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Guía rápida para entender el caos venezolano
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Alberto Artero

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Guía rápida para entender el caos venezolano

Venezuela acaba de ver los primeros muertos de esta última hornada. No serán los últimos. El país se encuentra en una situación límite. La revolución bolivariana

Venezuela acaba de ver los primeros muertos de esta última hornada. No serán los últimos. El país se encuentra en una situación límite. La revolución bolivariana hace aguas. La propaganda oficial suena a estas alturas a broma macabra. Todos los indicadores económicos y sociales conducen al caos. No hay parámetro que se salve. La fractura interior entre partidarios y detractores de Nicolás Maduro aventura lo peor. Su declarada enemistad por el libre comercio, la inversión privada y la circulación de capitales, a través de su particular corralito, que impide a bancos como BBVA repatriar sus beneficios, le han sacado del radar de los flujos internacionales de fondos. La autarquía se impone de manera forzosa pese a sus ingentes reservas probadas de crudo. Cabe esperar lo peor, se llame como se llame.

Sober Look, a través de sendos posts de 5 de enero y 1 de febrero, ha analizado de manera extensa las causas y las consecuencias de lo que está sucediendo en el vasto estado latinoamericano. La lectura conjunta de ambas entradas constituye una Guía Rápida para entender el porqué de tan peligrosa deriva y las razones por las que, a día de hoy, resulta imposible que su rumbo se enderece de manera no traumática, financiera y popularmente hablando. Uno de los aspectos más demoledores de la democracia, y Venezuela lo es, es que los dioses terminan castigando muchas veces a los votantes con sus deseos electorales. En este caso concreto, las siete plagas de Egipto se quedan cortas ante los acontecimientos sobrevenidos en su territorio.

Se trata de una crisis de manual, socialismo casi en estado puro.

Aumento de masa monetaria y control de cambios y precios derivan en una espiral inflacionista que lleva a la subyacente a dispararse un 60% en 2013. La imposibilidad por ley de trasladar los mayores costes de aprovisionamiento al cliente final, bajo riesgo de intervención del establecimiento, afectan a la distribución y conducen al desabastecimiento en las tiendas, entre otros, de bienes de primera necesidad. La imposibilidad de pagar en dólares frena el suministro de componentes básicos endeterminadas industrias, como la del automóvil, que se ve abocada a parar (de ayer mismo en Financial Times). A menos oferta para similardemanda, más aumento de los precios. Y así sucesivamente. Circulo vicioso completo.

Mientras tanto, el deseo de comprar dólares,como cobertura frente a la inflación, crece propiciando que el billete verde se dispare frente a la paridad oficial y generando un mercado negro cambiario brutal con rentabilidades inmediatas superiores al 1.000%En un momento en el que las exportaciones de petróleo han caído a su nivel más bajo desde 1985, y con ellas los ingresos a las cuentas públicas por ese concepto;sus reservas de oro se han depreciado con la caída del metal en 2013; la moneda extranjera en el banco central se ha contraído casi un 30% en 12 meses; los compromisos financieros a corto plazo se multiplican, incluidos bonistas -prioridad de pagoen la esquizofrenia de sus gobernantes;antes Wall Street que Main Street-y proveedores varios como aerolíneas o contratistasa los que adeudan $50.000 millones (WSJ, For Venezuela, bonds create a bind, 12-02-2014); los CDS sobre ladeuda soberana se disparan y el mercado exige rentabilidades del 16% por sus bonos, superior a Ucrania o Argentina por citar solo dos ejemplos, situación a la que Venezuela seenfrentasin los recursos financieros necesarios para hacerlefrente, el Gobierno sigue buscando enemigos internos y externos debajo de las piedras, incapaz de reconocer la gravedad de la situación.

De hecho, esta cerrazón es lo más descorazonadorde todo.

No en vano, estamos hablando de una nación extraordinariamente rica en recursos que, como la Argentina, fue en su día tierra de promisión para muchos españoles de esos que, con una mano delante y otra detrás, se lanzaron a hacer las Américas y ahora se ven impunemente expropiados (hasta 94 compatriotas en los últimos años, destacando el caso de Agroisleña, nacionalizada por Hugo Chávez en 2010 cuando facturaba 1.300 millones de dólares y daba empleo, en el sector agrícola tan necesario ahora, a 14.000 personas entre trabajadores directos e indirectos. Del justiprecio a día de hoy nada se sabe).

Sin embargo, la tentación de abrazar el populismo y la crédula aceptación de la mayor demagogia política, programas eternos de televisión incluidos, han provocado la perpetuación en el poder de siniestros personajes que han conducido las finanzas venezolanas a un callejón sin salida cuya única escalera de incendio potencial podría ser un cambio de régimen que se antoja inviable a día de hoy. Sin él, la posibilidad de una dictadura formal, no soterrada, gana peso por momentos como huida hacia ninguna parte de consecuencias aún más inciertas en lo económico y terribles en lo social. Con él, milagro-milagro, tampoco está asegurada la estabilidad y la recuperación a corto plazo de la confianza salvo transición ordenada venida del Cielo, que no va a ser el caso.

Pensaba cerrar este post con el clásico ‘Joer, qué tropa’ pero está el panorama allá para pocas gracietas, la verdad. Les acompaño en el sentimiento.

Buen fin de semana a todos.

Venezuela acaba de ver los primeros muertos de esta última hornada. No serán los últimos. El país se encuentra en una situación límite. La revolución bolivariana hace aguas. La propaganda oficial suena a estas alturas a broma macabra. Todos los indicadores económicos y sociales conducen al caos. No hay parámetro que se salve. La fractura interior entre partidarios y detractores de Nicolás Maduro aventura lo peor. Su declarada enemistad por el libre comercio, la inversión privada y la circulación de capitales, a través de su particular corralito, que impide a bancos como BBVA repatriar sus beneficios, le han sacado del radar de los flujos internacionales de fondos. La autarquía se impone de manera forzosa pese a sus ingentes reservas probadas de crudo. Cabe esperar lo peor, se llame como se llame.

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