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El crítico caso Alstom: Francia se juega su futuro
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Alberto Artero

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El crítico caso Alstom: Francia se juega su futuro

Manuel Valls se enfrenta esta semana a su primera prueba de fuego desde que fuera elegido hace menos de un mes como Primer Ministro francés. Su

Foto: Jeffrey Immelt, CEO de General Electric, abandona el Elíseo tras reunirse con Hollande (Reuters)
Jeffrey Immelt, CEO de General Electric, abandona el Elíseo tras reunirse con Hollande (Reuters)

Manuel Valls se enfrenta esta semana a su primera prueba de fuego desde que fuera elegido hace menos de un mes como primer ministro francés. Su Programa de Estabilidad, que tiene por objeto reducir el gasto público en 50.000 millones de euros en el periodo 2015-2017 a fin de situar el déficit público en el 3% del PIB, se verá sometido a voto de confianza en la Asamblea Nacional, sin que se puedan descartar deserciones en las filas socialistas. No en vano, cuestiones hasta ahora tabúes -como la congelación de las pensiones o de los sueldos de los funcionarios- se incluyen entre las medidas propuestas para estupor de una parte de sus correligionarios, que las consideran, pese al apoyo popular, traición a sus principios.

Ya en su nombramiento once de ellos se abstuvieron de votarle, aviso a navegantes.

Aunque lo que suceda esta semana será meramente indicativo, un mal resultado en las elecciones europeas, similar al que motivó la salida de Jean-Marc Ayrault y su aterrizaje en el cargo, o un rechazo definitivo en el debate presupuestario previsto para junio, podrían dar al traste con todo su plan.

No queda, sin embargo, sujeta al riesgo y ventura de la dinámica parlamentaria otra decisión esencial que servirá como prueba de fuego de la verdadera voluntad reformista del ejecutivo galo: qué hacer ante interés que ha ido surgiendo, tanto de General Electric como de Siemens, por la totalidad o parte del conglomerado industrial Alstom. Una operación que podría alcanzar los 11.000 millones de euros.

La noticia que se filtró el pasado miércoles por la noche y, pese al desmentido de la francesa al día siguiente, se ha ido confirmando con el paso de las horas hasta el punto de que el propio ministro de Economía galo se pronunció el domingo sobre el tema afirmando que 'la agenda del Gobierno en relación con la compañía objeto de deseo no tiene por qué coincidir con la de sus accionistas'. Una advertencia que muchos se apresuraron a interpretar en términos proteccionistas, algo lógico después de lo sucedido en el pasado con Dailymotion y Yahoo o el fabricante de coches Peugeot y su imposible restructuración. Enseguida comenzaron a circular rumores sobre un posible veto así como certezas, avaladas por declaraciones del ministro de Industria, el inefable Arnaud Montebourg, acerca de la preferencia local por la firma germana.

La reacción del presidente, François Hollande, ha sido, sin embargo, fulminante en lo que puede considerarse como un cambio significativo de actitud.

Ayer mismo recibió primero en el Eliseo al CEO de GE, Jeff Immelt, a fin de conocer de modo directo sus planes de empleo, de segregación de las distintas divisiones y sobre el negocio nuclear de Alstom, de verdad estratégico para la nación y perteneciente a su anhelada –por los estadounidenses– área de energía, según informó Bloomberg. Horas después, fueron los propios directivos de Siemens los encuestados. Podrían usar la rama de transporte como moneda de cambio para reforzar su negocio de equipamiento eléctrico en un movimiento que tendría un marcado carácter defensivo: Europa supone el 50% de su facturación.

Parece, por tanto, que todo va encaminado a que la empresa industrial, que por cierto tuvo que ser rescatada en 2004, termine en manos foráneas. Buena parte de la liberalización económica que Francia necesita, en aras de mejorar su competitividad, pasa por la asunción, aún ahora, de conceptos tan básicos como la igualdad de oportunidades para terceros dentro de sus fronteras. Resulta imprescindible eliminar esa concepción de territorio vedado que acompaña a su entramado societario. Cualquier medida en esta dirección debe ser aplaudida. Si además viene acompañada de pasos para que el omnipresente papel del Estado en su economía se vea sustituido por la acción privada, podremos mantener tímidamente la esperanza en un futuro, a día de hoy, más que incierto en términos económicos (Valor Añadido, "Europa tiembla: Francia pasa de amour a horreur", 04-04-2013).

No está todo perdido. ¿O sí?

Manuel Valls se enfrenta esta semana a su primera prueba de fuego desde que fuera elegido hace menos de un mes como primer ministro francés. Su Programa de Estabilidad, que tiene por objeto reducir el gasto público en 50.000 millones de euros en el periodo 2015-2017 a fin de situar el déficit público en el 3% del PIB, se verá sometido a voto de confianza en la Asamblea Nacional, sin que se puedan descartar deserciones en las filas socialistas. No en vano, cuestiones hasta ahora tabúes -como la congelación de las pensiones o de los sueldos de los funcionarios- se incluyen entre las medidas propuestas para estupor de una parte de sus correligionarios, que las consideran, pese al apoyo popular, traición a sus principios.

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