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Pongamos que hablo de la basura de Madrid
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Alberto Artero

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Pongamos que hablo de la basura de Madrid

En la joven democracia española hemos tardado poco en aprender que, en política, mejor fijarse en lo que hacen los representantes públicos que fiarse de sus

En la joven democracia española hemos tardado poco en aprender que, en política, mejor fijarse en lo que hacen los representantes públicos que fiarse de sus palabras. Los programas electorales se los lleva el viento precisamente porque, como Scarlett O’Hara, ningún cargo electo quiere volver a pasar hambre -entendiendo como tal el fastidioso y vulnerable desempeño en el sector privado de la economía-, al menos hasta que goce de una influencia y un caché que le permita entrar en el mismo por la puerta de atrás. Votos son amores que no buenas razones.

¿A qué viene esto? Es España un hervidero de eventos en el que alcaldes de uno u otro signo político se llenan la boca con el concepto de ciudad inteligente o smartcity. Es, sin duda y junto con la financiación, el tema de moda en la gestión municipal. En esencia, consistiría en el uso de la tecnología en general, y del Big Data en particular, para aproximar la administración a los ciudadanos, mejorar la eficiencia en el uso de los recursos públicos y facilitar la vida de los residentes, adecuando los servicios a sus hábitos y necesidades (Valor Añadido, "Big Data: llega la Tercera Revolución Industrial", 11-01-2013).

Es evidente que se han realizado en los últimos años interesantes esfuerzos en muchas localidades españolas para aproximarse a este concepto. Sin embargo, falta un acercamiento global similar al que se está produciendo ya en algunas ciudades europeas. Buena parte de lo que se está haciendo hasta ahora peca de timorato al carecer de dos de los ingredientes principales para que este modelo tenga éxito en la consecución de la transformación que persigue: integración de servicios en un solo proveedor por zona geográfica y establecimiento con el mismo de una relación de largo plazo sujeta a determinados estándares de inversión, calidad, eficacia y coste.

Pongamos que hablo, por ejemplo, de Madrid, donde en esta materia también se han producido avances, hasta ahora notoriamente insuficientes. Sucede que su Ayuntamiento tiene fijada una matriz esquizofrénica entre servicios y distritos de modo tal que en una misma área puede haber X concesionarias diferentes para jardinería, limpieza de viales, recogida de basuras o mantenimiento de semáforos que, a su vez, pueden ser distintas de las de los barrios fronterizos con ella. Una locura. Así, es realmente imposible que nadie tenga una concepción unitaria de la capital que permita una aproximación transversal a los problemas y a sus soluciones de un modo económicamente razonable. Tendría más sentido, una zona, un concurso.

No sólo eso. Ocurre además que sus adjudicaciones participan de tres vicios en origen, que son:

  1. El factor decisorio sigue siendo el precio, lo que lleva a bajas escandalosas de quien quiere hacerse con el volumen de negocio, aun sin margen. De los barros de algunas ofertas vienen los hediondos lodos de la huelga actual. Es evidente que, si operativamente los números apenas salen, la voluntad adicional de invertir de los adjudicatarios es cercana a cero. Es verdad que de esa decisión se deriva un ahorro para las arcas públicas inmediato. Pero, como ha quedado demostrado, no sólo el dinero de los pobres hace el camino dos veces, sino que, además, se cercena cualquier posibilidad de obtener un servicio que vaya un poco más allá de lo tradicional.
  2. Un hecho que se ve adicionalmente refrendado por la vinculación temporal de los contratos al periodo de amortización de determinados activos, como esos camiones de basura tan de moda en nuestros días. Si tomamos una referencia estándar de ocho años, frente a los 25 en los que se están cerrando transacciones similares por ahí fuera, el riesgo de que al cambiar la titularidad de la concesión una buena parte del capital fijo desarrollado vaya a pérdida en el balance es muy alta. ¿Para qué entonces? Si hay una verdadera voluntad de cambio, el largo plazo debería ser el espacio temporal imperante.
  3. Esto ayudaría, además, a que se creara entre las plantillas de trabajadores adscritos a tales servicios un sentido de pertenencia y de corresponsabilidad. No hay que olvidar que existe, entre las concesionarias, la obligación de subrogar a la mayor parte del personal, cambiando por tanto la titularidad del servicio pero no los profesionales que lo integran. Siendo así, la desafección de los mismos respecto a cualquier proyecto tiende a ser absoluta dificultando las mejoras operativas y limitando las posibilidades de contar con su contribución a la marea renovadora en el modo de hacer las cosas. Obviamente, con una vinculación casi permanente en el tiempo, se podría actuar con otra autoridad, continuidad y proactividad sobre ellos.

Al final uno se puede quedar con el mero titular: "la huelga de basuras mancha Madrid" y no entrar en el fondo de la cuestión, que pasa por definir de verdad un modelo de ciudad aprovechando las nuevas tecnologías, las posibilidades de ahorro energético y la facilidad de interacción con el ciudadano. Pero eso require de una evolución del esquema concesional al asociativo, del disgregador al integrador, del de corto al de largo plazo, donde el desembolso de dinero público no sea una cantidad cerrada sino un fijo complementado con objetivos variables y objetivables como tráfico, factura eléctrica, tiempo de respuesta, limpieza o similares.

Mientras no se haga una apuesta tan decidida como esta, no se crean mucho lo que dicen nuestros ediles, que de falsas promesas están los titulares de los medios llenos.

Buen fin de semana a todos.

En la joven democracia española hemos tardado poco en aprender que, en política, mejor fijarse en lo que hacen los representantes públicos que fiarse de sus palabras. Los programas electorales se los lleva el viento precisamente porque, como Scarlett O’Hara, ningún cargo electo quiere volver a pasar hambre -entendiendo como tal el fastidioso y vulnerable desempeño en el sector privado de la economía-, al menos hasta que goce de una influencia y un caché que le permita entrar en el mismo por la puerta de atrás. Votos son amores que no buenas razones.

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