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Que no les tomen el pelo: la prima a 350 es un desastre
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Alberto Artero

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Que no les tomen el pelo: la prima a 350 es un desastre

Miren por donde se ha generalizado entre las élites extractivas el mantra de que lo peor en España ha pasado, de que las cosas poco a

Miren por donde se ha generalizado entre las élites extractivas el mantra de que lo peor en España ha pasado, de que las cosas poco a poco vuelven a la normalidad, de que la resistencia numantina al rescate de Mariano Rajoy no ha podido ser decisión mejor y de que, a final del año 2013, como en todos los finales de año que desde el inicio de la crisis ha habido, éste nuestro país verá la luz al final del túnel. Una predicción que, de modo infalible, nos visita cada enero, fruto más del deseo político que del convencimiento económico. No es de extrañar tal discurso: está su debilitada supervivencia en juego. Nuestra podrida oligarquía se juega, hoy más que nunca, su corrupto ser o no ser.

Como argumentos principales, entre otros, la finalización de la reforma financiera, la significativa mejora de la balanza exterior, el control de las finanzas regionales, la apertura de los mercados de capitales tanto para los títulos públicos como para los privados, o las declaraciones altisonantes de aquellos políticos y opinion makers internacionales que, tras meses y meses poniéndonos en la proa de su escepticismo, ahora nos agradecen grandilocuentemente el haber sobrevivido a sus ataques. Estamos a un tris de oír de su boca, en el colmo del cinismo, el tan típico ya lo decía yo. Otros que tal bailan.

La bolsa sube, la banca se dispara, los que antes decían sell ahora se desgañitan con sus extemporáneos buys, el Ministro de Economía pontifica el final de las subidas de impuestos y de los recortes y, puesto que la economía financiera es desde hace años la que marca el camino a la real y no al revés, todos tan contentos. The time has come, worst is over.

Que el paro esté en seis millones de personas importa poco, menos aún que la presión tributaria no impida el colapso de los ingresos fiscales, que exista una severa inelasticidad a la baja de muchos gastos estructurales, que sectores como el eléctrico o el de la distribución sigan empantanados o que sigamos sufriendo de elefantiasis normativa y administrativa. Minucias.

Menos aún que mucha gente viva a pie de calle en la más absoluta desesperación, con una renta disponible y unos ahorros menguantes, una incertidumbre sobre su futuro y el valor de sus activos inmobiliarios terrible, con la seguridad de que para ellos el crédito no fluye y de que el futuro pinta en blanco y negro, retroceso de décadas en muchas conquistas sociales que, cierto es, condujeron a excesos inasumibles para nuestro país.

La única que parece darse cuenta de esta realidad es la prima de riesgo que, pese a tal aparente cúmulo de buenas noticias, se resiste a continuar la senda bajista que iniciara a mediados de noviembre, segunda etapa tras el brusco colapso entre julio (610, el 26) y octubre (378, el 19) de 2012, que tuvo su origen en las declaraciones omnipotentes de Mario Draghi: "haré todo lo que tenga que hacer y será suficiente". Juzgadle por lo que dice y no por lo que hace. Nada desde entonces, indeed.

Ahora transita alrededor de los 350, un diferencial de rentabilidad entre el bono español y el alemán a diez años que, no lo olvidemos, allá por el otoño de 2011 se consideraba absolutamente inasumible por nuestras finanzas públicas, esas que este año tienen solo 70.000 millones de euros de nuevas necesidades de financiación. No en vano, comentábamos entonces algunos, el umbral de 400 puntos básicos determinaría que las Cámaras de Compensación exigieran a los títulos españoles mayores garantías para ser descontados en ellas, causando el colapso definitivo de su demanda. De ocurrir, el rescate se antojaba inevitable. No ha sido el caso, solo Dios –y el BCE y el Eurogrupo- saben por qué.

Tres puntos y medio que suponen una pesada losa cuando nuestra deuda soberana se aproxima peligrosamente a ese 90% del P.I.B. que solamente es gobernable, en términos de pago anual de intereses con cargo a los Presupuestos del Estado, si el precio a pagar a los inversores no se dispara. Rotación por margen, ya saben. Y aún así. Y que restan competitividad a muchas de nuestras empresas, incluso las más internacionalizadas, a las que la referencia nacional perjudica a la hora de conseguir fondos tanto para acometer nuevos proyectos como para ajustar su balance a la nueva coyuntura.

Cuando se ha tenido la horca apretándonos el cuello y hemos estado a punto de perder el sentido como nación, es fácil pensar colectivamente que spreads absolutamente disparatados entre estados que pertenecen a una misma zona común son razonables y que, por tanto, hemos de aceptar como normal este nuevo entorno de costes de financiación. Pero no deja de ser una falacia, alentada por muchos con interés de parte en que la misma se consolide en el acervo colectivo. Los que citábamos al principio de este post sin ir más lejos. Esos que suplican, por cierto, una intervención del BCE que rebaje el gap hispano-alemán a los 200 puntos básicos, en la frontera de lo aceptable.

Que la construcción de la confianza y el mantenimiento de la moral patria pasan por la capacidad de aferrarse a las buenas noticias y ladear de algún modo las malas, es evidente. Pero lo peor que podría ocurrirle a España ahora es negar de nuevo de arriba abajo su realidad y pensar que estamos en el principio del final y no, como desgraciadamente es el caso, en el final del principio. Que no se las den con queso… suizo.

Buena semana a todos.

Miren por donde se ha generalizado entre las élites extractivas el mantra de que lo peor en España ha pasado, de que las cosas poco a poco vuelven a la normalidad, de que la resistencia numantina al rescate de Mariano Rajoy no ha podido ser decisión mejor y de que, a final del año 2013, como en todos los finales de año que desde el inicio de la crisis ha habido, éste nuestro país verá la luz al final del túnel. Una predicción que, de modo infalible, nos visita cada enero, fruto más del deseo político que del convencimiento económico. No es de extrañar tal discurso: está su debilitada supervivencia en juego. Nuestra podrida oligarquía se juega, hoy más que nunca, su corrupto ser o no ser.