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Nace una lotería en la que lo importante es que NO toque
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Alberto Artero

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Nace una lotería en la que lo importante es que NO toque

Ya desde el viernes pasado, y con excepción del post del pasado lunes en el que advertía cómo el Banco de España va a obligar a

Ya desde el viernes pasado, y con excepción del post del pasado lunes en el que advertía cómo el Banco de España va a obligar a las cajas a provisionar a cierre de ejercicio posibles quebrantos por un importe equivalente a 13 veces su beneficio acumulado a septiembre, McCoy está tratando de presentar alternativas de inversión a las tradicionales. Se trata de un ejercicio que comenzamos con los fondos dedicados al tail-risk hedging, protección contra aquellos sucesos que se sitúan en las colas de la distribución de probabilidad, los llamados cisnes negros; continuamos ayer mismo con la inversión en diamantes como una peculiar alternativa al oro, con el que comparte la consideración de depósito de valor; y concluimos hoy con una novedad cuya plena vigencia ponen de manifiesto las recientes tormentas de nieve que han paralizado las comunicaciones del norte de Europa, los fondos para catástrofes (¿sería mejor decir “contra”?). Esas que le “han jodido el año” literalmente a alguna compañía de seguros con la que pude hablar ayer.

Según informa el Financial Times, se trata del segundo intento de poner en mercado un producto de estas características toda vez que la aseguradora británica Lloyd´s decidió suspender una emisión prevista para este verano por falta de demanda. Está por ver si a la segunda será la vencida si bien su promotor, un antiguo empleado de Citadel veterano en el negocio del reaseguro, se jacta de contar con una aportación preliminar de 80 millones de dólares procedentes de inversores tanto de Reino Unido como de Qatar. Nombres ilustres como Henderson Global Investors, JP Morgan Asset Management o Baillie Gifford se encuentran entre los primeros partícipes de un fondo que tiene como objetivo ofrecer una rentabilidad entre un 12% y un 15% por encima de Libor a través de apuestas ligadas a terremotos, huracanes y/o otras calamidades naturales pero no sólo, si nos atenemos a lo publicado en su día por Citywire: incluiría accidentes aéreos, por poner sólo un ejemplo. Su límite de concentración es de un 20% por evento contemplado, cuyo requisito para ser incluido en la cartera es que no se haya dado más de dos veces en los últimos 40 años. Prevé captar 1.000 millones de dólares y pagar un dividendo anual de Libor + 5%, de acuerdo con el folleto de admisión a bolsa.

De la información conocida hasta ahora se desprende que su cartera estará fundamentalmente compuesta por los llamados bonos de catástrofe, de los que ya escribiera en Cotizalia Marc Vidal hace unos meses, y que viven un boom de emisiones sin precedentes. Se trata, en la mayoría de los casos, de titulizaciones de las carteras de reaseguro de las compañías especializadas, pura transferencia de riesgo de unos agentes económicos a otros. Funcionan de la siguiente manera: a cambio de ofrecer una sustancial prima en caso de que NO se produzca el acontecimiento cubierto -de ahí que incardinen en la categoría de los high-yielders- incorporan el riesgo de perder lo aportado en caso de que SÍ se dé. Aunque, como recoge este breve pero imprescindible resumen de Mapfre, la concreción última de responsabilidad puede estar sujeta a múltiples matizaciones. En cualquier caso, tal asimetría entre ganancia limitada y pérdida total se basa en la baja probabilidad de materialización de tales eventos, cálculo sujeto siempre a la aleatoriedad intrínseca de la madre naturaleza.

La desesperada búsqueda de rentabilidad en un entorno de tipos de interés bajos y el hecho de que un fondo de este tipo permita, por una parte, diversificar riesgo catastrófico frente a las emisiones individuales y, por otra, carezca de correlación directa con el resto de los activos que pueden integrar una cartera estándar adecuadamente diversificada, son factores que pueden ayudar a su distribución entre el público inversor. En cualquier caso, una alternativa puramente financiera más cuyo tamaño, al contrario de lo que ocurre con los productos ligados, por ejemplo, a materias primas, no afectará al subyacente objeto de cobertura, unas calamidades sobre las que no existe oferta y demanda alguna, sino sorpresa y lamento colectivo. Y es que, aunque los banqueros sean dioses, hasta el punto de lucrarse en vida y con la muerte de los ciudadanos a través de los llamados death bonds, aún le queda alguna potestad al Original. Nunca mejor dicho, gracias a Dios.

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Ya desde el viernes pasado, y con excepción del post del pasado lunes en el que advertía cómo el Banco de España va a obligar a las cajas a provisionar a cierre de ejercicio posibles quebrantos por un importe equivalente a 13 veces su beneficio acumulado a septiembre, McCoy está tratando de presentar alternativas de inversión a las tradicionales. Se trata de un ejercicio que comenzamos con los fondos dedicados al tail-risk hedging, protección contra aquellos sucesos que se sitúan en las colas de la distribución de probabilidad, los llamados cisnes negros; continuamos ayer mismo con la inversión en diamantes como una peculiar alternativa al oro, con el que comparte la consideración de depósito de valor; y concluimos hoy con una novedad cuya plena vigencia ponen de manifiesto las recientes tormentas de nieve que han paralizado las comunicaciones del norte de Europa, los fondos para catástrofes (¿sería mejor decir “contra”?). Esas que le “han jodido el año” literalmente a alguna compañía de seguros con la que pude hablar ayer.

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