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10 de noviembre de 2008, el día que marcó el futuro del Santander
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Alberto Artero

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10 de noviembre de 2008, el día que marcó el futuro del Santander

Se ha escrito mucho estos días sobre algunas de las operaciones exitosas desarrolladas por Emilio Botín a lo largo de sus 30 años de presidencia del

Foto: Fotografía de archivo de Emilio Botín (Reuters)
Fotografía de archivo de Emilio Botín (Reuters)

Se ha escrito mucho estos días sobre algunas de las operaciones exitosas desarrolladas por Emilio Botín a lo largo de sus 30 años de presidencia del Grupo Santander. Lanzamiento de productos rompedores con el statu quo, integración de entidades nacionales del calado de Banesto o BCH y jugadas maestras como las ventas de ABN Amro o Antonveneta –¡ay, Monte di Paschi Siena!, quién te ha visto y quién te ve– han sido oportunamente glosadas por los distintos trovadores mediáticos, no siendo McCoy ajeno a tal tentación (Valor Añadido, "Emilio Botín, adiós al último gran banquero", 10-09-2014).

Sin embargo, sorprende que nadie haga referencia a la transacción que marcó un antes y un después en la percepción internacional de la entidad española: la ampliación de capital anunciada el lunes 10 de noviembre de 2008 por un importe de 7.200 millones de euros con un descuento del 46% frente a la cotización del viernes anterior, 4,5 euros contra 8,34.

No hay que olvidar el contexto.

Aquel otoño estaba resultando dramático para el sector financiero a nivel mundial. Apenas dos meses antes, y tras un fin de semana frenético, Lehman Brothers, firma con 158 años de existencia, se declaraba en quiebra tras no poder encontrarse para la entidad una solución similar a la aplicada a Bear Stearns, que terminó en manos de J.P. Morgan (VA, "¿Camino del desastre total? A Bear le puede seguir Lehman", 03-06-2008). Los bancos centrales, desconcertados, estaban en DefCom 1, multiplicando sus acciones. La sensación de colapso era generalizada. Muchos ciudadanos, con independencia de sus conocimientos y cualificación, se cuestionaban la certeza de sus ahorros. El fin del hiperapalancado e infracapitalizado entramado bancario podía estar tocando a su fin. En tiempos de tal turbación, hacer mudanza parecía lo menos aconsejable. Mejor ponerse al pairo y capear el temporal.

Y en esas se produjo el anuncio por parte de Santander que dejó con la boca abierta a sus competidores a lo largo y ancho de los cinco continentes. No cabía una aportación de dinero indiscriminada por parte del supervisor europeo a la FED, ni se quería el estigma de una ayuda pública probablemente innecesaria. En un momento en el que cualquier balance de la industria se presuponía contaminado, la aversión a la banca alcanzaba cotas extremas y la liquidez era un bien escaso sujeto casi a estraperlo, la institución con sede en el Paseo de Pereda planteaba una captación masiva de fondos como única manera de reforzar la solvencia de la entidad, afectada por saneamientos, exceso de compras pasadas y desinversiones paralizadas por la crisis. De salirle bien, mostraría la fortaleza de su red, la fidelidad de su base accionarial y la capacidad de reacción del equipo gestor. Y marcaría una diferencia con sus principales rivales a partir de entonces.

Así fue.

La ampliación de capital –la mayor en efectivo que ha tenido lugar nunca en España y equivalente a un 25% de su capital– quedó íntegramente suscrita en el periodo de suscripción preferente sin necesidad de acudir, como otras entidades europeas, a inversores de carácter estratégico o Estados, ni recurrir al aseguramiento de las firmas colocadoras (que asumieron igualmente un compromiso de compra sorprendente en ese contexto general); la ratio de core capital pasó del 6,31% al 7,68% por mor de esos 7.000 millones, nivel que se antojaba suficiente por aquel entonces; y se fijó un suelo aproximado para la cotización que sólo se ha visto rebasado, de manera puntual, en marzo de 2009 y julio de 2012 coincidiendo con los mínimos de las bolsas internacionales y las masivas dudas sobre nuestro país antes del "whatever it takes" de Mario Draghi. No sólo eso, al haber asegurado el dividendo en los 0,60 euros por acción, se comprometía a que las penas de la dilución fueran menos. ¿Será esa promesa la causa de su empecinamiento posterior? (VA, 'Menudo susto de final de verano para el Santander', 04-09-2014).

Solo el paso del tiempo ha podido dar una dimensión adecuada y ahora extrañamente ignorada de la importancia de esa operación para el Santander en términos estratégicos (le hubiera sido más difícil compensar la caída drástica de beneficio atribuido desde los 8.000-9.000 millones de euros anuales en el periodo 2007-2010 a los 2.295 de 2012); tácticos, al permitirle mostrar fortaleza global y una cierta sensación de invulnerabilidad ante los tremendos acontecimientos que se iban sucediendo; y políticos, toda vez que incorporaba un mensaje indirecto, pero necesario por aquel entonces, de confianza en España y su sector financiero (que la realidad se encargó en los años siguientes de enfriar). Más allá de los errores que pudieron conducir a la misma, el Santander cruzó el Rubicón de aquella decisión de manera exitosa. Ya nunca volvería a ser percibido de la misma manera. Se había hecho, definitivamente, mayor.

Y eso que aquel otoño de 2008 estaba resultando dramático...

Buen fin de semana a todos.

Se ha escrito mucho estos días sobre algunas de las operaciones exitosas desarrolladas por Emilio Botín a lo largo de sus 30 años de presidencia del Grupo Santander. Lanzamiento de productos rompedores con el statu quo, integración de entidades nacionales del calado de Banesto o BCH y jugadas maestras como las ventas de ABN Amro o Antonveneta –¡ay, Monte di Paschi Siena!, quién te ha visto y quién te ve– han sido oportunamente glosadas por los distintos trovadores mediáticos, no siendo McCoy ajeno a tal tentación (Valor Añadido, "Emilio Botín, adiós al último gran banquero", 10-09-2014).

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