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Messi como síntoma de una Catalunya rota y perdedora
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Alberto Artero

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Messi como síntoma de una Catalunya rota y perdedora

La marea es demasiado fuerte, incontrolable. Como Messi antes de lesionarse. Hasta que se rompió. Ojalá vuelva por sus fueros. Pero los años no pasan en balde. Y los abismos que abren, tampoco

Foto: Messi, durante el partido entre el FC Barcelona y la UD Las Palmas. (EFE)
Messi, durante el partido entre el FC Barcelona y la UD Las Palmas. (EFE)

La última lesión seria de Messi tuvo lugar en 2006, año en que las Cortes Generales aprobaron el Estatuto de Catalunya.

No se trata de una coincidencia menor. A partir de ahí, el Barsa se incardinó en la historia y los nacionalistas fueron juntando, gracias en parte a la indolencia y complicidad del Gobierno de España, los mimbres para construir la cesta de la independencia que ahora presentan como oportunidad de futuro a los electores.

A lo largo de estos dos lustros, el ‘más que un club’ adquirió para los separatistas un significado distinto, tal vez el verdadero: no nos lo merecemos, no nos merecen. Somos más y, por supuesto, mejor que el resto.

Como Leo.

Este fin de semana, el astro argentino se ha roto, 24 horas antes de que el separatismo viviera lo que esperaba fuera su momento de gloria.

Se enfrenta a dos meses de convalecencia tras los que se espera que vuelva por sus fueros, pero los años no pasan en balde y la dependencia del F.C. Barcelona de su estrella lo hace más vulnerable, ¿preludio de una nueva etapa de ostracismo?

Ha tenido que ser justo ahora, cuando esa década de romance furtivo, no declarado, entre ‘circenses’ y ‘panem’ podía romper en noviazgo explícito, si no boda griega, al servicio de una causa mayor.

El olor de la victoria les lleva a pasar por encima de todos los que supongan un freno. Necesitan ganar la guerra aunque sea gracias a la más absurda batalla

El fútbol como bandera de identidad nacional, sostén del imaginario colectivo.

Ensoñación.

Quizá su rodilla quebrada no sea sino imagen de lo que está por venir en Catalunya, si no ha llegado ya. La representación de una sociedad rota en la que se han abierto unas heridas que, en el mejor de los casos, tardarán largo tiempo en cicatrizar: hermanos contra hermanos, padres contra hijos, amigos contra quienes antes lo fueron. No hay posiciones minimalistas, ya no; prima una grandilocuencia que conduce inevitablemente al extremismo, a esa dualidad cromática de blanco o negro en que el grito se impone a la palabra y el sentimiento a la reflexión.

De la ‘cosa’ no se habla. Y eso, en sí, es ya una tragedia. Porque todo conflicto silente termina entrando, antes o después, en erupción.

Por eso, por más que los independentistas se empeñen en afirmar lo contrario, de todo este proceso la única que sale de verdad perdiendo es Catalunya.

Es perdedora una sociedad incapaz de acoger en su seno al 50% discrepante quizá porque sabe que el propio modelo autonómico que se ha construido, ese que censuran por insuficiente, les garantiza que el porcentaje de disidentes será muy superior en el futuro gracias al control de la educación y la propaganda.

No quieren esperar.

El olor de la victoria les lleva a pasar por encima de todos los que supongan un freno. Necesitan ganar la guerra aunque sea gracias a la más absurda y cruenta de las batallas: desahuciando física e intelectualmente al que, sintiendo esa tierra como propia, no está dispuesto a sucumbir a sus pretensiones.

Son más relevantes las cicatrices que deja el proceso en la propia configuración social del territorio catalán. No hay peor odio que el irracional

Da igual lo que digan las urnas, importa poco si la mayoría es o no suficiente en escaños y votos. Son más relevantes las cicatrices que deja el proceso en la propia configuración social del territorio catalán. No hay peor odio que el irracional, ni mayor rabia que la emocional. Son las pasiones las que mueven el mundo. Es en ese campo en el que se está jugando, llegados a esta altura, la partida.

Reconducir la situación con España supondría, para muchos, una traición. La marea es demasiado fuerte, incontrolable. Como Leo Messi antes de lesionarse.

Hasta que se rompió.

Y todos deseamos que vuelva por sus fueros. Pero los años no pasan en balde.

Y los abismos que abren, tampoco.

Buena semana a todos.

La última lesión seria de Messi tuvo lugar en 2006, año en que las Cortes Generales aprobaron el Estatuto de Catalunya.

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