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Cinco trucos para la felicidad en el matrimonio
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Alberto Artero

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Cinco trucos para la felicidad en el matrimonio

Aunque sea un servidor el que pone la firma, Sonia y yo somos coautores del texto. Ella, que fue mi mejor amiga primero, mi pareja luego, mi esposa después y madre de mis cinco hijos ahora

Foto: Sí, la felicidad matrimonial es posible, y está a nuestro alcance. (iStock)
Sí, la felicidad matrimonial es posible, y está a nuestro alcance. (iStock)

En 2010 asumí un compromiso anual con todos ustedes que procedo a cumplir. Sepan que les voy a hablar de temas personales que poco tienen que ver con el contenido habitual de Valor Añadido. De ahí que, quien continúe leyendo a partir de este punto, lo hace a su riesgo y ventura. Quedan avisados: para pasar de este primer párrafo hay que quitarse el gorro económico y renunciar expresamente al derecho al pataleo. Luego, no se me quejen.

Se trata de un post de carácter excepcional cuya recurrencia está exclusivamente justificada por la cantidad de veces que me habla de él, a lo largo del año, gente que lo ha leído. Y sólo para bien, gracias a Dios. Nació como fruto de un encuentro con un ex-CEO del Ibex, ahora amigo (les recomiendo la lectura del tercer y cuarto párrafos de esa primera edición), y se consolidó al calor de una experiencia personal que me dejó pasmado y me reveló el potencial valor humano de esta columna, el único que a un servidor realmente le importa (aquí la del 2010).

Sic transit gloria mundi.

Estoy hablando de mis Cinco Trucos para la Felicidad en el Matrimonio. En esta ocasión se los presento a las puertas del verano, momento vacacional para muchos y oportunidad para redescubrir tantas y tantas cosas en la pareja que han quedado en el recuerdo con el paso del tiempo, enterradas por el agobio del trabajo, la rutina del amor y el cansancio de los hijos. La estadística se empeña en demostrar que es época de conflictos. Pienso más bien lo contrario: que, si se quiere, es tiempo de concierto, de reencuentros, de renovada ilusión.

Aunque sea un servidor el que pone la firma, Sonia y yo somos coautores del texto. Ella, que fue mi mejor amiga primero, mi pareja luego, mi esposa después y mi compañera ahora. Madre de mis cinco hijos. Lo es todo para McCoy: la dueña de sus secretos, el sueño de su descanso, un oasis en su desierto; fortaleza, pilar, roca. Nunca un hombre aspiró a más ni una mujer a menos. Vivimos siempre juntos y moriremos juntos y allá donde vayamos seguirán nuestros asuntos, ¿verdad, peque? Si con la pieza de hoy podemos ayudar a que la vida en común de alguien sea mejor, bienvenido sea el oprobio, el rechazo o la crítica de los de siempre.

No me enrollo más. Les dejo (casi) con el mismo contenido de cada año, adornado con la letra de la canción de Nacho Cano "Vivimos siempre juntos" que, para nosotros, es más que simple música y texto.

1. Mi mujer sigue siendo mi mejor amiga; lo era antes de casarme con ella y lo sigue siendo dieciseis años después. Es un sentimiento recíproco. Nunca he tenido la necesidad de contarle algo a otra persona antes que a ella. Es verdad que el amor conyugal va más allá de la mera amistad, pero gran parte de los matrimonios se hunden por la falta de comunicación, incluido el aspecto sexual. No hay que olvidar que la confesión, hablar, es previa a la comunión, actuar. Es el primer test que hay que realizar. Las cosas se complican si el afecto se limita a los momentos de pasión.

