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Todo cogido con pinzas: tras los bancos centrales, nada de nada
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Alberto Artero

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Todo cogido con pinzas: tras los bancos centrales, nada de nada

La constatación de ese hecho ha sido un duro despertar para muchos inversores, convencidos en el omnipotente poder de los bancos centrales para sacarles una y otra vez las castañas del fuego

Foto: Manifestación contra el BCE en Fráncfort (Alemania). (EFE)
Manifestación contra el BCE en Fráncfort (Alemania). (EFE)

No será porque no venimos tiempo advirtiendo de que se avecinaba una tormenta bursátil de dimensiones épicas. Lo hemos escrito por activa, por pasiva y por perifrástica sobre la base de una premisa esencial: lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible. Era ilusorio creer que la economía y las finanzas podían salir de lo que se ha dado llamar ya la Gran Recesión -la crisis financiera de 2008 a 2012- como si nada y que los excesos que condujeron a esa época se pudieran repetir casi sin solución de continuidad, ya fuera en términos de valoraciones de activos o de disponibilidad de dinero a precio irrisorio.

Se siente, pero no.

La triste realidad es que, casi todo, estaba cogido con pinzas. La constatación de ese hecho ha sido un duro despertar para muchos inversores, convencidos del omnipotente poder de los bancos centrales para sacarles una y otra vez las castañas del fuego.

No puede no importar que el mundo no crezca, pero parecía que sí. No puede no importar la coyuntura deflacionaria, pero parecía que sí. No puede no importar la desaceleración china, la debilidad de su moneda y la fuga masiva de capitales del país, pero parecía que sí. No puede no importar el disparatado aumento del endeudamiento público, pero parecía que sí. No puede no importar la recesión de balances privados, pero parecía que sí. No puede no importar la manipulación de los beneficios empresariales, pero parecía que sí. No pueden no importar las absurdas valoraciones de determinados sectores como las 'biotechs' norteamericanas, pero parecía que sí. No puede no importar la manipulación estructural del mercado por determinados intermediarios y los mismos supervisores, pero parecía que sí. No puede no importar la falta de saneamiento del sector financiero europeo, con contadas excepciones nacionales, incluida la española, pero parecía que sí. No puede no importar que volvieran fórmulas de financiación muy ventajosas a firmas de dudosa solvencia y a costes que no compensaban el riesgo implícito, pero parecía que sí. No puede no importar la guerra de divisas, pero parecía que sí. No puede no importar la locura de los ‘unicornios’, pero parecía que sí.

No puede, no puede, no puede… pero sí, no importaba.

Hasta que la coyuntura ha estallado, como casi no podía ser de otra manera.

A la pregunta "¿y después de la Fed, el BCE o el Banco de Japón, qué?", la única respuesta posible es la nada más absoluta, esto es: la vuelta a la dura realidad

Como ven en la enumeración anterior, no es única la causa que ha conducido a esta situación crítica. Sería mucho más fácil llegar a conclusiones, el análisis se simplificaría. Sin embargo, vamos a tratar de hacer un ejercicio de síntesis más necesario hoy que nunca. Si le piden a McCoy, que este mes cumple 10 años de cita diaria con los lectores de El Confidencial, cuál ha sido el catalizador de este último desplome, les diré una cosa: la certeza de que, a la pregunta que tantas veces hemos repetido desde estas mismas líneas de "¿y después de la Fed, el BCE o el Banco de Japón, qué?", la única respuesta posible, entonces y ahora, la que ha quedado probada, es… la nada más absoluta, esto es: la vuelta a la dura realidad.

Como en el caso del santo Job, el Señor me lo dio, el Señor me lo quitó; ensalzaré el nombre del Señor.

En el origen del caos más reciente se encuentra un amago de cambio de sesgo de política monetaria en Estados Unidos muy pero que muy menor, casi insignificante, con el fin de ajustarse la Reserva Federal al mandato local dual que tiene de empleo (con un paro ya por debajo formalmente del 5%, si bien ajustado por la tasa de participación, la realidad es otra bien distinta) y coste de la vida. La posibilidad de unos tipos de interés más altos en aquel país -nada, casi nada, apenas nada- desató la guerra de los truenos. Dólar arriba, materias primas abajo, depreciación acelerada del tipo de cambio de los emergentes, impacto sobre beneficios de compañías de la primera potencia del mundo y todo lo demás.

Apenas un gesto, casi un suspiro en el ámbito de un ciclo más largo.

Y miren lo que ha pasado.

Hablar de ‘normalización’ en ese contexto se convierte en casi un imposible. Es el adictivo gas de la risa del que tantas y tantas veces ha escrito Daniel Lacalle en sus artículos.

Droga de la que el mercado parece no poder ya prescindir.

Los agentes económicos empiezan a sufrir en sus carnes una dura realidad: la inutilidad de sus acciones

No solo eso, los acontecimientos más recientes han probado una realidad adicional. El problema de los listos llega cuando se creen los más listos, esto es: cuando piensan que pueden imponerse a las dinámicas internas del mercado, a los monstruos que ellos mismos han creado. Pues bien, eso es lo que les ha sucedido a los propios supervisores nacionales, especialmente a Draghi y a Kuroda. Creían controlarlo todo, pensaban que la incoherencia de algunas decisiones más críticas –como obligar a la banca a soplar y sorber a la vez o ponerse al servicio de su Ministerio de Hacienda- importarían poco ante la omnipotencia no ya de sus gestos sino de sus palabras, especialmente en el caso europeo. Pero no ha sido así. Los agentes económicos empiezan a sufrir en sus carnes una dura realidad: la inutilidad de sus acciones. Ya no solo no ayudan a la actividad y al empleo en circunstancias no extremas como la española sino que son incapaces, en este momento concreto en el tiempo, de frenar una espiral financiera destructiva que, por inesperada, puede causar mucho más daño que la última vivida.

Siento ser portavoz de malas noticias, pero es que las cosas son así y así se las hemos intentado contar una, otra vez y la siguiente. Inútilmente.

Es verdad que, como señalamos hace bien poco, empieza a haber en el campo de las acciones cosas muy interesantes con una perspectiva de medio y largo plazo. Algo que se traducirá dentro de bien poco, y si la cosa no se corrige, al ámbito de la renta fija tanto soberana como corporativa. Para una apuesta más generalizada, sin embargo, faltan catalizadores. Es difícil vislumbrar qué puede cambiar la dinámica actual, con la pólvora de los bancos centrales tan húmeda a día de hoy. Será cuestión de precio. Cuanto antes se ajusten valoraciones y realidad, mejor.

Eso sí, no jueguen al 'trading' que quien con niños se acuesta… Pues eso.

Dicho queda.

No será porque no venimos tiempo advirtiendo de que se avecinaba una tormenta bursátil de dimensiones épicas. Lo hemos escrito por activa, por pasiva y por perifrástica sobre la base de una premisa esencial: lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible. Era ilusorio creer que la economía y las finanzas podían salir de lo que se ha dado llamar ya la Gran Recesión -la crisis financiera de 2008 a 2012- como si nada y que los excesos que condujeron a esa época se pudieran repetir casi sin solución de continuidad, ya fuera en términos de valoraciones de activos o de disponibilidad de dinero a precio irrisorio.

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