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La apuesta de Telecinco o por qué no es basura todo lo que parece
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Alberto Artero

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La apuesta de Telecinco o por qué no es basura todo lo que parece

España es un país que sigue instalado, en muchos aspectos, en el pasado. Preferimos, como el almirante Casto Méndez Núñez en la Guerra del Pacífico, honra

España es un país que sigue instalado, en muchos aspectos, en el pasado. Preferimos, como el almirante Casto Méndez Núñez en la Guerra del Pacífico, honra sin barcos antes que barcos sin honra. Un ejemplo paradigmático de lo anterior lo podemos ver en los medios de comunicación. Muchos de la industria parecen olvidar que su negocio va de audiencia-influencia y rentabilidad. Y que un proyecto puede sobrevivir sin alguno de estos dos parámetros, pero es completamente inviable si no participa de ninguno. La vida es así de cruel, qué se le va a hacer. ¡Larga vida a los documentales de La2!

Ha sido una especie de tragedia nacional el cierre de la deficitaria CNN+ y su sustitución por Gran Hermano 24 horas. La innegable justificación intelectual del berrinche se ve desarmada por la crudeza de los hechos: la cuota de pantalla no se ha alterado significativamente, más bien al contrario, y el promotor de la idea, el denostado Paolo Vasile, se ha ahorrado unos no desdeñables duros. Público y pasta, el binomio perfecto. Que esto sea un desastre en términos del contenido que se pierde y de la basura que lo sustituye es, siendo trascendental, irrelevante a los efectos de esta pieza de hoy. Como lo es la innegable necesidad de salvar al soldado Ryan de la excelencia televisiva, cueste lo que cueste, mediante fórmulas públicas y/o privadas.

La cosa va del futuro del sector y de cómo sus distintos actores se están posicionando. Estamos viviendo una rápida transición desde un entorno multicanal y multisoporte (aparato de televisión, radio, papel impreso, internet) a un nuevo escenario que sigue siendo multicanal pero que ha pasado a ser monosoporte debido a la generalización de unos dispositivos móviles que, gracias a la mejora en la velocidad de transmisión y descarga, permiten que el usuario pueda acceder a todo tipo de producto multimedia, ya sea ver videos, escuchar podcasts, leer libros o consultar las últimas noticias. Resulta curioso ver la incapacidad de grandes grupos para comprender esta realidad; cómo siguen aferrándose a antiguos modelos de distribución llamados a desaparecer, incapaces de comprender el cambio sustancial al que acabamos de hacer referencia.

Es precisamente la movilidad -capacidad de buscar, encontrar y acceder en cualquier momento y desde cualquier lugar a aquello que al televidente, oyente o lector le interesa- la que se encuentra en el origen de un cambio en los patrones de consumo que convierten esta silenciosa transición en una auténtica revolución. En breve ya no estaremos hablando de meros usuarios que se limitan a aceptar la programación impuesta por un tercero -salvo eventos retransmitidos en directo de consumo masivo- sino de gente que busca un contenido concreto, bien porque le interesa, bien porque se lo han referenciado. El qué, el dónde, el cuándo y el cómo ya no será titularidad de los oferentes sino de los demandantes en lo que supondrá una alteración sin vuelta atrás de los modelos de negocio. Tardará tiempo pero llegará. Para muestra, el botón de Digital+, anunciado esta misma semana.

¿En qué términos? En los siguientes. El deseo manifestado por el ciudadano determinará que los medios descubran, por una parte, su capacidad de monetizar tal interés hasta un punto impensable hasta ahora -mediante sistemas de micropagos o tarifas planas temporales o con un límite de descarga, similar al que existe ya en la industria del porno, ya está mal decirlo- y, por otra, la posibilidad de segmentar publicidad para adecuarla a los gustos y necesidades de los consumidores, algo que debería traducirse en mayor eficacia de la inversión de los anunciantes y un repunte al alza de las tarifas. Generalización de la disposición al pago y aceptación “gustosa” de cortes publicitarios frente a la excepcionalidad actual. Volvemos al inicio del post de hoy: rentabilidad, a través de nuevas vías de ingresos o mejoras de los ya existentes.

¿Y la audiencia? Aquí es donde entra de nuevo Paolo Vasile. Algunos pueden censurar su táctica, pero estratégicamente es un crack, si realmente lo que tiene en mente es lo que les voy a describir a continuación. Con la telebasura de Telecinco está consiguiendo generar aquel contenido que de verdad interesa al público en general, hasta el punto de que sus cortes son repetidos hasta la saciedad a lo largo y ancho de la Red. No le importa la intelectualidad sino la gente corriente, rotación por margen. Ha elaborado un producto por entregas, capaz de generar adicción y con el grado de morbo suficiente como para que la viralidad determine su éxito. Una vez fidelizada la audiencia, el salto al cobro es cuestión de ponerse. ¿Y cuántos españolitos de a pie no van a estar dispuestos a pagar por conocer las andanzas de la Esteban o de los cataplines reales? Ustedes mismos. Que las ramas no nos impidan ver el bosque, este tío va más allá. O no.

España es un país que sigue instalado, en muchos aspectos, en el pasado. Preferimos, como el almirante Casto Méndez Núñez en la Guerra del Pacífico, honra sin barcos antes que barcos sin honra. Un ejemplo paradigmático de lo anterior lo podemos ver en los medios de comunicación. Muchos de la industria parecen olvidar que su negocio va de audiencia-influencia y rentabilidad. Y que un proyecto puede sobrevivir sin alguno de estos dos parámetros, pero es completamente inviable si no participa de ninguno. La vida es así de cruel, qué se le va a hacer. ¡Larga vida a los documentales de La2!

Telecinco Medios de comunicación Paolo Vasile