2. Siempre hemos pensado que el secreto del amor perdurable radica en ensalzar lo bueno de la pareja y aceptar lo malo. Exactamente lo contrario a lo que ocurre en muchos matrimonios, especialmente conforme va pasando el tiempo. No está mal pararse a reflexionar sobre las virtudes y defectos del cónyuge una vez transcurrido el periodo de EMT, enajenación mental transitoria. Sabiendo el terreno que se pisa, es más difícil caer en una zanja. Y, de partida, el hombre y la mujer, caso que nos ocupa, son esencialmente distintos en sus motivaciones, afectivas unas y racionales otros, y en las formas en las que se manifiestan. Cosas de la naturaleza. Llenamos el caldero de risas y salero, con trajes de caricias rellenamos el ropero.

3. Una de las máximas que nos impusimos desde prácticamente el inicio de la relación es no irnos a la cama disgustados el uno con el otro. Se trata de un campo de batalla demasiado pequeño como para salir bien parado: la victoria es ínfima y, sin embargo, la derrota demasiado dolorosa. Saber pedir perdón con independencia de que la razón esté o no de tu parte es clave. El amor se sublima en la donación, pero se alimenta con la renuncia. Y el perdón es una puerta de entrada inmensa a la reconciliación. Lo contrario termina conduciendo a la falta de respeto, algo que hay que cortar de raíz ya que sólo va a más y nunca a menos, resultado muchas veces de una frustración no comentada a tiempo. Subimos la montaña de riñas y batallas, vencimos al orgullo sopesando las palabras. Pasamos por los puentes de celos y de historias, prohibimos a la mente confundirse con memorias.

4. Las grandes cimas se conquistan paso a paso. Lo mismo ocurre con el amor matrimonial. Es un jardín que hay que regar todos los días si no queremos que se seque. Los atracones son pan para hoy y hambre para mañana. Se trata de cuidar los pequeños detalles que no han de derivar en mercantilizar la relación. Cuidado con esto. No son muchas veces cosas las que hacen falta, sino gestos, caricias, abrazos, compañía; sensación de sentirse querido, de ser la prioridad. Que en el trade off familia-trabajo la primera tenga la sensación de que vence, aunque sea por la mínima, por poner un ejemplo de aplicación colectiva que servidor también ha de poner en práctica más a menudo, abducido, como está, por esta columna diaria. Nadamos por las olas de la inercia y la rutina con ayuda del amor.

5. Por encima del afecto a nuestros hijos (hicimos el aliño de sueños y de niños, pintamos en el cielo la bandera del cariño), en nuestro matrimonio prima el amor que sentimos recíprocamente como pareja. Al final los hijos han llegado para irse de nuestro lado, antes o después. Es ley de vida. Les dedicamos nuestros mejores años para que ellos a su vez, llegado el momento, dediquen lo mejor de su vida a sus propios chicos. Nuestros cinco vástagos –Nacho 14, Javier 13, Borja 11, María 8 y Pablo 6– son siempre lo segundo en nuestro árbol de decisión, a mucha distancia de lo que conviene a la estabilidad de nuestra unión. Esa vorágine en la que ha entrado el mundo moderno, en el que no hay espacio para los cónyuges por la plétora de actividades de la progenie es absurda. Hay que tener presente que todo lo que no se cuida, se pierde, salvo los propios hijos que, aun llenos de atenciones, terminarán por partir en busca de su propio destino. Nos hemos casado con nuestro marido/mujer, no con los frutos de ese matrimonio que no pueden convertirse en refugio de la propia infelicidad.

No te sueltes la mano, que el viaje es infinito y yo cuido que el viento no despeine tu flequillo. Y llegará el momento en que las almas se confundan en un mismo corazón.

Ojalá.

En 2010 asumí un compromiso anual con todos ustedes que procedo a cumplir. Sepan que les voy a hablar de temas personales que poco tienen que ver con el contenido habitual de Valor Añadido. De ahí que, quien continúe leyendo a partir de este punto, lo hace a su riesgo y ventura. Quedan avisados: para pasar de este primer párrafo hay que quitarse el gorro económico y renunciar expresamente al derecho al pataleo. Luego, no se me quejen.

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