necesarios para que, más antes que después, se produjera una tormenta perfecta” que llevara los precios un 50% por encima de los niveles en los que cotizaba. Una pieza providencial que ilustra bien a las claras el por qué no hay que fiarse de McCoy. Tan sólo ocho meses después había pasado de 8.500 dólares por tonelada métrica a apenas 2.935, perdiendo un 65% de su valor. En fin. No sólo eso, el sufrido y paciente inversor que se hubiera fiado de la capacidad predictiva de un servidor se habría encontrado con que, en términos nominales, no habría recuperado su inversión hasta… ¡hace un par de días! Poco consuelo para tanto padecimiento parece la apreciación del dólar por el camino desde 1,58 a 1,30 (un 18%)…

Los argumentos de oferta y demanda que expusimos en aquel momento se vieron superados por el sentimiento colectivo de Armaggedon que acompañó la caída de Lehman Brothers en el otoño de 2008 y el pánico bursátil vivido un par de trimestres después. Sin embargo, y alguno dirá que esto es el triunfo de la esperanza sobre la experiencia, la enumeración de motivos con la que intentamos justificar el fallido impulso del metal treinta meses atrás siguen totalmente en vigor: compras al alza de naciones emergentes frente a ventas condicionadas por escasez de yacimientos, acaparamiento de stocks con fines estratégicos y ausencia de inventarios para el trading diario de cobre. De ahí que sea igualmente válida nuestra conclusión: “cualquier mínimo tensionamiento de la oferta, en un sector en el que el poder sindical es terrible, actuaría a favor de los precios de esta materia prima”.

Pues bien, según publicaba el WSJ en su edición de ayer, a esas amenazas más o menos reales  por el lado de la producción y distribución de la commodity, se añade ahora un factor adicional de preocupación: los últimos datos de la propia London Metal Exchange revelan que un único operador controla entre el 50% y el 80% de los inventarios físicos depositados en los almacenes del principal mercado de negociación. El valor aproximado de dicha posición es de 1.500 millones de dólares. Un volumen equivalente al 1% del consumo mundial de esta “pieza insustituible del engranaje industrial y de comunicaciones de cualquier país”. Un importe económico que puede parecer residual, más en un producto en el que el 80% de lo extraído históricamente aún permanece en uso. Sin embargo, el dato es trascendente toda vez que estamos hablando de una mercancía que se intercambia oficialmente casi sólo para hacer frente a tensiones de suministro y en la que el precio oficial marca la pauta para el resto de transacciones bilaterales privadas sobre la misma. Cuidado, por tanto, con la susceptibilidad de manipulación.

Se especula con quién puede estar detrás de tan importante posición y las apuestas van desde que se trata de un ETF de próxima aparición que está cubriendo ya el posible apetito por sus títulos a que es la contrapartida de un trader de opciones obligado a una elevada entrega física del metal. En cualquier caso, el fenómeno ha provocado extraños efectos como la ruptura de la tradicional correlación negativa entre cobre y dólar o el hecho de que la curva de futuros sobre la materia prima se haya colocado en un inusual estado de backwardation, situación en la que los precios a los distintos plazos se sitúan por debajo de los de contado, obviando los costes implícitos asociados a la tenencia del bien físico en el tiempo, como los de almacenamiento, seguro y financiación de la adquisición.

Las alarmas se han encendido entre los demandantes no financieros del producto que temen que, una vez más, la injerencia de las finanzas en su negocio tradicional, esta vez a través de los fondos cotizados, termine de romper las reglas de juego. De poco valdrán sus lamentos. Esas son las reglas que hemos fijado para este particular y enloquecido Monopoly del siglo XXI. Para que ganen unos, han de perder otros, juego de suma cero. Aunque fuera del tablero, en ese residuo llamado economía real o actividad productiva, se multipliquen exponencialmente los damnificados por el aumento del coste de los suministros. Hablamos del verdadero drama, el que no nos debería dejar indiferentes. El que va más allá de que una sola persona pueda manipular, a mero golpe de click, un mercado estratégico como éste. Porque, ¿qué es sino una vulnerabilidad menor comparada con la diaria sumisión final a lo que dictan aquellos locos traders en sus locas pantallas de ordenador? Buen Puente a todos. A un servidor le pillará en NYC con hijos mayores, hasta 3, madre que no hay más que una y… suegra. Glaps.

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Hace ahora dos años y medio, y al calor de sendas informaciones publicadas por los suplementos dominicales de El País y de El Mundo, puse mis ojos en el proceloso mundo del cobre sobre el que, advertíamos entonces, “se estaban dando todos los requisitos necesarios para que, más antes que después, se produjera una tormenta perfecta” que llevara los precios un 50% por encima de los niveles en los que cotizaba. Una pieza providencial que ilustra bien a las claras el por qué no hay que fiarse de McCoy. Tan sólo ocho meses después había pasado de 8.500 dólares por tonelada métrica a apenas 2.935, perdiendo un 65% de su valor. En fin. No sólo eso, el sufrido y paciente inversor que se hubiera fiado de la capacidad predictiva de un servidor se habría encontrado con que, en términos nominales, no habría recuperado su inversión hasta… ¡hace un par de días! Poco consuelo para tanto padecimiento parece la apreciación del dólar por el camino desde 1,58 a 1,30 (un 18%)…

Materias primas Cobre